Del Catecismo de la Iglesia Católica
María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia
(963)
Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo
y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la
Iglesia. «Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del
Redentor [...] más aún, "es verdaderamente la Madre de los miembros (de
Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes,
miembros de aquella cabeza" (LG 53; cf. San Agustín, De sancta virginitate
6, 6)"».
"María
[...], Madre de Cristo, Madre de la Iglesia" (Pablo VI, Discurso a los
padres conciliares al concluir la tercera sesión del Concilio Ecuménico, 21 de
noviembre de 1964).
I. La maternidad de María respecto de la Iglesia
Totalmente unida a su Hijo...
964
El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con
Cristo, deriva directamente de ella. "Esta
unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el
momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57).
Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:
«La Bienaventurada Virgen avanzó en la
peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz.
Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se
unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente
su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había
engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al
discípulo con estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26-27)»
(LG 58).
965
Después de la Ascensión de su Hijo, María "estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones"
(LG 69). Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con sus oraciones el don del
Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra" (LG
59).
... también en su Asunción...
966
"Finalmente, la Virgen Inmaculada,
preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su
vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y
enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente
a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte"
(LG 59; cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS
3903).
La
Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la
Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás
cristianos:
«En el parto te conservaste Virgen, en tu
tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste la fuente de la
Vida porque concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión salvas de la
muerte nuestras almas (Tropario en el día de la Dormición de la
Bienaventurada Virgen María).
... ella es nuestra Madre en el orden
de la gracia
967
Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo,
a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo
de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro
supereminente y del todo singular de la Iglesia" (LG 53), incluso
constituye "la figura" [typus] de la Iglesia (LG 63).
968
Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos.
"Colaboró de manera totalmente
singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, esperanza y ardiente
amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es
nuestra madre en el orden de la gracia" (LG 61).
969
"Esta maternidad de María perdura
sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio
fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta
la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su
asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa
procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna
[...] Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de
Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62).
970
"La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera
disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su
eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de
los hombres [...] brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se
apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su
eficacia" (LG 60). "Ninguna
creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y
Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversas maneras
tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se
difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única
mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una
colaboración diversa que participa de la única fuente" (LG 62).
II. El culto a la Santísima Virgen
971
"Todas las generaciones me llamarán
bienaventurada" (Lc 1, 48): "La
piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del
culto cristiano" (MC 56). La Santísima Virgen «es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y, en
efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el
título de "Madre de Dios", bajo cuya protección se acogen los fieles
suplicantes en todos sus peligros y necesidades [...] Este culto [...] aunque
del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da
al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece
muy poderosamente" (LG 66); encuentra su expresión en las fiestas
litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración mariana,
como el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio" (MC 42).
III. María icono escatológico de la Iglesia
972 Después de haber hablado de la Iglesia, de
su origen, de su misión y de su destino, no se puede concluir mejor que
volviendo la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su
misterio, en su "peregrinación de la
fe", y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para la gloria de la Santísima e indivisible
Trinidad", "en comunión con
todos los santos" (LG 69), aquella a quien la Iglesia venera como la
Madre de su Señor y como su propia Madre:
«Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada
ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que
llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que
llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de
esperanza cierta y de consuelo» (LG 68).
Resumen
973 Al pronunciar el Fiat de la Anunciación y
al dar su consentimiento al misterio de la Encarnación, María colabora ya en
toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde Él es
Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.
974
La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en
cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de
la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros
de su cuerpo.
975 "Creemos que la Santísima Madre de Dios,
nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su oficio
materno con respecto a los miembros de Cristo (Credo del Pueblo de Dios, 15).
LOS DOGMAS MARIANOS
por el Padre Javier Alson smc
http://campus.udayton.edu/mary/Spanish/Los_Dogmas.html
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INTRODUCCIÓN
El concepto de Dogma debe ser revisado y entendido de manera más
amplia. No es simplemente una verdad que hay que creer obligados porque si no
quedamos por fuera de la Iglesia. Al dogma se llega después de años de reflexión,
búsqueda teológica, aclaración doctrinal y contraste de opiniones diversas.
La Iglesia, normalmente en un Concilio que reúne gran parte de ella, por eso
se llaman ecuménicos, declara verdades que desde ese momento en adelante
están claramente definidas y deben ser creídas de esa manera como están
definidas, como dogmas de fe; de lo contrario la persona ya no pertenece a la
fe y doctrina de la Iglesia sino que pertenece a otra denominación religiosa.
Una vez definido un dogma, es como una ventana que se abre hacia el
infinito, donde puede penetrar la luz de Dios y donde se sigue profundizando
en la verdad revelada. El dogma no es por lo tanto un límite sino más bien
una etapa en el camino de la verdad, donde se establecen ciertos contenidos
con claridad y desde cuya base se va a continuar elevando el edificio
doctrinal de la Iglesia.
En general el pueblo de Dios en su conjunto tiene un sentido de la
fe, sensus fidei, que permite el consenso dogmático. Las
posturas contrastantes son de unos pocos que no armonizan con el sentido de
la fe y que por lo tanto son rechazadas como verdades reveladas de Dios, como
dogmas. En nuestra fe hay muchas creencias que no han sido decretados como
dogmas; hay santos que no han sido canonizados. Por ejemplo, la Virgen María
es la más santa de los creyentes en Cristo, sin embargo nunca hubo una
declaración o canonización de María como santa de la Iglesia.
Las definiciones dogmáticas se han hecho en la medida que han sido
necesarias, pero la totalidad de la doctrina cristiana no está definida de
manera específica como dogmas, sino que hay puntos clave de la doctrina que
se han declarado dogmas como tales.
El Credo de la Iglesia es el resumen de nuestra fe cristiana; allí se
encuentran declarados los dogmas fundamentales de nuestra fe; que son, el
creer en Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo; el papel de cada cual; Dios
Es Creador, Jesucristo es el Redentor, nace de María y por obra del Espíritu
Santo; padece, muere y resucita para salvarnos del pecado y de la muerte, después
asciende a los cielos; el Espíritu es Señor y Dador de Vida; la Iglesia, el
perdón de los pecados, que es la esencia de la vida cristiana y que se da en
los sacramentos; la resurrección de los muertos (de la carne) y la vida
eterna.
Este es el núcleo fundamental de nuestra fe cristiana; por la cual
somos cristianos y no de otra religión. Además de este núcleo fundamental,
nuestra fe sigue teniendo muchas otras creencias que no están claramente
definidas en el credo y que algunas de ellas se han ido definiendo a lo largo
de la historia eclesial y entran en el edificio de las verdades reveladas. El
Concilio Vaticano II propuso el concepto de jerarquía de los dogmas, lo cual
ha permitido un mayor acercamiento ecuménico, puesto que hay muchas creencias
en las que coincidimos de verdad con los otros cristianos, y las que nos
separan muchas veces son pocas respecto al conjunto de verdades que nos
acomunan.
Esto significa que las verdades o los dogmas menos centrales pueden
durar más tiempo para ser entendidos por nuestras hermanos separados, o
pueden realizarse diálogos para lograr entenderse en ellos, y encontrar un
lenguaje que permita descubrir si de verdad creemos o no en forma diferente
en esas verdades que consideramos son revelación de Dios. Esto ocurre especialmente
con los dogmas marianos, que representan una fuerte tensión en las relaciones
teológicas y doctrinales con los protestantes y también en cierta forma con
los ortodoxos.
LOS CUATRO DOGMAS MARIANOS
Hasta ahora la Iglesia ha declarado cuatro verdades sobre María en
forma dogmática: María Madre de Dios,
María Siempre Virgen, La Inmaculada Concepción de María y la Asunción de
María.
La Iglesia se fijó en María por causa de Jesús; desde la Biblia vemos
aparecer a María relacionada con Jesús. Ella es nombrada en el evangelio de
Lucas, el nombre de la virgen era María (Lc 1,27), porque
Jesús al encarnarse tuvo que hacerlo en una persona concreta de carne y
hueso, con nombre y apellido, perteneciente a una familia y un pueblo
concretos.
En la medida que la Iglesia fue reflexionando en las verdades
reveladas de Dios, siguió acudiendo a María para entender mejor a Jesús. Él
era verdadero hombre y verdadero Dios; para ser verdadero hombre tiene que
ser hijo de un ser humano; para ser verdadero Dios tiene que ser por obra del
Espíritu de Dios y no por semilla humana. Y estos son los dos primeros dogmas
marianos, la Maternidad Divina y la Virginidad de María, es decir, María es
Madre de Dios y es siempre Virgen. María es una madre humana que da a luz un
hijo que es Dios, el Mesías de Dios, pero sin tener relaciones con hombre. El
relato de la Anunciación en Lucas (Cf. Lc 1,26-38), nos dice con claridad
esta realidad humano-divina de Jesús, y que María es la madre, por la
intervención del Espíritu Santo y no por la intervención de un varón humano.
María es la madre de Cristo, que luego en el siglo V la Iglesia la proclama
como madre de Dios (Theotokos),
y María es al mismo tiempo Virgen, que la Iglesia en varias ocasiones declara
como siempre virgen.
Ambas verdades sobre María aclaran la naturaleza de Cristo y fueron
analizadas por la Iglesia durante los primero seis siglos para superar todas
las discusiones cristológicas. Si Cristo es realmente humano es porque tiene
una madre humana; si Cristo es realmente divino es porque fue engendrado por
el Espíritu Santo en una madre virgen.
Los otros dogmas marianos, la Inmaculada Concepción y la Asunción, se
centran más directamente en la figura de María, pero también tienen que ver
con la cristología y la eclesiología; son la consecuencia lógica de la
Historia de la Salvación, y a nivel teológico, son la consecuencia lógica de
la vida de Cristo y de su acción salvífica concreta en la Iglesia.
Así como el Verbo se hizo carne en una mujer concreta de carne y
hueso, sino no hubiese sido realmente humano; así mismo su acción salvífica
es concreta en la Iglesia, que es su cuerpo místico. La doctrina de la
Iglesia, que está plasmada en el credo, tiene como su centro el misterio
pascual de Cristo, que da como resultado el perdón de los pecados y por lo
tanto la limpieza del mal, para poder acceder a Dios. El poder redentor de
Dios, realizado por medio de Jesucristo, tiene como resultado final la
creación de su propio cuerpo que es la Iglesia; este cuerpo debe ser puro,
inmaculado y santo; es la marca fundamental de la santidad de Dios, que
afecta la humanidad y la hace apta para participar en el reino de Dios. El
dogma de la Inmaculada Concepción de María tiene que ver con esa potencia
redentora de Cristo, que vino a traer la gracia de Dios a la humanidad; el
resultado es una Iglesia Inmaculada, pero la primera que goza de esa
situación es María, la que llama el ángel kejaritomene,(Cf. Lc
1,28) la llena de gracia, la favorecida por la gracia de Dios, María es
Inmaculada, sin mancha de pecado, pero no simplemente después de su vida de
niña y como adulta, sino que ella es llena de gracia, pura, desde el instante
de su concepción, porque fue la tierra donde se sembró la Palabra de Dios;
fue la tierra preparada por Dios previamente para enviar a su Hijo al mundo.
El credo nos dice que Cristo ascendió a los cielos; después de haber cumplido
su misión, de pasar por la pasión, muerte y resurrección, Cristo vuelve al
Padre, y por lo tanto asciende a los cielos. Su suerte debe ser la suerte de su
esposa la Iglesia, y por lo tanto toda la Iglesia debe ascender a los cielos
junto con Él. María es la primera asunta a los cielos, y este es el cuarto
dogma mariano que la Iglesia ha declarado. Es consecuencia directa de la
acción redentora de Cristo en la humanidad y es primicia de nuestra asunción,
de nuestra salvación en la presencia de Dios como Iglesia de Cristo.
OTRAS VERDADES
MARIANAS
El proceso dogmático de la Iglesia no se agota; al contrario, se va
profundizando cada vez más: el Espíritu de la verdad los guiará hasta
la verdad completa (Jn 16,13). Las verdades sobre María han ayudado
a comprender las verdades sobre Cristo y sobre la Iglesia, y seguramente
seguirán ayudando a comprender mejor las verdades sobre la historia de la
salvación, el enfrentamiento con el mal por parte de la Iglesia, las
realidades escatológicas, todo lo que sea necesario en el devenir de la
Iglesia y en la lucha por alcanzar el reino del Padre a lo largo de la
historia humana.
Desde hace varios siglos se ha hablado de otras verdades marianas como
son la Mediación de María, la Maternidad Espiritual de María, la Realeza de
María, la Corredención de María; además hay otros aspectos relacionados a
María y que tienen que ver con la fe como es el caso de las apariciones marianas,
las diversas devociones marianas, la religiosidad popular mariana; y todas
las cualidades o alabanzas que se hacen de María en las letanías del Rosario,
como por ejemplo decir Rosa Mística, Torre de David, Torre de Marfil, Arca de
la Nueva Alianza, etc., que son verdades relacionadas a María, no llegan a
ser declaraciones dogmáticas pero se viven con mucha fe y devoción por parte
del pueblo de Dios, ya sea en la liturgia como en las devociones
particulares.
En este sentido existe una relación directa entre la liturgia, la
devoción y la dogmática, lo que se ha llamado a lo largo de los siglos lex
orandi, lex credendi, es decir, lo que se ora y celebra en la devoción y
en la liturgia es en realidad lo que se cree, por lo tanto son consideradas
de parte del pueblo cristiano como verdades reveladas por Dios, aunque no
hayan sido definidas oficialmente por la Iglesia jerárquica como tales. El
ejemplo de los santuarios marianos, que mantienen un flujo considerable de
creyentes y animan y sostienen la fe de millones de personas cristianas,
indica la convicción de que María nos ayuda en nuestro camino hacia Dios, de
que ella intercede, de que ella es nuestra madre espiritual, aunque la
Iglesia no lo haya declarado específicamente como dogma.
Lo que creemos de María es lo que creemos de la Iglesia; en el fondo
las verdades cristianas no se pueden separar, sino que se van diferenciando
conceptualmente para entenderlas mejor y al mismo tiempo para diferenciarse
de otras doctrinas que no creen en lo mismo. El negar una verdad en nombre de
otra es un error; lo que hay que hacer más bien es comprenderlas e
integrarlas mejor, porque cada verdad tiene su propio lugar dentro del
conjunto doctrinal pero todas están relacionadas en forma orgánica, es lo que
se utiliza como concepto en el Catecismo de la Iglesia Católica, la analogía
de la fe, que está presente en toda la Sagrada Escritura, y que está presente
en el credo y toda la fe de la Iglesia; la doctrina no puede contradecirse
nunca, lo que hay es que comprenderla y descubrir su armonía. Lo mismo ocurre
con las verdades marianas; a veces incluso nos han dividido dentro de la
misma Iglesia, y son fuente de roces entre las diversas denominaciones
cristianas, pero en el proceso de profundización y diálogo hay que ir avanzando
en discernir su propio lugar y descubrir el aporte y el enriquecimiento que
hacen al cuerpo total de la doctrina eclesial. No podemos aceptar el concepto
de Karl Barth, el famoso teólogo protestante reformado, quien llegó a afirmar
que la mariología es una excrecencia (un tumor) de la teología; al contrario,
el estudio de la doctrina mariana, y de su consiguiente dogmaticidad, es una
necesidad indispensable para comprender la doctrina total de la Iglesia, y es
una riqueza y una experiencia extraordinaria que hay que aprovechar. Cada
doctrina sobre María, si es verdadera, tendrá su lugar y su función; la
profundización de esta búsqueda doctrinal es tarea de toda la Iglesia,
especialmente de los teólogos, y si la hacemos de manera auténtica llegaremos
con la ayuda del Espíritu a la verdad plena.
I- LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA
En la Biblia encontramos varias citas que apuntan a esta realidad
mariana. El evangelio de Mateo nos dice refiriéndose a la reacción de José
ante el embarazo de María: Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del
Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas
tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu
Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió
para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: =
Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre
Emmanuel, = que traducido significa: «Dios con nosotros.»(Mt 1,20-23), lo
cual indica que ese hijo de María viene de Dios y no viene por intervención
de varón, puesto que José era el prometido de María y él no tuvo que ver en
eso. Al final Mateo resalta que se está cumpliendo la profecía del Emmanuel,
Dios con nosotros; Dios ha llegado; Jesús es Dios; la madre de Jesús es madre
de Dios.
Lucas relata la anunciación del ángel a María (Cf. Lc 1,26-38), donde
se establece un diálogo entre ella y el ángel, éste le dice que concebirá un
hijo que será llamado Hijo del Altísimo (Lc 1,32), como
sabemos, en la Biblia el nombre significa lo que en realidad es la persona
que lo lleva; Lucas está indicando que Jesús es verdaderamente Hijo del
Altísimo, Hijo de Dios; María por lo tanto es la madre del Hijo de Dios. Ella
sigue dialogando y preguntando cómo puede ser eso posible, puesto que no
conoce varón, no está en relaciones carnales con ningún hombre y el ángel le
explica la manera cómo va a suceder, por la acción del Espíritu Santo, que
cubrirá a María con su sombra y por eso lo que nacerá de ella será
santo y será llamado Hijo de Dios (Lc 1,35). Lo que nace de María es
el Hijo de Dios; es Dios mismo, por lo tanto María es Madre de Dios (paridora
de Dios, Theotokos).
La naturaleza humana del Hijo de Dios viene de María y de nadie más;
la naturaleza divina de Jesús viene de Dios y de nadie más, pero la persona
de Jesús nace en nuestra historia desde María, y ella es plenamente su madre.
Ella seguirá siendo eternamente su madre, como Lucas afirma: El será
grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de
David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no
tendrá fin.» (Lc 1,32-33) El niño que dará a luz María reinará
eternamente, su reino no tendrá fin; es Señor para siempre, porque así lo
quiso Dios Padre, y María es su madre para siempre, la Madre de Cristo, que
es Dios, por lo tanto la madre de Dios.
En la época de la Iglesia primitiva, cuando se escribieron los
evangelios, ya María tenía una particular relevancia; encontramos un título
especial dado a María, que representa una reflexión teológica del pueblo
creyente y al mismo tiempo una elaboración escrita de parte del evangelista;
en boca de Isabel, Lucas pone el hermoso título de María: la madre de mi
Señor; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lc
1,43). Esta expresión nos indica que en aquella época se le llamaba así a
María, con respeto y admiración, además con gran alegría de parte de esas
personas que pudiesen recibir la visita de María a sus hogares.
San Pablo en la carta a los Gálatas también indica la maternidad
divina de María aunque de forma indirecta: Al llegar la plenitud de
los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley… (Gal
4,4ss). De nuevo se vuelve a resaltar la realidad de la maternidad de una
mujer que da a luz al Hijo de Dios.
El libro del Apocalipsis también expresa, de manera simbólica pero
bastante precisa, la maternidad divina de María: Una gran señal apareció
en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una
corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los
dolores del parto y con el tormento de dar a luz.... = El Dragón se detuvo
delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo
diera a luz. La mujer = dio a luz un = Hijo = varón, = el que ha de = regir a
todas las naciones con cetro de hierro; = y su hijo fue arrebatado hasta Dios
y hasta su trono. (Cf. Ap 12). Aquí se nota el drama del Hijo de
Dios, el Misterio Pascual de Cristo, que nace de una mujer, se enfrenta al
antiguo dragón, la serpiente antigua, que trata de matarlo, y al final es
arrebatado hasta Dios y reina sobre todas las naciones. María, la madre de
Cristo, también es perseguida por el dragón pero ella es protegida y llevada
al desierto en alas de águila, al final el dragón persigue a los otros hijos
de la mujer, refiriéndose a los cristianos, los discípulos de Jesús. Ser
madre de Dios no es simplemente un honor o un privilegio; también implica
participar de la lucha espiritual y de los ataques del mal contra Dios.
Se han encontrado tablillas de barro que indican la oración a María
madre de Dios desde tempranas épocas de la Iglesia. Ya en el siglo III
encontramos en Egipto la famosa oración sub tum praesidium: Bajo
tu amparo nos acogemos santa madre de Dios, no desprecies las súplicas que te
hacemos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro ¡Oh
virgen gloriosa y bendita! Lo cual nos indica que había reuniones de
oración donde los fieles cristianos rezaban juntos e invocaban la protección
de María dándole el título de Madre de Dios.
DECLARACIÓN
DOCTRINAL. CONCILIO DE ÉFESO (431)
La teología alejandrina (Egipto) y la teología Antioqueña (Grecia)
tenía una cierta diferencia en cuanto a la comprensión de conceptos
filosóficos. Alejandría, con Cirilo como Patriarca, tenía una visión más
unitiva; las dos naturalezas de Cristo estaban completamente unidas, formando
una persona, que es el Verbo hecho carne. Por lo tanto a María se le puede
llamar Madre de Dios (Theotokos) porque ella es la madre del Verbo
encarnado, quien es Dios. La teología de Antioquia, con el Patriarca Nestorio
a la cabeza, veía más las dos naturalezas de Cristo como separadas,
resaltando la diferencia de ambas más que su unión. Nestorio afirmó que no se
podía llamar a MaríaTheotokos sino Cristotokos, es
decir Madre de Cristo en vez de Madre de Dios.[1]
La discusión teológica estaba centrada en la cristología más que en la
mariología, y los padres de la Iglesia trataban de ser fieles a la fe Nicena,
al Concilio de Nicea donde se había declarado con mayor precisión las dos
naturalezas de Cristo. En el Concilio Constantinopolitano I, reunido por el
emperador Teodosio en el año 381, se había expresado la fórmula del credo
referente a la encarnación como: Et incarnatus est de Spiritu Sancto
et Maria virgine, esta expresión conserva un auténtico tono arcaico de
las más antiguas fórmulas del credo que sintetizaban la fe de la Iglesia
ligada a la revelación bíblica y la tradición fiel al dato apostólico, y
expresan el aporte materno de María para la encarnación del Verbo, pero no
explican la manera, la naturaleza del hecho, sino solamente lo afirman como
tal.
Después del Concilio de Nicea y de Constantinopla se desarrolla la
discusión teológica del intercambio de atributos entre la naturaleza humana y
divina de Cristo, y por lo mismo, la posibilidad de llamar a María como
la Theotokos. Apolinar de Laodicea llega a afirmar que el Verbo
al encarnarse había asumido el cuerpo y el alma sensible, pero que las
actividades espirituales eran ejercitadas solamente por parte del Verbo. El
Verbo encarnado por lo tanto carecía de verdadera libertad humana y no podía
estar sujeto a ninguna forma de mutabilidad. Pero esta doctrina era
incorrecta porque al fin se podría confundir la redención realizada por
Cristo, el Verbo no sufriría en la cruz realmente. Apolinar afirma que María
sí puede ser llamada Theotokos, porque existía una real y
perfecta unidad del Verbo encarnado y María es la progenitora de ese Verbo
encarnado. Apolinar daba la idea de que el Verbo se encarnó en María pasando
por ella, como pasa la luz por un cristal. Pero esta percepción no ayuda a
realizar la profundidad del hecho de la encarnación, donde verdaderamente se
da una unión de ambas naturalezas. Para profundizar esta unidad se desarrolla
la doctrina del intercambio de atributos entre las dos naturalezas de Jesús.
Todos estuvieron contrarios a Apolinar, tanto de la escuela Antioqueña
como la de Alejandría, para defender la perfecta integración de las dos
naturalezas de Cristo definidas en el concilio de Nicea. La respuesta
alejandrina fue diferente de la antioqueña. Los alejandrinos hablaron de
unión intrínseca, real, hipostática, es decir, en el único ser o subsistencia
del Verbo, por lo cual mantenían el intercambio de atributos entre las dos
naturalezas y afirmaban que sí era legítimo el título de Theotokos.
Los de Antioquia, partiendo del concepto aristotélico de que a una naturaleza
humana corresponde una subsistencia humana propia, hablaron de conjugación
externa, inhabitación del Verbo en el hombre, de unión moral debido a la
benevolencia y no a la sustancia, por lo tanto las dos naturalezas conservan
siempre sus características propias y no es lícito el intercambio de
atributos entre ambas, por lo cual María no puede ser llamada
propiamente Theotokos, sino más bien Christotokos,
porque el Verbo no puede haber nacido de una mujer.
El emperador Teodosio II decreta el concilio en Éfeso, el mismo
Nestorio quiso convocarlo, y se da el año 431. Nestorio es condenado y se
aprueba la doctrina de Cirilo de Alejandría como acorde a Nicea. Las
discusiones del concilio de Éfeso son esencialmente cristológicas, pero la
maternidad divina de María está en el centro de ellas, no como un agregado
sino como algo fundamental. Al final se puede resumir la doctrina aprobada de
la siguiente manera: las dos naturalezas, humana y divina, diversas pero cada
una perfecta en sus propios atributos, convergen en una verdadera unidad
mediante una misteriosa e inefable convergencia y constituyen un solo
Jesucristo, un solo Hijo, y aún en la unión que se forma en el Señor Jesús
permanecen intactas las diferencias específicas de cada una; la unidad entre
las dos ocurren en el mismo útero materno; el Verbo une a sí por hipóstasis
la naturaleza humana. Esta unión hipostática no es según la sustancia sino
que es una subsistencia; ambas naturalezas subsisten. Así se da el
intercambio de atributos y el Verbo encarnado adquiere las características de
la naturaleza humana, por lo tanto puede nacer verdaderamente de una mujer,
puede padecer, puede morir en una cruz y luego resucitar, puede ascender al
cielo, y por lo tanto puede redimirnos realmente. El Verbo, generado del
Padre, ha nacido de una mujer, no en el sentido de que su naturaleza divina
tuvo su origen en el vientre de María, sino que habiendo unido a sí mismo la
naturaleza humana por una unión hipostática, nació de una mujer.
De esta manera se le puede y debe decir a María Theotokos,
para expresar claramente la realidad de Cristo, para comprenderla mejor, para
entender que ese Verbo es realmente Dios pero al mismo tiempo es realmente
hombre, sin confusión ni separación de naturalezas; esa unión se da en el
útero de María y de ella por lo tanto nace el Mesías, quien es verdadero Dios
y verdadero hombre. Ella no es simplemente la paridora de Dios como si el
Verbo pasase sin involucrarla, sino que ella es realmente la madre del Verbo
encarnado, que se hizo hombre de verdad, pero que ese hombre es Jesús, el
hijo de María. El fruto bendito del vientre de María es el Verbo de Dios, la
Palabra hecha carne, es Dios mismo. María es Madre de Dios, Theotokos.
La tercera carta de Cirilo para responder a Nestorio es una carta con
anatemas; esta carta es aprobada en el concilio de Éfeso como doctrina
oficial de la Iglesia y así queda rechazado Nestorio con su doctrina y
aprobada la doctrina de Cirilo de Alejandría.
1. Si Alguno no confiesa que el Emmanuel es Dios en verdad y que por
esta razón la Santa Virgen es Madre de Dios (porque ella engendró carnalmente
al Verbo de Dios hecho carne), sea anatema.[2] Luego continúa la carta explicando cuidadosamente
el problema de la naturaleza de Cristo y de la relación entre su naturaleza
divina y humana, proclamando en cada punto un anatema. De esta manera queda
claro que la doctrina mariológica forma parta de la explicación de la
doctrina sobre Cristo; al aclarar mejor quién es Cristo se aclara mejor quién
es María y viceversa, pero ambas realidades van estrechamente unidas, porque
el misterio de la encarnación es lo que define de raíz toda la obra de la
redención; Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, sino no pudiese
habernos redimido; por lo tanto María es la Madre de Dios encarnado.
Lucas en su evangelio insiste también en este aspecto: Al
sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea,
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
casa de David; el nombre de la virgen era María. (Lc 1,26-27) y más
adelante en el relato de la anunciación la misma María pregunta:«¿Cómo
será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34) y el ángel le
explica: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será
llamado Hijo de Dios.(Lc 1,35). Lucas enfatiza claramente la virginidad
de María, requisito indispensable para la encarnación del Verbo y por lo
tanto para que Jesucristo tenga naturaleza divina y en consecuencia para que
haya podido redimirnos del mal. Si no hubiese sido Dios no hubiese podido
redimirnos y si un hubiese sido hombre tampoco, ambas cosas son inseparables,
y María entra plenamente en este misterio, ella es la verdadera madre humana,
que le hace humano al Verbo eterno, y a la vez es virgen, que garantiza el
origen divino de Jesús.
El Evangelio de Juan también asoma en su prólogo el origen divino de
Jesús y la no participación carnal en su nacimiento. En el principio
existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. (Jn
1,1) y más adelante dice: la cual no nació de sangre, ni de deseo de
hombre, sino que nació de Dios. (Jn 1,13) Que a veces es traducido
como “los cuales” en vez de “el cual”, pero sin embargo Juan, y la tradición
sucesiva de la Iglesia, apuntan al misterio de la virginidad de María, allí
no hubo deseo de carne ni de hombre, sino que el Verbo se hace hombre por la
acción directa de Dios, sin intervención humana. Y la Palabra se hizo
carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria
que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. (Jn
1,14). Aquí Juan utiliza la misma palabra para Cristo que Lucas usa para
María: Lleno de gracia (y de verdad), y luego afirma que
recibe su gloria del Padre porque es su Hijo Único.
La doctrina de la Iglesia desde el comienzo mantuvo la virginidad de
María, que está entrelazada con la maternidad divina de María, una cosa va
con la otra. La señal prodigiosa de que una virgen iba a dar a luz sin
concurso de varón supera todas las señales que desde el comienzo del antiguo
testamento marcaron el camino extraordinario de Dios, como es el caso de la
esterilidad de Sara y tantas otras mujeres importantes de la Biblia, que por
intervención de Dios quedan embarazadas; la misma Isabel, esposa de Zacarías,
queda embarazada después de mayor por una gracia especial de Dios, quien de esta
manera estaba marcando la era mesiánica, la llegada del Salvador, puesto que
Juan, el más grande de los profetas, fue el encargado de prepararle el
camino.
El signo de la virgen que da a luz sin intervención de varón supera
infinitamente los milagros de quedar embarazadas las mujeres estériles. De
Sara sale el pueblo de Israel, el pueblo de la fe del Antiguo Testamento; de
María sale el Mesías, el Verbo de Dios encarnado, cabeza del nuevo pueblo de
Dios la Iglesia.
La virginidad de María implica también un hecho espiritual; ella es la
morada del Verbo eterno, lleno de gracia y de verdad; y sabemos que el
demonio es llamado príncipe del mundo, padre de la mentira. En Jesús no hay
nada de mentira, todo es verdad. La virginidad de María apunta también a una virginidad
espiritual y prepara los futuros dogmas marianos. La Iglesia desde el
comienzo sintió en su sensus fidei una repugnancia de pensar
que María pudiese haber tenido más hijos después de Jesús. En la Biblia no
hay manera de probarlo, aunque hay algunos pasajes que parecen contradecir la
perpetua virginidad de María.
Si los escritores sagrados del Nuevo Testamento hubiesen querido
expresar con claridad que María tuvo otros hijos lo hubiesen escrito. Así en
varias ocasiones se afirma concretamente la filiación de Jesús respecto a
María y la maternidad de María respecto a Jesús, pero en ninguna parte de la
Biblia aparece que diga: “tal y tal los otros hijos de María”. Lo que
encontramos son expresiones como “su madre y sus hermanos” (Mt 12,46) pero
Jesús refuta este parentesco y afirma el parentesco por la fe, que está por
encima del parentesco por la sangre. En este caso el evangelista está
mostrando la tensión que hubo en la Iglesia primitiva entre los
judeocristianos, entre los cuales se encontraban los familiares de Jesús, y
los cristianos gentiles; al comienzo unos querían tener más privilegios por
ser del mismo pueblo, o por estar circuncidados, en resumen, por ser judíos,
mientras que los otros podían sentirse menos. En este sentido se enfatiza el
parentesco de la fe por encima de la sangre. La unión en la Iglesia forma una
nueva familia, donde todos somos hermanos y tenemos una madre virgen, que nos
adopta a todos por igual por ser justamente virgen, por no tener sino a
Jesucristo y porque éste al fin le manda ser nuestra madre (Cf Jn 19,25ss).
El pasaje de Mateo 13,55 nos vuelve a plantear la cuestión: ¿No
es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos
Santiago, José, Simón y Judas? Pero no dice en ningún momento en
forma explícita que son hijos de María. Así como dijeron “el hijo del
carpintero” porque no sabían la naturaleza divina de Jesús, así también la
gente podía decir “sus hermanos” que eran la gente de su entorno, sus
familiares, sus vecinos. Jesús era uno de tantos, formaba parte de su pueblo,
vivía en una casa concreta, de una familia concreta; la encarnación del Verbo
fue real, pero eso no significa que María tuvo otros hijos. En Mateo 28,10 el
mismo Jesús utiliza la palabra “hermanos” para indicar a sus discípulos y
amigos: Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis
hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.» Esta palabra indica
una relación especial, familiar, y la Iglesia primitiva realmente fue una
familia; los lazos que se forman por la fe crean una verdadera familia, pero
no simplemente humana; es la familia escatológica, la familia de los hijos de
Dios y hermanos en Cristo. La realidad virginal de María entra dentro de esta
nueva creación de Dios; ella está destinada a ser la madre espiritual de la
nueva familia escatológica; su total dedicación a Cristo, su virginidad
consagrada a Él, le prepara para ser la madre virgen de todos los cristianos.
El evangelio de Lucas utiliza la palabra “hermanos” al final cuando
Jesús se dirige a Pedro respecto al escándalo de la cruz: pero yo he
rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto,
confirma a tus hermanos.» (Lc 22,32). Por esto la Iglesia desde el
comienzo valoró el uso de la palabra “hermano” dentro del contexto de la fe,
más que dentro del contexto simplemente humano. El evangelio de Juan también
utiliza la palabra “hermano” en contexto eclesial de la fe: Dícele
Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis
hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.»(Jn
20,17) Aquí ya se perfila con mayor claridad el sentido de la Iglesia como
familia; mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios. Lo que Cristo hizo
fue hacernos hijos de Dios; somos sus hermanos, pero también somos hijos de
su madre. El que María se mantuviese siempre virgen, tal como lo ha afirmado
la Iglesia siempre, era también requisito para asegurar que ese Hijo fue
realmente engendrado por obra del Espíritu Santo y no por obra de varón. Por
otra parte la realidad terrible que María tuvo que padecer por causa de su
Hijo Jesús exigía una dedicación especial; ella no podía distraerse de su
misión y de esa espada que le atravesaría el corazón (cf Lc 2,35). Esta
espada se clava en el alma de María cuando Jesús muere en la cruz, y desde la
cruz Jesús entrega a María al discípulo amado, lo cual es un gesto simbólico
de la nueva realidad espiritual; María en su corazón virginal, en su cuerpo
virginal, asume a los discípulos de su Hijo como hijos propios. También Juan
muestra, comprendiendo este versículo de manera más literal, cómo María
quedaba sola al morir Jesús y éste se la encomienda al discípulo amado, al
que estuvo allí al momento que muere en la cruz.
El Apocalipsis también hace referencia a “los otros hijos de la
mujer”: Cuando el Dragón vio que había sido arrojado a la tierra,
persiguió a la Mujer que había dado a luz al Hijo varón. (Ap 12,13);
aquí el autor enfatiza al Hijo varón, que es Cristo; esta es realmente la
maternidad que tiene relevancia por parte de María. Luego continúa el libro y
afirma: Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al
resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el
testimonio de Jesús. (Ap 12,17). Aquí vemos claramente expresada la
maternidad espiritual de María respecto de los creyentes, los hermanos de
Jesús por la fe, que son verdaderos hijos de María por adopción y por mandato
de Jesús en la cruz (Cf Jn 19,25ss).
En resumen podemos decir que los evangelistas quisieron marcar la importancia
de la nueva familia en la fe, que es la Iglesia, creada por Dios para vivir
la redención y salvación. Esta nueva familia de Dios está marcada por una
realidad profundamente humana; las relaciones con Dios son como Padre, Abba,
las relaciones entre los discípulos son como de hermanos; las relaciones que
Jesús tuvo en su vida se convierten en las relaciones de toda la Iglesia. Su
Padre es nuestro Padre, pero también su madre es nuestra madre. Esta nueva
realidad no viene del deseo de la carne, sino de Dios; la virginidad de María
es extremadamente fecunda y le prepara a asumir la nueva maternidad
espiritual; ella tiene miles de millones de hijos. La potencia de Dios se
manifiesta en esa pureza virginal de María que se convierte así en madre de
la humanidad, madre de la Iglesia.
LA TRADICIÓN
Desde el principio la Iglesia mantuvo la perpetua virginidad de María,
la cual se afirmó en varias ocasiones en concilios ecuménicos, con un valor
dogmático. San Ignacio de Antioquía (+ c. 110) utiliza la formula paulina de
una manera más precisa diciendo: “Nacido verdaderamente de una virgen”
(Smirn. 1), para rebatir a los gnósticos de su tiempo quienes afirmaban que
Jesús había venido como el agua por el canal, que era María, y no había
tomado nada de ella. Quedaron ocultos al príncipe de este mundo la virginidad
de María, su parto, así como la muerte del Señor; tres clamorosos misterios
que ocurrieron en el silencio de Dios” (Efes. 19).
San Justino, mártir (+ c. 165) defiende la naturaleza humana de Cristo
no la divina como hizo Ignacio respecto de los gnósticos sino respecto de los
judíos y paganos; se refiere en su apología a la profecía de Isaías 7,14, y
llega afirmar: “Nadie fuera de nuestro Señor Jesucristo ha sido generado de
virgen”; al mismo tiempo rechaza cualquier sentido erótico de este nacimiento
de la virgen, como lo hacían los mitos paganos.
San Ireneo de Lyon (+ 202) también habla de la virginidad de María
para defender la divinidad de Cristo; si hubiese nacido por semen de varón él
sería un hombre cualquiera y no hubiese podido redimirnos del pecado, y habla
de la recapitulación, donde la virgen Eva cae por su incredulidad, la Virgen
María recupera por su fe. Además Ireneo plantea la cuestión de la virginidad
durante el parto.
Tertuliano, en África en el siglo III, afirma en consonancia con
Justino e Ireneo que Cristo es de una madre virgen porque no tiene un hombre
por padre. Clemente de Alejandría (+ c. 215) y Orígenes (+ c. 254) afirman lo
mismo, y en otros contextos, en la parte griega y europea Arístides de
Atenas, Melitón de Sardes. Hipólito de Roma (+ 235) escribe: El Dios Logos…
se reviste de la santa carne de la santa Virgen. Orígenes defiende la
perpetua virginidad de María afirmando que aquel cuerpo destinado a servir la
Palabra no tuviese relación sexual con ningún hombre, del momento que el
Espíritu Santo se posó sobre éste.
Los diferentes credos de las iglesias particulares casi todos
nombraron específicamente a María virgen, como es el caso del credo romano de
inicios del siglo III, hecho por Hipólito de Roma, y asumido por otras
iglesias de Italia y de África. Jesucristo, que nació del (de)
Espíritu Santo y de (ex) María virgen. Al final el credo Niceno (325)
y el constantinopolitano (381), que quedaron para la Iglesia universal,
afirman específicamente lo mismo sobre María; esta trama de los credos tiene
importancia fundamental y autoridad eminente considerando que corresponde a
la regla de la fe única inmutable e irreformable de la Iglesia, y que viene
de los apóstoles.
El pensamiento teológico luego se fue profundizando sobre la
virginidad perpetua de María; Epifanio (+403) afirma: ¿Quién y en cuál época
alguno ha osado pronunciar el nombre de María sin agregarle inmediatamente la
Virgen?
San Basilio de Capadocia (+ 379) afirma la virginidad perpetua de
María no en base a la Biblia o los apócrifos sino a causa del sensus
fidelis porque aquellos que aman a Cristo no podrían soportar al
pensar que la Theotokos hubiese cesado en cierto momento de
ser virgen. San León Magno papa (+ 461) afirma con claridad que Jesús fue
concebido por el Espíritu Santo dentro del vientre de María, quien lo parió
conservando la virginidad, como lo concibió conservando la virginidad. San
Agustín de Hipona, en el siglo V, el más grande influyente teólogo en su época
y épocas sucesivas, afirma lo inefable del misterio de la virginidad de
María: La virgen ha concebido, admírate, la virgen ha dado a luz, más
admirable aún; después del parto ha permanecido virgen.
DEFINICIÓN
DOGMÁTICA
El concilio de Constantinopla II (553) introduce la referencia de la
virginidad perpetua de María: “Tomó carne de la gloriosa Theotokos y
siempre virgen María”. El Papa Martín I convoca en concilio lateranense (649)
donde en el tercer canon del concilio se afirma en forma dogmática la perpetua
virginidad de María: “Si alguno no confiesa, según los santos padres, que la
santa y siempre virgen e inmaculada María sea en sentido propio y según
verdad madre de Dios, en cuanto propiamente y verdaderamente ha concebido del
Espíritu Santo, sin semen, y ha dado a luz, sin corrupción, permaneciendo aún
después del parto su indisoluble virginidad, al mismo Dios Verbo, nacido del
Padre antes de todos los siglos, sea anatema”.
Este concilio aunque no fue ecuménico, de toda la Iglesia, sin embargo
después el Papa Martín I envió cartas a todas las iglesias de Oriente y
Occidente, para que todos los fieles cristianos aceptasen estas verdades
piadosas de la recta doctrina. Es considerado por lo tanto como un dogma
mariano para la Iglesia universal.
CONCLUSIÓN
La virginidad de María, como las otras verdades marianas, forman parte
de un corpus de fe que no se puede dividir; está ligada a todas las otras
realidades reveladas por Dios y en la medida que se acepta y se comprende
mejor, fortalece la fe y la doctrina de los cristianos.
Podemos encontrar muchas ramificaciones para desarrollar estas
verdades dogmáticas, como es el caso de la total dedicación de María a Jesús
y luego a la Iglesia; ella es la madre del Verbo encarnado y luego la madre
de la Iglesia, la madre de los cristianos que encarnan en su corazón y en su
vida la Palabra de Dios. Ella se mantiene dentro de esa virginidad
perpetuamente, la cual corresponde a la gracia de Dios; la llena de gracia
acepta con un alma pura y virgen toda la presencia y el plan de Dios; su
cuerpo se mantiene totalmente libre de pecado, y no deja que por medio de los
deseos y actividades carnales pueda entrar el pecado. Su cuerpo asciende
luego a los cielos y queda glorificado para la eternidad, llevando a su
plenitud esa virginidad perpetua, que apunta en definitiva hacia la plena
glorificación en el reino de Dios; como afirma San Pablo refiriéndose a la
pureza que hay que apuntar y que implica el preludio de la glorificación en
el reino de Dios: por cuanto nos ha elegido en él antes de la
fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el
amor; (Ef 1,4) ya María lo vivió en su vida terrena, y su virginidad
corporal forma parte de esa pureza plena que ella tuvo desde el principio de
su vida y mantuvo durante toda su vida, a la cual llama Dios a toda la
Iglesia y a toda la humanidad.
III- INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA
Esta definición dogmática, junto con la última de la Asunción de María a los cielos fue proclamada directamente por un Papa, ratificando su autoridad en la fe, y no dentro de un concilio ecuménico, por eso los protestantes y ortodoxos se han opuesto a tomarlos como norma de fe. Sin embargo la afirmación dogmática papal no fue por un simple capricho, en el caso de la Inmaculada, el Papa hizo una consulta por carta a la cual respondió la mayoría de los Obispos en forma afirmativa, además de la historia de la teología sobre la Inmaculada que estudiaremos más adelante.
El dogma de la Inmaculada Concepción y de la Asunción de María se refiere
más directamente a María por sí misma, aunque tienen amplia referencia con
Cristo y con la Iglesia, sin embargo no muestran a primera vista esta
relación. En sentido ecuménico, para favorecer la comprensión de nuestros
hermanos separados, es importante resaltar en estos dogmas la relación de
María con los demás cristianos, es decir, lo que María vive es en función de
todos los cristianos, es un preludio de lo que le ocurrirá a la Iglesia; lo
que ella recibe es para toda la Iglesia, y no simplemente como un privilegio
para ella exaltarse.
EXPLICACIÓN
TEOLÓGICA DEL DOGMA
Lo que significa este dogma es exactamente lo siguiente: que la Virgen
María, desde el momento que fue concebida ella, es decir, que las dos células
que formaron su ser, la del papá y la de la mamá, se unieron en una sola en
el útero de su madre, fue preservada de toda mancha de pecado original.
Además implica que ella permaneció sin pecado durante toda su vida, lo cual
los ortodoxos llaman la panagia, la toda santa.
Esta definición dogmática tiene entonces dos aspectos fundamentales,
uno que es de contraste; la Virgen María no tuvo pecado y el otro es de
afirmación; la Virgen María por lo tanto estuvo llena de la gracia de Dios y
siempre mantuvo esa gracia.
En la visión ortodoxa, de las iglesias orientales, se enfatiza más
sobre el segundo aspecto, el de la gracia; en la visión occidental, católica,
se resalta la ausencia del pecado original. La visión protestante es más
negativa aún y ellos no aceptan este dogma, en realidad no definen si la virgen
tuvo pecado, pero tienen tendencia a minimizar a la Virgen María y por lo
tanto a considerarla en todo igual a los demás.
La Iglesia siempre ha considerado algo especial en la Virgen, y por
eso el culto de veneración que se hace a los santos (dulía) en el caso de la
Virgen se llama hiperdulía, porque es un culto especial. En el rito ortodoxo,
que prácticamente mantiene las mismas creencias que los católicos, se nombra
a la Virgen a lo largo de toda la liturgia, a cada momento que se hace una
oración; en la Iglesia católica se nombra varias veces durante la misa, como
en el “yo confieso”, cuando dice “y por eso ruego a María Siempre Virgen”;
también se nombra en la plegaria eucarística cuando se hace memoria de los
santos, y en el credo se nombra siempre a la Virgen.
Lo especial que tiene María respecto a los demás cristianos es, además
de ser la madre del Mesías y Señor, el hecho de nunca haber tenido mancha de
pecado. Este estado de gracia que nunca perdió María le hace estar en una
posición especialísima respecto al resto de la humanidad. Cuando Eva cayó en
pecado por escuchar la serpiente, entró el pecado en el mundo; todos los
seres humanos están afectados por ese pecado de los primeros padres; de
alguna manera quedan manchados desde el momento de ser concebidos, no
significa que tengan culpa del pecado cometido por sus antepasados pero sin
embargo por solidaridad humana, por pertenencia a la familia humana, son
afectados por ese pecado, quedan manchados. El Bautismo limpia del pecado a
quien lo recibe, y al mismo tiempo le da la gracia de Dios. Se puede decir
que María recibió lo que se recibe en el bautismo, desde el mismo instante de
su concepción; por eso ella fue preservada de la mancha del pecado original
que había permitido entrar Eva. María en este sentido es la nueva madre de
los que viven por Cristo; la Nueva Eva; pero esta madre es de la nueva
creación; aquella que va a estar libre del yugo del pecado.
La madre pura va a tener los hijos puros. La antigua maldición del
origen, donde el ser humano quedaba sometido al yugo del pecado y de la
muerte, queda abolida en María, y ella se entrega en cuerpo y alma a su
vocación de Madre; primero la madre de Cristo y luego la madre de la Iglesia,
que es el cuerpo de Cristo.
María recibió este privilegio de quedar libre del pecado original en
vista a su maternidad divina, y por los méritos de su Hijo Jesús, no por los
suyos propios. Fue una gracia de Dios, totalmente gratuita, en vista a que
ella iba a ser la tierra virgen que recibiría al Verbo y le daría su propia
carne. Ella no podía estar sometida al pecado siendo la madre del Todo Santo;
fue una cuestión de la justicia de Dios, de su plan de salvación; Él preparó
el vientre que iba a recibir a su Hijo, el primer sagrario, puro, inmaculado
y santo.
La respuesta de María a la gracia de Dios, que implicó su entrega
generosa al plan de Dios, su servicio sin fronteras, su fidelidad y presencia
en la respuesta discipular de fe, esperanza y caridad, llevan a María hacia
otras gracias y otros horizontes y otras tareas que ella sigue cumpliendo
para hacer lo que Dios le pide y llevar a delante el pan de salvación. Ella
mantiene toda su vida el tono de la fe y de la amorosa entrega al servicio de
Dios, al servicio de Cristo, al servicio de la Iglesia, y nunca comete pecado.
Ella es toda santa, inmaculada desde su origen, y sigue manteniéndose
plenamente en la gracia de Dios para siempre. Por eso María recibe luego
otros privilegios o gracias o premios de parte de Dios y de parte de la
humanidad. La primera consecuencia de su vida y de su obra es que ella es
asumida al cielo para vivir en el Reino del Padre por toda la eternidad; lo
que estuvo unido en la tierra está unido en el cielo. La Iglesia en un
momento dado la declara Reina de la creación; y la humanidad entera le rinde
homenaje de muchas maneras a lo largo de su historia, considerándola como su
madre espiritual.
ASPECTOS BÍBLICOS
En realidad no podemos decir que este dogma está afirmado en la Biblia
directamente; sin embargo hay varios indicios que apuntan a él. Cuando el
ángel llama a María kejaritomene,[3] la que ha sido favorecida, la que ha recibido la
gracia (jaris) la llena de gracia por parte de Dios, y sigue: bendita
entre todas las mujeres (eulogemene tu en ginaien) el evangelista
Lucas está indicando un aspecto de suma importancia y que representó ya una
reflexión teológica de los primeros cristianos. María recibió gracias
especialísimas que le hicieron tener una posición particularísima entre todas
las mujeres de la tierra. El evangelista Juan llama a Cristo: Lleno de gracia
y de verdad (pleros jaritos kai aleteia)(Jn 1,14). La caridad que
pertenece a Cristo por naturaleza, es dada a María por gracia, la altamente
favorecida por Dios lo ha sido desde antes que el ángel anunciara a María; la
Biblia no dice desde cuándo pero indica que ella recibió una gracia especial,
una plenitud de gracia que la preparó para el momento que iba a encarnar el
Verbo de Dios.
Cuando María responde en Lucas al ángel: ¿cómo será eso puesto
que no conozco varón? (Lc 1,34) está indicando una actitud especial
de pureza de María; ella no estaba pensando en tener varón, o sometida a los
deseos de la carne; ella se pregunta y le pregunta al ángel cómo va a suceder
eso de tener un hijo si ella no anda en esas cosas. La respuesta del
ángel: el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra por eso el que ha de nacer será santo y será llamado
Hijo de Dios (Lc 1,35) indica que hay una pureza especial en María,
su vientre es puro y santo, el Espíritu de Dios va a descender sobre ella y
la presencia del Señor, la gloria del Señor resplandecerá dentro de ella. La
gracia previa que había recibido, y que ella mantuvo por su actitud de
apertura a Dios y de no buscar las cosas de la carne, se transforma ahora en
una plenitud de gracia porque Dios se hace presente en María: o
Kirios meta tou (el Señor está contigo, o el Señor está dentro de
ti); Dios llena el ser de María con su Espíritu Santo y se llega a la
plenitud de los tiempos, como dice San Pablo en la carta a los Gálatas: Al
llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley. (Gal
4,4ss). Esta plenitud de los tiempos (pleroma tou kronos) indica una
profunda reflexión teológica en Pablo, que apunta a la plenitud de la gracia.
El tiempo está marcado dolorosamente por el pecado desde que Adán y Eva le
dieron cabida en el mundo, pero hay un momento donde ese tiempo se llena de
Dios, y es el momento de la encarnación del Verbo; en ese momento hay una
plenitud de gracia en la historia humana, y María forma parte de ese momento,
con su ser, con su alma, con su cuerpo, con su vida, con su voluntad. La
participación de María en este misterio de Dios implica su participación en
la gracia, y por lo mismo su ausencia de pecado.
El libro del Apocalipsis muestra un aspecto interesante en este
sentido de la lucha contra el pecado. La mujer del capítulo 12, vestida de
sol, con la luna a sus pies y rodeada de estrellas, representa por una parte
a la Iglesia y por la otra a María, porque la Iglesia en su misterio
personalizante, puede ser representada por María, que como persona encarna
todas las virtudes e ideales hacia los que la Iglesia tiende por su propia
naturaleza. La lucha que está entablada contra el dragón (la antigua
serpiente), quien es el mismo que tentó a Eva y Adán, implica la lucha por
desterrar el pecado del propio ser por parte de los cristianos. la nueva
creación, que es la Iglesia, es creación con la gracia recuperada, y la mujer
es atacada por el dragón, sin embargo es protegida por Dios, lo cual indica
una gracia especial para esa mujer, una gracia que comienza desde su origen,
dado el compromiso y el tipo de lucha que ella debe llevar a cabo; ella es la
mujer que da a luz al Hijo varón, y que el dragón trata de devorar; ella debe
defenderlo, huir, protegerlo; el dragón también trata de devorarla a ella,
pero no puede, y luego, frustrado busca de atacar a los otros hijos de la
mujer, los que son fieles a Cristo. María no cae en pecado, aunque el dragón
trata de hacerla caer para recuperar su dominio sobre la raza humana, sin
embargo la enemistad de la mujer con el dragón es definitiva. Así se cumple
la profecía del libro del Génesis, cuando le dice Dios a la serpiente: enemistad
pondré entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya, ella te
aplastará la cabeza mientras tú tratas de morderle el talón. (Gn
3,15).
La lucha contra el pecado, que comienza en la gracia original para
María, se mantiene a lo largo de toda su vida; ella es la toda santa, pero
también es la Inmaculada, sin mancha de pecado, y ella mantiene esa pureza no
solamente con la gracia de Dios sino también con su propia lucha, con su
propia entrega voluntaria a Dios y a su plan de salvación. San Pablo,
refiriéndose a la Jerusalén celestial, que también se puede asimilar a María
en su maternidad espiritual, dice: la Jerusalén de arriba es libre,
esa es nuestra madre (Gal 4,26) y más adelante prosigue: Así
que, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre. Para ser
libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir
nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. (Gal 4,31-5,1). Con lo cual se
manifiesta el sentido de la lucha contra el pecado; los hijos del nuevo
pueblo de Dios son libres del pecado porque Cristo los liberó, y deben luchar
para no ser de nuevo oprimidos por el yugo de la esclavitud del pecado.
María, la altamente favorecida de Dios, la bendita entre las mujeres, la
llena de la gracia de Dios, también luchó y sigue ayudándonos en nuestra
lucha contra el yugo del mal; ella, la llena de gracia, representa a la
Iglesia toda en su lucha espiritual, y representa el ideal mismo de la
Iglesia, de lo que quiere llegar a ser la Iglesia toda y cada miembro de
ella. María está en el origen Inmaculado de la Iglesia, en la gracia original
de la Iglesia, y permanece por siempre como el signo de la plenitud de gracia
en la Iglesia.
HISTORIA DE LA
DOCTRINA
El sentimiento de la Iglesia desde el comienzo fue de un gran respeto
hacia María, envuelta en el misterio de su Hijo. La percepción de la santidad
de María estuvo siempre en el corazón del pueblo cristiano. Desde Oriente se
fue transmitiendo a Occidente la doctrina de la santidad de María, la toda
santa, y al mismo tiempo su celebración litúrgica.
Podemos encontrar la referencia a la santidad de María e incluso a su
ser inmaculada en diversas homilías de los padre de la Iglesia. Teotecno de
Livia (en Palestina) vivió entre el final del siglo VI y el comienzo del VII,
y afirma en uno de sus sermones: “De hecho, después de la resurrección de los
muertos,… él, reunió por medio de la nube a todos sus santos discípulos y
apóstoles en torno a la Inmaculada, a la que no conoció el matrimonio, la
casta. Ella nace pura e inmaculada como los querubines, ella que es de una
arcilla pura e inmaculada.”[4] Antioco, monje de San Saba, hacia el año 620 en
una de sus homilías afirma: Del tiempo en que nuestro Señor Jesucristo Hijo
de Dios, por su bondad hacia nosotros se dignó de aparecer en el mundo
naciendo de la santa e inmaculada Madre de Dios y siempre virgen María[5] Sofronio de Jerusalén (+ 638) afirma: “El Espíritu
Santo desciende sobre ti, que eres la Inmaculada, para hacerte más pura y
darte la virtud de la fecundidad.”[6] Con lo cual asume que ya María era santa antes de
la encarnación del Verbo en ella, pero que recibe más gracias de Dios para
poderse realizar el plan de Dios. Y para el martes santo, Andrés de Creta
tiene una oración especial utilizada en la liturgia: “Por la oración, oh
Salvador, de tu madre Inmaculada y de tus apóstoles, envía más abundantemente
tu misericordia y da a tu pueblo la paz.”[7]
San Beda el Venerable, de Occidente, en el siglo VII ya en su lenguaje
anticipa la doctrina de la Inmaculada Concepción de María. En su homilía
sobre la visitación confirma que la devoción a la Virgen santa es un fenómeno
religioso extenso y afirmado hasta ahora sólidamente en la cristiandad de su
tiempo. San Agustín de Hipona (+ 430) de Occidente, afirma que María: “de
ella necesariamente reconocemos en nuestro sentir religiosos que no tiene
pecado”.[8]
El primer teólogo de la Inmaculada Concepción es Eadmero, (+ c. 1134)
con su Tractatus de conceptione sancta Mariae. Utiliza argumentos
para apoyar esta creencia que ya estaba en el pueblo; así como la castaña no
es espinada por su concha, así mismo Dios pudo sacar una persona sin ser
afectada por el pecado. En Occidente se debatió profundamente esta doctrina,
debido a la universalidad de la redención de Cristo, María también debía ser
redimida. Si no Cristo no sería el redentor de toda la humanidad. Grandes
teólogos como Alejandro de Halles (+ 1245), Alberto Magno (+1280), Tomás de
Aquino (+ 1274) Buenaventura (+1274), y antes de ellos Anselmo de Canterbury
(+ 1109) y Bernardo de Claraval (+ 1153) llegaron a la conclusión de que
María primero fue concebida en pecado original, por la concupiscencia de sus
padres, y luego Dios le quitó el pecado en vista a la encarnación del Verbo.
Pero esta no es la doctrina de la Inmaculada Concepción de María.
El franciscano Duns Scoto (+ 1308) reasume la redención preservativa
de Anselmo. Así Scoto plantea que la inmaculada concepción de María no es una
excepción a la redención universal de Cristo sino que es un caso de perfecta
y mayor eficacia salvífica del único Mediador. Después del argumento de
Scoto, los franciscanos siguieron defendiendo la Inmaculada y las
universidades aceptaron la doctrina de la Inmaculada Concepción de María y
siguiendo el ejemplo de la Sorbona de París (1496) se empeñaron con juramento
a defenderla.
El Papa Sixto IV (+ 1484) inició una serie de intervenciones
pontificias a favor de la Inmaculada Concepción. No toma ninguna postura
definitiva pero prohíbe a los maculistas e inmaculistas de llamarse herejes
mutuamente. EL Concilio de Trento, en el año 1546, no incluyó a María en el
pecado original, aunque no declaró directamente el dogma de la Inmaculada
Concepción. Alejandro VII se declara a favor de la Inmaculada Concepción con
la bula Sollicitudo (1661) y prohíbe atacarla bajo cualquier
manera. Clemente XI contribuye también notablemente a la fe de la Inmaculada
al aprobar como precepto la fiesta de la Inmaculada Concepción para la
Iglesia universal en 1708.
EL Papa Pío IX hace un sondeo con la encíclica Ubi primum (1849)
y el resultado es casi absoluto a favor; de 603 obispos 546 están a favor de
la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de María.
Finalmente el 8 de diciembre de 1854 el Papa Pío IX pronuncia la
fórmula de la definición dogmática cerrando una larga controversia teológica.
“Declaramos, pronunciamos y definimos, que la doctrina por la cual se dice
que la beatísima virgen María en el primer instante de su concepción, por
gracia singular y privilegio de Dios Omnipotente y en vista a los méritos de
Jesucristo, Salvador del género humano, ha sido preservada inmune de toda
mancha de la culpa original, es revelada por Dios y por lo tanto debe creerse
firme y constantemente por todos los fieles”.[9]
Respecto a la celebración litúrgica, al comienzo del siglo VIII
existió en Oriente una fiesta de la concepción de Santa Ana (refiriéndose a
María) derivada del protoevangelio de Santiago, apócrifo, esta pasa a Europa,
el centro de Italia (siglo IX) y luego rápidamente a Inglaterra, donde la
encontramos celebrada el 8 de diciembre con el título de Concepción de la
Santísima Virgen María”. Desde el siglo XII se entiende como concepción
inmaculada. La fiesta se difunde en Francia en este siglo a pesar de la
oposición de San Bernardo a la doctrina de la Inmaculada Concepción de María.
Sixto IV aprueba con la constitución Cum praeexelsa (1477)
aprueba la misa y el oficio de la Concepción de María. Clemente XI pone como
precepto la fiesta de la “concepción de la beata virgen María inmaculada” y
Pío IX en 1863, después de la aprobación del dogma, publica un nuevo
formulario y misa para la Inmaculada Concepción.
CONCLUSIÓN
A pesar de haber sido un decreto papal para definir este dogma, sin
embargo se percibe que ha sido la Iglesia toda, a lo largo de siglos, y
milenios, que ha ido madurando la doctrina. La definición dogmática en este
sentido atañe a toda la Iglesia, y el Papa ha recogido el sentimiento
doctrinal del pueblo de Dios a través de sus obispos. la doctrina de la
Inmaculada es revelada por Dios en el corazón de la Iglesia y el magisterio
ratifica y aclara dicha doctrina. La Virgen María, desde el instante de su
concepción, ha sido preservada del pecado por los méritos de su Hijo Jesucristo
el Redentor de la humanidad, y ella jamás cometió pecado en su vida; siempre
se mantuvo en la gracia de Dios, y esta acción de Dios marca la historia de
la salvación; es una intervención de su gracia para llevar a cabo su plan
salvífico. María acepta ese plan y participa de todo corazón en él. Desde su
ser Inmaculada, María sigue presente en la Iglesia, luchando por la salvación
de todos sus hijos.
IV- LA ASUNCIÓN DE MARÍA
El último dogma decretado como tal por la Iglesia fue el de la
Asunción de María, aunque está presente en la Iglesia como creencia desde los
primeros siglos, sin embargo fue declarado como dogma recientemente. Los
ortodoxos hablan de la Dormición de María. Hubo muchos siglos de diversa
opinión respecto si María murió o no murió, pero el Papa Juan Pablo II
definió que María realmente murió para seguir el camino de Cristo, y luego
despertó, resucitó, en cuerpo y alma, en el Reino de Dios.
La Asunción de María significa que ella fue llevada la cielo en cuerpo
y alma, lo que implica que su cuerpo no se corrompió en la tumba, y que ella
goza de la plena gloria de Dios junto con su Hijo.
BREVE HISTORIA
Los escritos apócrifos, que proliferaron desde el siglo II, y no
fueron aceptados dentro del canon de la Biblia, hablan de la asunción de
María. Muchos textos nos han llegado de los primeros siglos en griego,
siríaco, copto, armenios, unos sesenta por lo menos, todos ellos tienen en
común el tema general del fin de la vida de María, su pasaje (Transitus) o
dormición y su asunción al cielo.[10]
El primer padre de la Iglesia que plantea la cuestión del fin terrenal
de María es Epifanio de Salamina en su escritoPanarion (377).
Conociendo la tradición palestina no sabe qué responder y prefiere guardar el
silencio que guardan las Escrituras: “La Escritura ha mantenido el silencio
más completo del prodigio para no suscitar un estupor excesivo en el ánimo de
los hombres. Personalmente no me atrevo a hablar, prefiero quedarme en
silencio y meditación… No pretende que ella sea inmortal, pero no afirmamos
tampoco que ella se haya muerto.”
En el siglo VI la situación cambia porque encontramos una clara
alusión de la Asunción de María en el obispo Teokteno de Livia; en la cual
invita a celebrar “la fiesta de las fiestas, la Asunción de la Siempre
Virgen”, y afirma explícitamente que así como Enoc “fue asunto de este mundo
por que a Dios le plugo, y no vio la muerte, a mayor razón Dios asume a María
en cuerpo y alma al paraíso de las delicias.” Además Teokteno tiene otras
consideraciones teológicas del significado de la Asunción: “Cuando estaba en
la tierra ella velaba por todos… Asunta en el cielo, constituye para el
género humano una fortaleza inexpugnable, intercediendo por nosotros ante su
Hijo y ante Dios.”
En Occidente el primer testimonio lo tenemos en Gregorio de Tours (+
594), quien afirma que Cristo vino a buscar el alma de María, y luego,
después que los apóstoles la habían puesto en el sepulcro, “Por segunda vez
el Señor se presentó a ellos, ordenó que el santo cuerpo fuese tomado y
llevado al paraíso sobre una nube. Habiéndose unido con su alma, exulta ahora
junto con los elegidos y goza del bien eterno que no tiene fin.”[11]
San Beda el Venerable (+ 735), uno de los padres más famosos del
medioevo tiene una homilía mariana que habla sobre esta doctrina, aunque hay
estudios que afirman que esta homilía no le pertenece, sin embargo es
interesante observar la búsqueda doctrinal reflejada en las homilías de la
época. Dice la homilía que María permaneció con los apóstoles “hasta que su
Hijo la asumió al cielo donde está ante él sin dejar de suplicar por los
pecadores.”[12]
Ambrosio Ruperto (+ 781), otro monje inglés, escribe homilías sobre la
asunción de María donde; no quiere profundizar de la forma exacta cómo
ocurrió, si con el cuerpo o sin el cuerpo, “lo que es cierto es que ella está
como reina en el cielo, porque ella generó al Rey de los ángeles.”[13]
Pascasio Radberto (+ 870) monje francés, afirmando la Asunción de
María tampoco quiere profundizar si fue con el cuerpo o sin el cuerpo, debido
a que no hay evidencia bíblica y considera los apócrifos como fantasías. Pero
Rantramo de Corbie (+ 868) responde a esta imprecisión de manera clara
tomando como argumento válido la especulación razonada, debido a que en la
Biblia no está todo dicho, es necesario la profundización; así afirma que
María está asunta al cielo; que existe una relación entre la carne de Cristo
y la de María, así como la carne de Cristo no sufrió la corrupción, la de
María tampoco. el autor tiene “miedo de afirmar que aquel cuerpo santísimo
del cual Cristo tomó la carne tuviese la misma suerte que nos toca a todos.”[14]
Antes de la aprobación del dogma, entre los años 1948-50, el patrólogo
Berthold Altaner afirma que no existen argumentos suficientes, bíblicos,
históricos o especulativos para aprobar el dogma de la Asunción. G.
Filograssi, profesor de la Gregoriana responde en 1949 con un argumento que
favoreció la aprobación del dogma, afirmando que la ciencia teológica tiene
otra metodología que paciencia histórica del mundo, y que esta creencia sobre
María forma parte del Depositum Fidei, la verdad de María asunta
a los cielos está relacionada básicamente con las otras verdades Marianas,
sobre todo la Maternidad Divina de María.
LITURGIA
A nivel litúrgico la fiesta comenzó a celebrase en Oriente desde
tempranas edades de la Iglesia y luego se difundió hacia Occidente. La teoría
más probable es que esta fiesta se comenzó a celebrar en Jerusalén en el
lugar del sepulcro de María, y luego el Emperador Mauricio (582-602) ordenó
que esta celebración tuviera lugar en todo el imperio. Esta fiesta se volvió muy
popular hasta el punto que en el año 1000 se enumeró entre los días que
habían de guardar el reposo festivo.[15]
Los bizantinos celebran la fiesta de la dormición de María, que se
refiere al mismo punto. Para ellos es de suma importancia y casi el sumum de
su liturgia, el mes de agosto lo ocupan en mucho con esa fiesta de María. Va
precedida de 14 días de preparación y la celebran por una semana. Su año
litúrgico comienza en septiembre y termina el 31 de agosto, con lo cual está
marcado en su comienzo por la natividad de María y en su final por su
dormición. El concepto que coincide con los católicos es que María está en el
cielo con Cristo, y ese día se celebra su entrada en el cielo.
En Occidente el Papa Sergio I (687-701), que era de Siria, decreta que
las fiestas de la Natividad, de la Anunciación, de la Purificación y de la
Asunción de María se celebren con una procesión solemne hasta la Basílica de
Santa María la Mayor, lo cual implica que estas fiestas ya estaban presentes
allí. A finales del siglo VIII era una de las poquísimas fiestas que tenían
una vigilia con ayuno; el Papa León IV (+ 855) le añadió la octava y en 863
el Papa Nicolás I la equiparó a la Navidad, Pascua y Pentecostés.
Las reformas actuales no tocaron esta fiesta mariana, al contrario la
han enriquecido con formularios cada vez más elocuentes por su significado.
SIGNIFICADO
TEOLÓGICO DEL DOGMA
Esta verdad dogmática mariana, la Asunción de María, significa que
ella fue asunta al cielo en cuerpo y alma. María fue asumida por Dios en su
Reino celestial, ella vive para siempre en la eternidad junto con su Hijo en
el Reino del Padre Eterno.
María goza de la plenitud de la vida y de la libertad; ella puede
actuar de muchas maneras e interactuar con los seres humanos. Ella sigue
realizando su labor en la historia de la salvación de diversas maneras, sobre
todo intercediendo por nosotros, orando, animándonos al camino de la fe y
protegiéndonos en el camino.
El cuerpo de María no sufrió la corrupción porque fue llevado al cielo
y ella resucitó para la vida eterna en cuerpo y alma. La discusión de si ella
murió o no, o simplemente se durmió, en realidad no es muy importante; lo que
la Iglesia considera más plausible es que ella murió y luego sin pasar mucho
tiempo, resucitó en el reino de Dios. En la discusión antes del dogma entre
M. Jugie y el Cardenal Balic, el primero afirmaba que María ascendió sin
morir previamente mientras el segundo afirmaba la muerte, resurrección y
glorificación celestial de María. En la declaración de la bula
dogmática, Munificentissimus Deus, se evita definir esta
cuestión, afirmando solamente la asunción como tal.
A nivel personal es un gran privilegio para María; la llena de gracia,
la favorecida de Dios, la madre de Cristo, siempre virgen, mantiene su pureza
inmaculada desde su origen y llega al final de su vida en la tierra, habiendo
cumplido fielmente y heroicamente con la voluntad de Dios. María recibe el
reino prometido a todos los cristianos y a toda la humanidad; ella es la
primera, después de Cristo, en quien se cumplen las promesas de vida eterna
de parte de Dios; ella es nuestra esperanza cierta de que esas promesas son
verdad, ella es la primera de todos nosotros.
María vive perfectamente el camino de la Iglesia; en su vida, es fiel,
sirve a Cristo, se entrega a la voluntad del Padre, nunca comete pecado. Y
luego llega a su destino final, que es el mismo de la Iglesia. Todos seguimos
el camino de María hacia Dios, y en ella se cumple de manera eminente esta
gracia de la salvación, que por ser la madre de Cristo, inmaculada y siempre
virgen, es llevada al cielo de una vez, en cuerpo y alma, para seguir desde
allí su labor como madre espiritual de la humanidad, para seguir realizando
la obra de Dios, para seguir llevando la Iglesia a su plenitud de gracia.
ASPECTO BÍBLICO
Como el dogma de la Inmaculada, este dogma no tiene un asidero bíblico
evidente, lo cual es parte de las críticas que le hacen los protestantes. Sin
embargo podemos encontrar una serie de pasajes donde se puede percibir lo que
implica la asunción de María.
San Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses habla del misterio
al cual seremos atraídos por Dios: El Señor mismo, a la orden dada
por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los
que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que
vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al
encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. (1
Te 4,16-17) Esto lo decía pensando que la segunda venida del Señor era
bastante inminente, e indica que de alguna u otra manera seremos elevados al
Señor para estar con Él eternamente. Hay que notar aquí que Pablo habla de resurrección
de los muertos en primera instancia, y luego de los vivos que serán
arrebatados, lo cual indica que esta asunción será en cuerpo y alma, y no
solamente en forma espiritual. En la Virgen María ya comenzado esta asunción,
debido a su especial realidad dentro de la historia de la salvación.
En la primera Carta a los Corintios también Pablo manifiesta un
misterio que se relaciona con la suerte última de los cristianos: ¡Mirad!
Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados.
En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues
sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos
transformados. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de
incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando
este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se
revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: =
La muerte ha sido devorada en la victoria. = (1Cor 15,51-54).
La Virgen María es la primera persona de la Iglesia que ha recibido
esta gracia de revestirse de inmortalidad; en ella la muerte ha perdido, en
ella se ha dado la victoria de Dios, porque ella nunca pecó y fue resucitada
por Cristo también como un premio merecido a su vida de servicio, entrega y
amor a Dios.
En la Iglesia todos formamos un solo cuerpo, y María está dentro de
ese cuerpo; la suerte de la Iglesia es la suerte de María y la suerte de
María es la suerte de toda la Iglesia. La asunción de María no es realmente
un hecho extraordinario respecto a toda la Iglesia, porque todos vamos hacia
allí; lo que es diferente en María es el hecho de que ya le ocurrió a ella,
en cambio a los demás nos ocurrirá en los últimos tiempos, cuando sea el
momento decidido por Dios.
El Antiguo Testamento nos habla de la ascensión al cielo de
Elías: Iban caminando mientras hablaban, cuando un carro de fuego con
caballos de fuego se interpuso entre ellos; y Elías subió al cielo en el
torbellino. (2 Re 2,11) Lo cual indica algo especial que recibió el
profeta por su grandeza de espíritu. La madre de Jesús, también fue
arrebatada al cielo, dada su especial situación, y más que Elías, ella
siempre estuvo con Jesús y seguirá estando con Él eternamente.
El libro del Apocalipsis en su capítulo 12 nos habla de una mujer en
el cielo; la tradición cristiana ha interpretado esta mujer en dos
vertientes; una como figura de la Iglesia y la otra como figura de María.
Ambas interpretaciones caben en este capítulo del Apocalipsis. Cuando en la
Biblia se habla del aspecto cósmico, como es el caso de la mujervestida de
sol, con la luna a sus pies y una corona de doce estrellas sobre su
cabeza (Ap 12,1) quiere indicar que esa persona o congregación está
ubicada con Dios, en el cielo; está formando parte del ámbito divino.
El capítulo 12 del Apocalipsis plantea la lucha del dragón contra la
mujer, que es la Iglesia, pero al mismo tiempo, que es la que da a luz al que
reinará por siempre; es decir, que la mujer es también María. Aquí el
Apocalipsis se remonta a la profecía del protoevangelio en el libro del
Génesis (Cf Gn 3,15), donde anuncia la gran lucha sin cuartel entre la
serpiente y la mujer, entre su descendencia y la descendencia de la mujer.
Esta mujer, la madre del que vencerá al mal, la madre del que venció al
dragón, al pecado y a la muerte, que tenía oprimida a la humanidad, es María.
Ella también participa en el cielo de la lucha contra el mal. El versículo 14
nos dice: Pero se le dieron a la Mujer las dos alas del águila grande
para volar al desierto, a su lugar, lejos del Dragón, donde tiene que ser
alimentada un tiempo y tiempos y medio tiempo.(Ap 12,14). Cuando
decimos que el cristiano triunfa de la muerte significa que la muerte no
puede destruirlo, y que su cuerpo, si es destruido por la muerte, va a ser
recuperado por la resurrección del Espíritu de Vida, del Espíritu Santo de
Dios. Las alas de águila que recibe la mujer le permiten escapar del dragón,
que tiene su aguijón en la muerte; maría es preservada de la corrupción de la
muerte y queda en el ámbito de Dios, protegida del mal. Luego el dragón se va
a hacer la guerra a los otros hijos de la mujer, a ver si los puede devorar.
Toda la Iglesia está llamada a esta salvación, a este triunfo respecto
del dragón, y María forma parte de la Iglesia; en el libro del Apocalipsis se
puede entender la mujer como María, puesto que ella también pasó por esa
lucha y también triunfó junto con Cristo. Además cabe la Iglesia toda dentro
de esta lucha y de este llamado de Dios a vivir en su reino, ambas cosas no
se contradicen sino que se complementan. La Iglesia no es simplemente un
conglomerado de personas sino que es el órgano de personificación de Dios,
donde nos hacemos realmente personas, las que de verdad somos, y se puede representar
en forma personificada, tal como le ocurrió a Pablo cuando iba a Damasco, que
Cristo le dice: ¿por qué me persigues? (Hch 9,4) por lo cual estaba asumiendo
en su persona todo el cuerpo de la Iglesia. Así mismo María personifica la
Iglesia, y entra a ocupar el lugar propio para ella dentro de la Iglesia: ser
la madre espiritual de los cristianos, como lo afirma el Apocalipsis al decir
que el dragón va a buscar de devorar a los otros hijos de la Mujer: Entonces
despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos,
los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús (Ap
12,17).
San Pablo en su carta a los Gálatas también habla de una figura
simbólica que representa a la Iglesia, pero que como figura femenina y ligada
a Cristo, también puede evocar a María, después de la famosa cita de Gálatas
4,4ss,nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban
sometidos a la ley; Pablo escribe en el versículo 26: pero la
Jerusalén de arriba es libre, esa es nuestra madre. La carta a los
Hebreos también se refiere a esta Jerusalén de arriba: Vosotros, en
cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la
Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, reunión solemne y asamblea de
los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los
espíritus de los justos llegados ya a su consumación, y a Jesús, mediador de
una nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla
mejor que la de Abel. (Hb 12,22-24) Y en esta reunión
evidentemente está presente María, junto a Jesús y a todos los que vayan
alcanzando el cielo.
La nueva Jerusalén es la Iglesia, ya no Sión, sino los que creen en el
Cordero, el Mesías de Dios, pero la nueva Jerusalén también puede ser representada
por María, quien acoge al Mesías y comienza la Nueva Alianza; ella es la
madre del nuevo pueblo de Dios, el pueblo de la Nueva Alianza. El principio
de esta nueva Jerusalén es María, por ser donde se encarnó el Verbo, y ella
la representa con su persona, porque mantiene la esencia de lo que significa
ese nuevo pueblo de Dios. El Apocalipsis nos habla de esta nueva Jerusalén,
donde podemos percibir a María, que vive ya en la gloria del cielo. Y
vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a
Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. (Ap
21,2) = Me trasladó en espíritu a un monte grande y alto = y me
mostró la Ciudad Santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, y
= tenía la gloria de Dios. = Su resplandor era como el de una piedra muy
preciosa, como jaspe cristalino. (Ap 21,10-11) Aquí podemos percibir
el misterio de la Iglesia y el misterio de María, quien la representa; la
Iglesia es Inmaculada en su esencia, por ser creatura de Dios, y la Virgen es
Inmaculada, es el comienzo de la Iglesia; la Asunción de María es
consecuencia también de ese ser Inmaculado de María, sin mancha de pecado;
por eso dice que su resplandor era como el jaspe cristalino, sin mancha. Al
final vuelve a referirse a la ciudad santa Jerusalén y dice: La
ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la
gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero. (Ap 21,23) Aplicando a
María estas palabras podemos entender que ella ya ha vencido, ya está en
Dios, la llena de gracia está ahora y definitivamente llena de la gloria de
Dios; no necesita del sol ni de la luna, está plenamente llena del Cordero,
su Hijo es su lámpara para toda la eternidad.
PROCLAMACIÓN
DOGMÁTICA
El día 1º de noviembre de 1950 el Papa Pío XII proclama solemnemente
en la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, la Asunción de
María al cielo. Esta declaración va precedida de una encuesta universal a los
obispos y ya en el Concilio Vaticano I 204 padres conciliares habían
propuesto definir el dogma.
Dado que no hay una base bíblica concreta, sin embargo la constitución
apostólica comienza afirmando que todas las consideraciones de los santos
padres y teólogos reposan en la Escritura como en su último fundamento. Luego
propone el argumento de que la Madre de Dios está unida muy íntimamente a su
Hijo y comparte siempre su suerte. Además propone el argumento de que Cristo
rindió honor a su Padre del Cielo pero también a su madre, y como podía
hacerlo, la preservó de la corrupción.
Además pone el argumento de María la Nueva Eva, que desde el siglo II
(Justino e Ireneo) han proclamado la muy íntima unión al Nuevo Adán en la
lucha contra el enemigo infernal, como lo dice el Génesis 3,15, llegó al
triunfo total sobre el pecado y la muerte. Así como el triunfo pleno implicó
la gloriosa resurrección de Cristo, así mismo implicó la glorificación del
cuerpo virginal de María. “La augusta madre de Dios, unida en todo a Cristo
en un mismo decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen muy
pura en su divina maternidad, compañera generosa del Divino Redentor, quien
logró la victoria plena sobre el pecado y sus consecuencias, ha en fin
obtenido, como la corona suprema de sus privilegios, de ser preservada de la
corrupción de la tumba, y como su Hijo, después de haber vencido la muerte,
ser elevada en cuerpo y alma a la gloria más alta de los cielos, para
resplandecer como una reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los
siglos (Cf. 1 Tim 1,17).”[16]
Podemos notar que los argumentos marianos se entrelazan todos unos con
otros; el argumento principal es la unión plena de María con Cristo en su
lucha contra el mal, que la lleva por consecuencia lógica a vencer la muerte
y el pecado. Además se hace alusión al ser inmaculado de María, debido
justamente a esta lucha, a su virginidad, que implica la total dedicación y
pertenencia a Dios, y su divina maternidad, que es como el centro de todos
las demás verdades marianas. También en estos argumentos vemos vislumbrar las
otras verdades marianas que no tienen el nivel de dogmas pero que son creídas
por la Iglesia y han sido objeto de declaraciones papales como es el caso de
la realeza de María. Además apunta a la verdad sobre la cooperación de María
en la obra de la redención, verdad que actualmente suscita muchas polémicas
teológicas dentro de la misma Iglesia católica, mientras se va aclarando su
significado y correcta manera de expresarse.
La constitución apostólica termina afirmando la verdad mariana como
dogma con su anatema en caso de no ser creído. “Nos afirmamos y definimos
como dogma revelado por Dios que: La Inmaculada Madre de Dios, María siempre
Virgen, después de cumplir su vida terrenal fue elevada en cuerpo y alma a la
gloria celeste. En consecuencia, si alguien, que a Dios no le agradará, osara
voluntariamente poner en duda lo que ha sido definido por Nos, que lo sepa,
que ha abandonado totalmente la fe divina y católica.”[17]
CONCLUSIÓN
Las verdades marianas adquiridas ya claramente por la Iglesia y
decretadas en forma de dogmas son una especie de plataforma segura desde
donde seguir investigando y profundizando. El Magisterio siempre tendrá la
última palabra, y es a los teólogos de seguir su labor de búsqueda, y al
pueblo de Dios en general de seguir su oración y su búsqueda de inteligencia
espiritual, para transmitir el sensus fidei y seguir
sosteniendo las definiciones de la Iglesia a lo largo del tiempo. EL proceso
dogmático no se ha terminado, en este momento de la historia eclesial no hay
una intención de seguir decretando dogmas marianos, sino más bien de suavizar
esta realidad mariana por buscar la unión de las iglesias, el ecumenismo. Sin
embargo es tarea de todos seguir la labor de búsqueda y profundización, y de
tratar de descubrir las verdades de María dentro de esa intención ecuménica
pero sin perder su intensidad.
Las verdades marianas, como lo hemos dicho al comienzo, han estado en
el credo de la Iglesia desde el principio, desde la misma Biblia, para
comprender y aclarar mejor las verdades de Cristo y de la Iglesia. En este
sentido María incluso allí presta un servicio. Ella no se pone para recibir
alabanzas y privilegios sino más bien ella presta un servicio a los
cristianos para que comprendan mejor su realidad de fe, su realidad
teológica, y para que puedan vivir mejor esa fe dentro de la Iglesia.
V- LAS OTRAS
VERDADES MARIANAS
A partir de las afirmaciones dogmáticas de María, que comenzaron
relacionadas a Cristo directamente (Maternidad Divina, María Virgen)
siguieron con aparentes privilegios de María sola, pero en realidad es
relacionada a Cristo y ahora más a la Iglesia, la Inmaculada y la Asunción
tienen que ver con el origen de la Iglesia y su escatología final.
Después de estas afirmaciones quedó en la Iglesia la búsqueda de
afirmación de la manera cómo María cooperó con Cristo; la acción o
participación propia de María en la obra de la redención, que es una verdad
muy católica, negada por los protestantes que quieren ver una total pasividad
en los cristianos.
En este sentido está la mediación de María, que comenzó cuando estaba
en vida, como podemos percibir en el Evangelio de Juan 2, las Bodas de Caná,
donde María intercede ante su Hijo por el vino y al final dice una palabra de
mucho significado: hagan lo que Él les diga (Jn 2,5). Al
final el evangelista afirma que: Así, en Caná de Galilea, dio Jesús
comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus
discípulos. (Jn 2,11). Esta mediación mariana debe por lógica
continuar ahora, puesto que María está en el cielo en cuerpo y alma, es
decir, con todo su ser, y sigue actuando, ahora con mayor libertad y poder,
como reina al lado de su Hijo Jesús.
La realeza de María fue decretada por el Papa Pío XII en la carta
encíclica Ad caeli Reginam, el 11 de octubre de 1954. No es una
declaración dogmática como tal pero implica la autoridad del Papa y la fe de
la Iglesia toda. En esta encíclica utiliza el argumento además de la
asociación de María al sufrimiento y a la obra redentora de Cristo “de manera
análoga, la bienaventurada Virgen es Reina no solamente porque ella es la
Madre de Dios, sino también porque fue asociada como la Nueva Eva al Nuevo
Adán.”[18]
La Maternidad de María sobre la Iglesia fue decretada por el Papa
Pablo VI al final del Concilio Vaticano II, como una especie de declaración
mariana dogmática, aunque no fue tal, porque había una expectativa de que se
iba a declarar el dogma de la asociación de María a la redención (la
corredentora, la mediadora, abogada, etc.). En el Concilio por orden “de
arriba”, que quiere decir del Papa, se evitó llegar a una declaración
dogmática que hubiese dividido aún más a los cristianos. Pero la cuestión de
la cooperación de María está sobre el tapete. Al final del Concilio, debido a
que María se puso más dentro de la Iglesia, de hecho se ubicó en el tratado
sobre la Iglesia, en el capítulo VIII de la Lumen Gentium, y así Pablo
VI recuperaba parte de la figura de María como miembro prominente dentro de
esa Iglesia, de hecho madre de la Iglesia. “de todo el pueblo de Dios, tanto
de los fieles como de los pastores que la llaman madre amorosa, y queremos
que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano
con este grandísimo título.”[19]
Este aspecto apunta hacia la maternidad espiritual de María, ya el
Evangelio de Juan muestra este misterio, donde Jesús entrega a su madre al
discípulo amado (Cf. Jn 19,25ss), lo cual muestra que en la Iglesia primitiva
ya María tuvo un rol de madre espiritual. El Evangelio de Lucas resalta la
presencia de María junto con los discípulos, antes y después de la
resurrección de Jesús, incluso cuando afirma que se quedaron en Jerusalén por
varios días esperando el Espíritu Santo, ella permaneció con ellos y estaba
en Pentecostés, perseveraba en la oración (Cf. Hch 2,14). El hecho de que
María esté asunta al cielo, y viva como reina, implica su actividad en pro de
nosotros, así como su mediación, la esencia de su actitud se podría resumir
en su maternidad espiritual; así como ella es madre de la cabeza, es madre de
todo el cuerpo. Ella es no solamente madre de los cristianos, de los
bautizados, sino que es madre de todos los hombres. Una de las pruebas que
tenemos en las apariciones, la de la Coromoto fue a una familia de indígenas
que todavía no se habían bautizado, y ella actuó como su madre espiritual
para llevarlos al redil de Cristo por medio del bautismo, por medio de la
Iglesia y de los sacramentos.
El Concilio Vaticano II definió las verdades marianas de una manera amplia
como, aunque no fue una declaración dogmática, sin embargo expresó
prácticamente toda la doctrina católica respecto de María, incluyendo
verdades que no han sido decretadas como dogmas y que de alguna manera están
en discusión. Así nos dice el Concilio: “la santa madre del Divino Redentor,
y singularmente más que los demás, la generosa asociada y humilde servidora
del Señor”… “Es por esto que la bienaventurada Virgen es invocada en la
Iglesia bajo los títulos de Abogada, Socorro, Auxiliadora, Mediadora, sin
embargo todo esto de manera que no quite ni ponga nada a la eficacia de
Cristo, el único Mediador”.[20]
Todo esto apunta hacia mayores profundizaciones de las verdades
marianas de parte de la Iglesia; es una tarea que hay que seguir cumpliendo
con honestidad. Una de las verdades más polémicas es el título de
corredentora, que ha traído muchas discusiones y es rechazado más fuertemente
por los protestantes y también por los ortodoxos. Dentro de esta verdad
mariana, que es el misterio de la asociación de María a Cristo redentor en su
obra, están encerradas verdades esenciales que son útiles y necesarias para
el pueblo de Dios en la medida que avanza en su realidad escatológica. La
historia de la salvación implica que los cristianos se verán sometidos a
presiones cada vez más profundas a nivel espiritual, en la medida que el bien
vaya madurando y el mal se vaya manifestando más, los cristianos tendrán que
vivir una vida más íntimamente unida a Cristo, y la persona que más nos
enseñará esa unión y participación en la obra de la redención será María, tal
como plantea el Concilio Vaticano II en la Lumen Gentium, donde pone a María
como modela de la Iglesia, “en efecto, en el misterio de la Iglesia, que
también es llamada Madre y Virgen, la bienaventurada Virgen María abre la
marcha, ofreciendo de manera eminente y singular el modelo de Virgen y
Madre”.[21] De esta manera la participación de María en la
lucha por el bien de Dios, como la Nueva Eva, determina para nosotros un
modelo, un camino seguro, un ideal al cual llegar como Iglesia. En este
misterio de la cooperación de María y de los cristianos están contenidos
elementos fundamentales de la vida y doctrina de los futuros cristianos.
[1] (Cf. Nuovo Dizionario di Mariologia. A cura di Stefano Di Fiores e Salvatore Meo. Edizioni Paoline. Milano 1985. Madre di Dio. Pg 806ss). [2] (Denzinger. Concile D’Ephese: anathemes de Cyrille. n. 252). [3] (The Interlinear Bible. Greek-English. Vol IV. New Testament. Jay P. Green, Sr. General Editor and traslator.Hendrickson Publisher.USA 2005). [4] (Testi Mariani del Primo Milenio. P. Luigi Gambero. Cittá Nuova Editrice. Roma 1989. 81). [5] (Ibid p. 96). [6] (Ibid P. 139) [7] (Ibid, p. 466). [8] (Ibid 3 tomo. Pg 327). [9] (Bula Ineffabilis Deus). [10] (Le Transitus Mariae. En Nouveaux Cahiers Marials. Aout 2001. Pg 29). [11] (Cf. Testi Mariani del Primo Milllenio, Editado por Georges Charib, Ermanno M. Toniolo, Luigi Gambero, Gerardo Di Nola. Città Nuova Editrice. Roma 1990. 603-604). [12] (Ibid. 717). [13] (Ibid. 721). [14] (Stefano De Fiores. Maria. Nuovissimo Dizionario 1. Assunta. 77) [15] (Cf. Nuevo Diccionario de Mariología. Dirigido por Stefano De Fiores y Salvatore Meo. Ediciones Paulinas. Madrid 1988. Voz: Anunciación. Pg 283). [16] (Denzinger, Symboles et définitions de la foi Catholique. Définition de l´Assomption de Marie au ciel. Les Éditions du Cerf, Paris, 1997. N. 3900-3905. Pg 828). [17] (Ibid. 829). [18] (Ibid. 3914. Pg. 831). [19] (Nuevo Diccionario de Mariología. Madre Nuestra. Pg 1206. Cf. Concilio Vaticano II. BAC, 1966. 993). [20] (Denzinger. 2º Concile Vatican. 4176-4177. Pg 894). [21] (Ibid. 4118. Pg. 895). |