Contra
el Modernismo
Pedro Luis Llera
Articulista Católico
El hereje modernista es el
posverdadiano en católico. Obviamente, yo no soy nadie para convertirme en
“martillo de herejes” ni para condenar a nadie. Para eso están los Papas y los
obispos. Por eso, es preciso recordar lo que San Pio X denunciara en su Encíclica Pasciendi,
escrita en 1907.
Esa Encíclica lo deja todo muy
clarito. Si entonces el Modernismo era un peligro, ahora estamos aún
peor.
Así empieza San Pío X su
Encíclica:
“Jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano,
«hombres de lenguaje perverso», «decidores de novedades y seductores», «sujetos
al error y que arrastran al error»”. (Pascendi,
Introducción).
“En estos últimos tiempos ha
crecido, en modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo.[…] Guardar silencio no es ya decoroso, si no
queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes”.
“Lo que sobre todo exige que
rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a
buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan en
el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más
perjudiciales cuanto lo son menos declarados”.
“Hablamos, venerables hermanos,
de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más
deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la
Iglesia […]asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de
Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor, que
con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre”. (Pascendi, 1)
“Ellos traman la ruina de la
Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el
peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas;
y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a
fondo conocen a la Iglesia”. (Pascendi, 2).
Resumimos: hay seglares,
sacerdotes (y ahora yo añadiría a la lista a más de un obispo) que desde las
mismas venas de la Iglesia traman su ruina. Son enemigos de la cruz de Cristo
que no respetan ni lo más sagrado: ni siquiera la figura del propio Redentor.
Ante esta amenaza, guardar silencio ya no es decoroso.
¿Verdad que resultan actuales
estas palabras?
¿En qué consiste la falsa
doctrina modernista?
1.- “La razón humana,
encerrada rigurosamente en el círculo de los fenómenos, es decir, de las cosas
que aparecen, y tales ni más ni menos como aparecen, no posee facultad ni
derecho de franquear los límites de aquéllas. Por lo tanto, es incapaz
de elevarse hasta Dios, ni aun para conocer su existencia, de algún modo, por
medio de las criaturas: tal es su doctrina. De donde infieren dos
cosas: que Dios no puede ser objeto directo de la ciencia; y, por lo que a la
historia pertenece, que Dios de ningún modo puede ser sujeto de la historia”. (Pascendi,
4).
No podemos conocer a Dios
mediante el entendimiento. De un plumazo, los modernistas se cargan la
teología, el catecismo y todos los dogmas de la Iglesia.
Nada les detiene, ni aun las
condenaciones de la Iglesia contra errores tan monstruosos. Porque el concilio Vaticano decretó lo que sigue: «Si
alguno dijere que la luz natural de la razón humana es incapaz de conocer con
certeza, por medio de las cosas creadas, el único y verdadera Dios, nuestro
Creador y Señor, sea excomulgado». Igualmente: «Si alguno dijere no
ser posible o conveniente que el hombre sea instruido, mediante la revelación
divina, sobre Dios y sobre el culto a él debido, sea excomulgado». Y por
último: «Si alguno dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble
por signos exteriores, y que, en consecuencia, sólo por la experiencia
individual o por una inspiración privada deben ser movidos los hombres a la fe,
sea excomulgado». (Pascendi, 4).
2.- “El sentimiento
religioso, que brota por vital inmanencia de los senos de la
subconsciencia, es el germen de toda religión y la razón asimismo de
todo cuanto en cada una haya habido o habrá. […]Tenemos así explicado el
origen de toda religión, aun de la sobrenatural: no son sino aquel
puro desarrollo del sentimiento religioso. Y nadie piense que la
católica quedará exceptuada: queda al nivel de las demás en todo. Tuvo su
origen en la conciencia de Cristo, varón de privilegiadísima naturaleza, cual
jamás hubo ni habrá, en virtud del desarrollo de la inmanencia vital, y no de
otra manera”.
¡Estupor causa oír tan gran
atrevimiento en hacer tales afirmaciones, tamaña blasfemia!¡Y, sin embargo,
venerables hermanos, no son los incrédulos sólo los que tan atrevidamente
hablan así; católicos hay, más aún, muchos entre los sacerdotes, que
claramente publican tales cosas y tales delirios presumen restaurar la Iglesia! (Pascendi, 8).
El hecho religioso tiene una
explicación puramente inmanente: es un hecho
vital que forma parte de la propia naturaleza del ser humano. La fe es
un sentimiento íntimo que surge de una necesidad del subconsciente
humano: un sentimiento, no un conocimiento. La fe es un invento del
propio hombre para colmar una necesidad o acallar y tranquilizar el miedo a la
muerte. Y ese sentimiento religioso que surge de manera inmanente en cada uno
de nosotros es el origen de todas las religiones: el cristianismo es una más,
tal vez la más perfecta: pero una más. No hay que saber: hay que sentir, hay
que tener experiencias de interioridad que susciten
sentimientos. Lo que cuenta es lo afectivo, lo emotivo, lo que me haga sentir
bien. Pero Cristo importa poco o nada: llámalo Dios, llámalo energía… Algo hay,
pero no lo que predica la Iglesia. Por eso la New Age tiene tantos adeptos.
Y si todas las religiones
surgen del sentimiento religioso que brota del subconsciente, podemos
deducir que todas las religiones son igualmente verdaderas (o
igualmente falsas). ¿Por qué va a ser más verdadera la religión cristiana que
el Islam o el Budismo o el Judaísmo? ¿Qué más da cómo llamemos a Dios? ¿Qué
importa la Biblia o el Corán? En última instancia, todos creemos en el mismo
Dios. Lo importante es el amor, la tolerancia, el respeto.
San Pío X lo dice así:
Desde luego, es bueno advertir
que de esta doctrina de la experiencia, unida a la otra del simbolismo, se
infiere la verdad de toda religión, sin exceptuar el paganismo. Pues qué, ¿no
se encuentran en todas las religiones experiencias de este género? Muchos
lo afirman. Luego ¿con qué derecho los modernistas negarán la verdad de
la experiencia que afirma el turco, y atribuirán sólo a los católicos las
experiencias verdaderas? Aunque, cierto, no las niegan; más aún, los
unos veladamente y los otros sin rebozo, tienen por verdaderas todas
las religiones. Y es manifiesto que no pueden opinar de otra suerte, pues
establecidos sus principios, ¿por qué causa argüirían de falsedad a una
religión cualquiera? (Pascendi, 13).
A partir de aquí, la
evangelización o el proselitismo están de más. Es normal que nos encontremos
con misioneros que después de cuarenta años presuman de no haber bautizado a
nadie. Normal… Pero “Extra Ecclesiam nulla salus”:
Cuarto Concilio de Letrán (1215):
“Hay solo una Iglesia Universal
de los fieles, fuera de la cual nadie está a salvo”.
Concilios Vaticano II.
Constitución Dogmática Lumen Gentium:
“El sagrado Concilio pone ante
todo su atención en los fieles católicos y enseña, fundado en la Escritura y en
la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la
Salvación. Pues solamente Cristo es el Mediador y el camino de la salvación,
presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y Él, inculcando con
palabras concretas la necesidad de la fe y del bautismo (cf. Mc., 16,16; Jn.,
3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres
entran por el bautismo como puerta obligada. Por lo cual no podrían
salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por
Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella”.
3.- Cristo en realidad es
solo un hombre: eso es lo que nos dice la ciencia. El Jesús histórico fue
transformado y adulterado por la Iglesia, convirtiéndolo en el Cristo de la fe.
Por lo tanto, hay que deconstruir todo lo que la Iglesia ha ido echando encima
de la figura de Jesús para conocerlo realmente en su realidad histórica.
Debemos eliminar todo aquello que ha desfigurado al verdadero Jesús: sus
palabras, sus milagros, sus acciones… Todo aquello que no se corresponde con la
realidad histórica del verdadero Jesús y su tiempo. Los milagros no son más que
mitos, relatos ficticios: elaboraciones de la primitiva comunidad cristiana
para justificar la condición de Jesús como Hijo de Dios, como Mesías, como
Cristo. Los relatos de los evangelios no son sino narraciones míticas sin
fundamento histórico alguno. Ni hay curaciones milagrosas, ni resucitación de
muertos, ni multiplicación de panes y peces ni nada de nada. Por supuesto,
Jesús no fundó ninguna Iglesia, sino que esta es un invento de los primeros
cristianos, especialmente de San Pablo.
San Pío X:
Si tal vez se objeta a eso que
hay en la naturaleza visible ciertas cosas que incumben también a la fe, como
la vida humana de Jesucristo, ellos lo negarán. Pues aunque esas cosas se
cuenten entre los fenómenos, más en cuanto las penetra la vida de la fe, y en
la manera arriba dicha, la fe las transfigura y desfigura, son arrancadas del
mundo sensible y convertidas en materia del orden divino. Así, al que
todavía preguntase más, si Jesucristo ha obrado verdaderos milagros y
verdaderamente profetizado lo futuro; si verdaderamente resucitó y subió a los
cielos: no, contestará la ciencia agnóstica; sí, dirá la fe. Aquí, con
todo, no hay contradicción alguna: la negación es del filósofo, que habla a los
filósofos y que no mira a Jesucristo sino según la realidad histórica; la
afirmación es del creyente, que se dirige a creyentes y que considera la vida
de Jesucristo como vivida de nuevo por la fe y en la fe. (Pascendi, 15)
4.- La Iglesia, dicen
(los modernistas), y los sacramentos no se ha de creer, en modo alguno, que
fueran instituidos por Cristo. (Pascendi, 19)
Los sacramentos no son más que
símbolos. Jesús no instituyó ningún sacramento. Estos
son otro invento de la primitiva Iglesia. Sirven para dar a la religión algo
sensible que pueda suscitar o avivar los sentimientos religiosos: pero nada más.
Pero el Concilio de Trento
sentencia respecto a los sacramentos:
«Si alguno dijere que estos
sacramentos no fueron instituidos sino sólo para alimentar la fe, sea
excomulgado».
El sacramento de la penitencia tiene
como finalidad alcanzar una especie de catarsis, pero no hace falta porque lo
importante es tener la conciencia tranquila (esté la conciencia bien formada o
no). Yo me confieso directamente con Dios, no necesito contarle al cura los
pecados. También quedan muy apañadas las celebraciones comunitarias con
absolución general, sin necesidad de pasar la vergüenza de pasar por el
confesionario: resultan mucho más cómodas y valen igual… En realidad, para los
modernistas ya casi nada es pecado.
El bautismo no
es necesario ya para la salvación. Todos se salvan: bautizados o no bautizados.
Todos somos hijos de Dios. Dios nos quiere a todos por igual. Todos vamos al
cielo.
El matrimonio no
es ya indisoluble: eso es un ideal deseable pero inalcanzable. Puedes
divorciarte y volverte a casar y seguir comulgando, si tu conciencia está
tranquila y te sientes bien contigo mismo.
¿Qué decir de la Eucaristía?
No pasa nada por no ir a misa. Las misas son aburridas: siempre lo mismo. Por
eso hay que innovar y renovar creativamente la liturgia: bailes, guitarritas,
canciones poperas con letras ñoñas, muchos abrazos en el momento de la paz (eso
sí me hace sentir bien y exalta el sentimiento religioso). Los misales son una
referencia puramente potestativa que el cura puede modificar a su gusto. Y la
comunión se ha convertido en un derecho individual: da igual estar en pecado
mortal, da igual no haberse confesado en años… ¿Estás a gusto con tu
conciencia? Pues ya está. Eres adúltero, lujurioso, corrupto, asesino,
mentiroso… ¿Qué tiene eso que ver? Yo voy y comulgo y punto. ¿Quién es el cura
para quitarme a mí de comulgar? Así las misas se vuelven motivo de condenación
más que de salvación para muchas almas que no saben que no
deben comulgar pero sienten que sí pueden.
En la misa modernista, el
protagonista no es Cristo, sino el cura. Este cura me entretiene y me gusta;
este, no. Hay que hacer misas para niños, que son un espanto; misas para
jóvenes, que son un horror; y luego están las misas para los viejos, que son
las más aburridas. La misa debe ser renovada, debe ser un espectáculo
divertido, porque si no, espantamos a la gente de las Iglesias. Hay que estar
con los tiempos. Lo viejo no vale.
La transubstanciación es
otro concepto del pasado que no es aceptable en la actualidad. La consagración
es un símbolo (todo para ellos es un símbolo) que representa la presencia
misteriosa de Cristo en medio de la asamblea de los fieles (que también, pero
no solo). Pero el pan es pan y el vino sigue siendo vino. No es Cristo
realmente el que se hace presente en el pan y en el vino. No hay milagro. Todo
es inmanente. No hay sacralidad en nada. Todo es feo y vulgar. Cada vez menos
se arrodillan ante el Santísimo en el momento de la consagración: ¿para qué?
Total ahí no hay más que pan y vino…
Pero el Concilio de
Trento aclara y define en la sesión XIII, cánones 1-3 para que no haya
duda o confusión lo siguiente:
1. Si alguno negare que en el
santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y
sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad,
de nuestro Señor Jesucristo y, por ende. Cristo entero; sino que dijere que
sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia, sea anatema.
2. Si alguno dijere que en el
sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino
juntamente con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y negare
aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el
cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo sólo las
especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama
transustanciación, sea anatema.
3. Si alguno negare que en el
venerable sacramento de la Eucaristía se contiene Cristo entero bajo cada una
de las especies y bajo cada una de las partes de cualquiera de las especies
hecha la separación, sea anatema.
El orden sacerdotal tampoco
es un sacramente que tenga demasiada importancia (tal vez ninguna): cualquiera
puede dar la comunión, cualquiera puede tomar en sus manos al Señor para
comulgar. A fin de cuentas, por el bautismo todos compartimos la condición de
sacerdotes.
5.- Los Mandamientos de
la Ley de Dios ya no le sirven al mundo de hoy. El único mandamiento
que vale es el mandamiento del amor. Pero no el amor que predicó Cristo, no: el
amor a la manera de los modernitas; un amor que justifica la fornicación, que
considera normal la masturbación, las relaciones homosexuales, las relaciones
sexuales extramatrimoniales, los anticonceptivos, la fecundación artificial,
los vientres de alquiler, el aborto, el divorcio, el adulterio… La
Iglesia modernista respeta y valora las decisiones tomadas en conciencia,
siempre y cuando no decidan, interfieran o lesionen derechos fundamentales de
los demás. La validez universal de las normas morales queda derogada. El
relativismo moral ha ganado.
El Dios del Antiguo Testamento no
es el Dios de Jesús de Nazaret. El Dios de Jesús es un Dios Padre
misericordioso, que perdona siempre y todo; y sin necesidad de propósito de
enmienda ni de dolor de los pecados; sin tener que decir los pecados al
confesor ni tener que cumplir ninguna penitencia. Nada que ver con el juez
vengativo del Antiguo Testamento.
6.- En la Iglesia Católica un
dogma es una verdad absoluta, definitiva, inmutable, infalible, irrevocable,
incuestionable y absolutamente segura sobre la cual no puede flotar ninguna
duda. Una vez proclamado solemnemente, ningún dogma puede ser
derogado o negado, ni por el Papa ni por decisión conciliar. Por eso, los
dogmas constituyen la base inalterable de toda la Doctrina Católica y cualquier
católico está obligado a aceptar y creer en los dogmas de una manera
irrevocable. El acceso a un Dogma es un acto volitivo, en
consecuencia la relación con el dogma es un acto plenamente libre.
Con los dogmas, a los
modernistas les da la risa. No solo pueden cambiarse, sino que deben
cambiarse. Así lo señala Pío X:
No sólo puede desenvolverse y
cambiar el dogma, sino que debe; tal es la tesis fundamental de los
modernistas, que, por otra parte, fluye de sus principios.
Dado el carácter tan precario e
inestable de las fórmulas dogmáticas se comprende bien que los
modernistas las menosprecien y tengan por cosa de risa; mientras, por lo
contrario, nada nombran y enlazan sino el sentimiento religioso, la
vida religiosa. Por eso censuran audazmente a la Iglesia como si equivocara
el camino, porque no distingue en modo alguno entre la significación material
de las fórmulas y el impulso religioso y moral, y porque adhiriéndose,
tan tenaz como estérilmente, a fórmulas desprovistas de contenido, es ella la
que permite que la misma religión se arruine. (Pascendi, 11).
En toda religión que viva, nada
existe que no sea variable y que, por lo tanto, no deba variarse. De
donde pasan a lo que en su doctrina es casi lo capital, a saber: la evolución. Si,
pues, no queremos que el dogma, la Iglesia, el culto sagrado, los libros que
como santos reverenciamos y aun la misma fe languidezcan con el frío de la
muerte, deben sujetarse a las leyes de la evolución. (Pascendi, 25).
Los modernistas no aceptan la
autoridad de la Iglesia ni, mucho menos, las verdades dogmáticas que proclama y
que constituyen la base doctrinal de la Iglesia: la Verdad de la Iglesia. Los
dogmas cierran el camino al progreso de la Iglesia y a su necesaria
modernización y actualización. Hay que armonizar los dogmas con la ciencia y
con la historia. Hay que democratizar la Iglesia y descentralizar el poder. Hay
que reformar la curia y las Congragaciones romanas, especialmente el antiguo
Santo Oficio. Así los dogmas pueden ser cambiados y transformados
democráticamente para adaptarlos al mundo actual.
No es extraño así que una monja
cuestione la virginidad de María, que un cura considere anticuado el concepto
de transubstanciación, que un religioso bendiga las relaciones homosexuales y
los matrimonios gays; que otro bendiga el aborto, la fecundación artificial o
los anticonceptivos; que un obispo diga que se puede comulgar en pecado mortal
o que otro ordene que se den los sacramentos a quienes optan por la eutanasia
para quitarse la vida; y así un largo etcétera.
Señores: la Verdad es Cristo. La
verdad revelada a la Iglesia supone el depósito de la fe que se debe custodiar
y transmitir. Y Dios no cambia. Jesús es el mismo ayer y hoy, y lo será para
siempre.
Conclusiones
El “discernimiento” es necesario.
Estemos atentos. El Demonio miente: es el padre de la mentira. La “cola
serpentina” nos ofrece tentaciones que aparentemente nos proporcionan
felicidad: pero que a la larga nos esclavizan y nos matan. San Ignacio de
Loyola lo tenía claro:
“Propio es del ángel malo, que
se forma sub angelo lucis, entrar con la ánima devota y salir consigo, es a
saber, traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal ánima
justa, y después poco a poco procura de salirse, trayendo a la
ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones”.
Debemos mucho advertir el discurso
de los pensamientos; y si el principio, medio y fin es todo bueno,
inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; más si en el
discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala, o menos
buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o
inquieta o conturba a la ánima quitándola su paz, tranquilidad y
quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal
espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna.
Por ejemplo, procede del Maligno
la manipulación de la palabra de Dios cuando se utiliza el capítulo 25 (31-46)
del Evangelio de Mateo (el juicio final), descontextualizando su contenido
respecto al resto de las Sagradas Escrituras, para justificar que lo único
importante es la opción por los pobres: dar de comer al hambriento, de beber al
sediento… Y que todo lo demás, todo lo que no sea el amor, la caridad, la
opción por los pobres, no vale nada. Importan los niños muertos en las guerras,
pero no la virginidad de María, que es secundario; ni la adoración eucarística,
que es una tontería y una pérdida de tiempo. Por esa vía, se desacraliza a la
propia Iglesia y se convierte su doctrina en pura ideología mundana. Y así, el
único sentido de la Iglesia se reduce a su acción filantrópica, humanitaria,
caritativa… ¿Está eso mal? Por supuesto que no. Pero si el amor a los pobres
conduce a despreciar a Cristo o a su Santísima Madre, eso es obra de Satanás y
no de Dios. Amar a Dios nos lleva inevitablemente a amar al prójimo. Pero la
Iglesia no es una ONG. Es mucho más.
Satanás odia al hombre, creado a
imagen y semejanza de Dios. Por eso el Demonio recurre a las medias verdades, a
las ambigüedades, a lo aparentemente bueno, para conducirnos a la perdición y a
la muerte. Satanás es un gran teólogo. Por eso tenemos que saber distinguir lo
bueno de lo pecaminoso:
1.- Quien niega un dogma no está
en comunión con la Iglesia. Después de negar la virginidad de María, vendrá
negar la divinidad de Cristo, la transubstanciación y todo lo demás. Los dogmas
marianos no se tocan. El dogma de la transubstanciación no se toca. Ni ninguno
otro.
2.- Quien predica el amor
cristiano pero induce a incumplir los mandamientos es un mentiroso y un
malvado. Quien ama a Dios cumple sus mandamientos. Los Mandamientos
son criterios de discernimiento infalibles: cuando algo aparentemente bueno o
atrayente te lleva a incumplir uno solo de los mandamientos, es obra del
Demonio y no de Dios.
3.- Lo que crea confusión,
división o enfrentamientos no viene de Dios.
4.- Lo que agrada al mundo no
agrada a Dios. Cuando el mundo aplaude, malo. Si el anuncio del Evangelio y la
coherencia eucarística no te acarrean persecución, algo está fallando en tu
vida cristiana.
Los modernistas son expertos en
la ambigüedad calculada, en aparentar bien para conducir a la perdición, en
ofrecer salvación mientras conducen a los incautos a su condenación eterna.
Volvemos a la Pascendi:
“Ninguno se maravillará si lo
definimos (al modernismo) afirmando
que es un conjunto de todas las herejías”.
“Cuadra, pues, bien al clan de
los modernistas lo que tan apenado escribió nuestro predecesor: «Para hacer
despreciable y odiosa a la mística Esposa de Cristo, que es verdadera luz, los
hijos de las tinieblas acostumbraron a atacarla en público con absurdas
calumnias, y llamarla, cambiando la fuerza y razón de los nombres y de las
cosas, amiga de la oscuridad, fautora de la ignorancia y enemiga de la luz y
progreso de las ciencias.»”.
Guardar silencio ya no es
decoroso si no queremos ser infieles a Cristo. Pocos
son los que levantan la voz y hablan claro ante la confusión reinante en la
Iglesia a día de hoy. Ya está bien de ambigüedades, de miedos, de falsos
respetos humanos, de doctrinas corrompidas por las glosas heréticas de los
modernistas… Ya está bien. No soy yo, que no soy nadie, quien se tiene que
enfrentar a los herejes. Pero si todos callan, hasta las piedras hablarán.
Algún día todos – más pronto que tarde, porque los años no pasan en balde – nos
tendremos que presentar ante el Señor y Él nos juzgará. Tengamos más miedo al
juicio de Dios que a las opiniones del mundo o a las críticas de los medios
mundanos o a vernos perjudicados en nuestras carreras. Los católicos de a pie,
los que no somos nada más que feligreses de una parroquia de pueblo, ni aspiramos
a nada más, tenemos derecho a vivir nuestra fe sin sobresaltos, sin que cada
día se cuestionen nuestros dogmas, nuestro credo, nuestros sacramentos,
nuestros mandamientos.
La Iglesia es depositaria de la
Verdad revelada por Dios. Cristo es la Verdad y la cabeza de la Iglesia. La
Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Y la misión de la Iglesia es comunicar
esa Verdad a todas las naciones y llamar a todos los hombres a la conversión:
lleva a todos los hombres a Cristo. Aceptar o negar esa Verdad depende de una
decisión libre de cada persona. Quien la acepta, se salvará. Quien la rechace,
se condenará. Los dogmas se aceptan o se rechazan. Pero quien los rechaza no
puede seguir en comunión con la Iglesia. Y es la jerarquía de la Iglesia quien
debe poner a cada uno en su sitio con la autoridad que tiene.
Yo estoy hasta el gorro de los
modernistas. ¿Y ustedes?