EL CREDO
Exposición del Símbolo de los Apóstoles
o del
"Credo in Deum"
SANTO TOMAS DE AQUINO
Prólogo
I. —Lo primero que le es necesario
al cristiano es la fe, sin la cual nadie se llama fiel cristiano. Pues bien, la
fe produce 4 bienes.
2. —Primeramente por la Fe se une el
alma a Dios. En efecto, por la fe el alma cristiana realiza una especie de
matrimonio con Dios (Oseas, 2, 20): "Te desposaré conmigo en la Fe".
Por lo cual al ser bautizado el
hombre, desde luego confiesa la Fe, cuando se le pregunta: "¿Crees en
Dios?", porque el bautismo es el primer sacramento de la fe. Lo dice el
Señor (Mc 16, 16): "El que crea y sea bautizado será salvo". Porque
el bautismo sin la fe es inútil, por lo cual es de saberse que nadie es acepto
a Dios sin la fe (Heb II, 6): "Sin la fe es imposible agradar a
Dios". Por esta razón San Agustín, comentando a Romanos 14, 23: "Todo
lo que no proceda de la fe es pecado", escribe: "Donde falta el
conocimiento de la eterna e inmutable verdad, falsa es la virtud aun con las
mejores costumbres".
3. —El segundo bien es que por la Fe
comienza en nosotros la vida eterna. Porque la vida eterna no es otra cosa que
conocer a Dios, por lo cual dice el Señor (Jn 17, 3): "La vida eterna es
que te conozcan a ti el solo Dios verdadero". Pues bien, este conocimiento
de Dios empieza aquí por la fe, para perfeccionarse en la vida futura, en la
cual lo conoceremos tal cual es. Por lo cual se dice en Hebreos II, I: "La
fe es la substancia de las realidades que se esperan". Así es que nadie
puede alcanzar la bienaventuranza, que es el verdadero conocimiento de Dios, si
primero no lo conoce por la fe (Juan 20, 29): "Bienaventurados los que no
vieron y creyeron".
4. —El tercer bien es que la fe
dirige la vida presente. En efecto, para vivir bien es menester que el hombre
sepa qué cosas son necesarias para bien vivir, y si tuviera que aprender por el
estudio todas las cosas necesarias para bien vivir, o no podría alcanzar tal
cosa, o la alcanzaría después de mucho tiempo. En cambio la fe enseña todo lo
necesario para vivir sabiamente. En efecto, ella nos enseña la existencia del
Dios único, que recompensa a los buenos y castiga a los malos, y que hay otra
vida y otras cosas semejantes, que nos incitan suficientemente a hacer el bien
y a evitar el mal (Habac 2, 4): "Mi Justo vive de la fe". Lo cual es
manifiesto, porque ninguno de los filósofos de antes de la venida de Cristo, a
pesar de todos los esfuerzos, pudo saber tanto acerca de Dios y de lo necesario
para la vida eterna cuanto después de la venida de Cristo sabe cualquier
viejecita mediante la fe.
Por lo cual Isaías (II, 9) dice:
"Colmada está la tierra con la ciencia del Señor".
5. —El cuarto bien es que por la fe
vencemos las tentaciones (Hebr I, 33): "Por la fe los santos vencieron
reinos". Y esto es patente, porque toda tentación viene o del diablo, o
del mundo, o de la carne. En efecto, el diablo tienta para que no obedezcas a
Dios ni te sujetes a Él. Y esto lo rechazamos por la fe. Porque por la fe
sabemos que Él es el Señor de todas las cosas, y por lo tanto que se le debe
obedecer: I Pe 5, 8: "Vuestro adversario el diablo ronda buscando a quién
devorar: resistidle firmes en la fe".
El Mundo, por su parte, tienta o
seduciendo con lo próspero o aterrándonos con lo adverso. Pero todo lo vencemos
por la fe, que nos hace creer en otra vida mejor que ésta, y así despreciamos
las cosas prósperas de este mundo y no tememos las adversas: I Jn 5, 4:
"La victoria que vence al mundo es nuestra fe", y a la vez nos enseña
a creer que hay males mayores, los del infierno.
La Carne, en fin, nos tienta
induciéndonos a las delectaciones momentáneas de la vida presente. Pero la fe
nos muestra que por ellas, si indebidamente nos les adherimos, perdemos las
delectaciones eternas: Ef 6. 16: "Embrazad siempre el escudo de la
fe".
Con todo esto queda patente que es
grandemente útil tener fe.
6. —Pero puede alguno decir: es una
tontería creer en lo que no se ve; así es que no se puede creer en lo que no
vemos.
7. —Respondo. En primer lugar, la
imperfección de nuestro entendimiento resuelve esta dificultad: porque si el
hombre pudiese perfectamente conocer por sí mismo todas las realidades visibles
e invisibles, necio sería creer en lo que no vemos. Pero nuestro conocimiento
es tan débil que ningún filósofo pudo jamás descubrir a la perfección la
naturaleza de un solo insecto. En efecto, leemos que un filósofo vivió treinta
años en soledad para conocer la naturaleza de la abeja. Por lo tanto, si
nuestro entendimiento es tan débil, ¿acaso no es insensato no creerle a Dios
sino lo que el hombre puede conocer por sí mismo? Por lo cual sobre esto se
dice en Job 36, 26: "¡Qué grande es Dios, y cuánto excede nuestra
ciencia!".
8. —En segundo lugar se puede
responder que si un maestro enseñase algo de su ciencia y cualquier rústico
dijese que eso no es tal como el maestro lo afirma por no entenderlo él, por
gran necio tendríamos a ese rústico.
Pues bien, es un hecho que el
entendimiento de los ángeles excede al entendimiento del mejor filósofo más que
el entendimiento de éste al del rústico. Por lo cual necio es el filósofo si no
quiere creer lo que dicen los ángeles, y con mayor razón si no quiere creer lo
que Dios enseña. Sobre esto se dice en Eccli 3, 25: "Muchas cosas que
sobrepujan la humana inteligencia se te han enseñado".
9. —En tercer lugar se puede
responder que si el hombre no quisiera creer sino lo que conoce, ciertamente no
podría vivir en este mundo. En efecto, ¿cómo se podría vivir sin creerle a
nadie? ¿Cómo creer ni siquiera que tal persona es su padre? Por lo cual es
necesario que el hombre le crea a alguien sobre las cosas que él no puede
conocer perfectamente por sí mismo. Pero a nadie hay que creerle como a Dios,
de modo que aquellos que no creen las enseñanzas de la fe, no son sabios sino
necios y soberbios, como dice el Apóstol en la Epístola a Timoteo, 6, 4:
"Soberbio es, y no sabe nada". Por lo cual dice San Pablo en la 2a.
Epístola a Timoteo, I, 12: "Yo sé bien en quién creí y estoy cierto".
10. —Se puede todavía responder que
Dios prueba la verdad de las enseñanzas de la fe. En efecto, si un rey enviase
cartas selladas con su sello, nadie osaría decir que esas cartas no proceden de
la voluntad del rey.
Pues bien, consta que todo aquello
que los santos creyeron y nos transmitieron acerca de la fe de Cristo marcadas
están con el sello de Dios: ese sello lo muestran aquellas obras que ninguna
pura criatura puede hacer: son los milagros con los que Cristo confirmó las
enseñanzas de los Apóstoles y de los santos.
11—Si me dices que nadie ha visto
hacer un milagro, respondo: consta que todo el mundo adoraba los ídolos y
perseguía a la fe de Cristo, como lo atestiguan aun las historias de los
paganos; y sin embargo todos se han convertido a Cristo: sabios y nobles, y
ricos y poderosos y los grandes, por la predicación de unos cuantos pobres y
simples que predicaron a Cristo. Y esto ha si-do obrado o milagrosamente, o no.
Si milagrosamente, ya está la demostración. Si no, yo digo que no puede haber
mayor milagro que la conversión del mundo entero sin milagros. No hay para qué
investigar más.
12. —Así es que nadie debe dudar de
la fe, sino creer en lo que es de fe más que en las cosas que ve; porque la
vista del hombre puede engañarse, mientras que la ciencia de Dios es siempre
infalible.
Artículo 1
CREO
EN UN SÓLO DIOS, PADRE TODOPODEROSO,
CREADOR DEL CIELO
Y DE LA TIERRA
13. —Entre todas las cosas que los
fieles deben creer, lo primero es que existe un solo Dios. Pues bien, debemos
considerar qué significa esta palabra: "Dios", que no es otra cosa
que Aquel que gobierna y provee al bien de todas las cosas. Así es que cree que
Dios existe aquel que cree que El gobierna todas las cosas de este mundo y provee
a su bien.
Al contrario, el que crea que todas
las cosas ocurren al acaso no cree en la existencia de Dios. Sin embargo, nadie
hay tan insensato que no crea que las cosas de la naturaleza son gobernadas,
están sometidas a una providencia y ordenadas, de modo que ocurren conforme a
cierto orden y a su tiempo. En efecto, vemos que el sol y la luna y las
estrellas y todos los otros seres de la naturaleza guardan un curso
determinado, lo cual no ocurriría si fuesen efecto del azar. En consecuencia,
si hubiere alguien que no creyese en la existencia de Dios, sería un insensato.
Salmo 13, I: "Dijo el necio en
su corazón: no hay Dios".
14. —Sin embargo, hay algunos que
creen que Dios gobierna y dispone las realidades naturales, pero no creen que
Dios sea providente respecto de los actos humanos, así que no creen que los
actos humanos estén gobernados por Dios. Y la razón de ello es que ven que en
este mundo los buenos son afligidos y los malos prosperan, por lo cual parece
que no hay una providencia divina respecto a los hombres, por lo cual hablando
por ellos dice Job (22, 14): "Dios se pasea por los caminos del cielo y se
desinteresa de nuestros asuntos".
Pero esto es demasiado estúpido.
Pues a éstos les ocurre como si algún ignorante en medicina viere al médico
recetar a un enfermo agua, a otro vino, conforme lo piden las reglas de la
medicina, y creyere que eso lo hace al acaso, por su ignorancia de esas reglas,
siendo que por un justo motivo lo hace, o sea, el darle a uno vino, y al otro
agua.
15. —Lo mismo debemos decir de Dios.
Pues por justo motivo y por su providencia Dios dispone las cosas que les son
necesarias a los hombres, por lo cual a algunos buenos los aflige y a algunos
malos los deja en prosperidad. Así es que quien crea que esto ocurre por azar
es un insensato y se le tiene por tal, porque esto no proviene sino de que
ignora la sabiduría y las razones del gobierno divino. Job 11,6: "Ojalá
que Dios te revelara los arcanos de su sabiduría y la multiplicidad de sus
designios". Por lo cual es de creer firmemente que Dios gobierna y dispone
no sólo las realidades naturales sino también los actos humanos.
Salmo 93, 7-10: "Y dicen:
'No lo verá el Señor, no se da
cuenta el Dios de Jacob'.
Comprended, estúpidos del pueblo;
insensatos ¿cuándo vais a ser cuerdos? El que plantó la oreja ¿no oirá? El que
formó los ojos ¿no va a ver?... El Señor conoce los pensamientos de los
hombres".
Dios ve, pues, todas las cosas, y
los pensamientos y los secretos de la voluntad. De aquí que se les imponga
especialmente a los hombres la necesidad de obrar bien, porque todo lo que
piensan y hacen manifiesto está a la mirada divina. El Apóstol dice en Hebreos
4, 13: "Todo está desnudo y patente a sus ojos".
16. —Pues bien, debemos creer que este
Dios que todo lo dispone y gobierna es un Dios único. La razón es que la
disposición de las cosas humanas está bien ordenada cuando la multitud se halla
regida y gobernada por uno solo. En efecto, una multitud de jefes provoca
generalmente disensiones entre los subordinados. Y como el gobierno divino es
superior al gobierno humano, es evidente que el mundo no está regido por muchos
dioses sino por uno solo.
17. —Sin embargo, hay cuatro razones
por las que los hombres son inducidos a tener muchos dioses.
La primera es la flaqueza del
*entendimiento humano.
Porque hombres de flaco
entendimiento, incapaces de elevarse por encima de los seres corporales, no
creyeron que hubiese algo más allá de la naturaleza de los cuerpos sensibles, y
en consecuencia, entre los cuerpos tuvieron por preeminentes y gobernantes del
mundo a los que les parecieron más bellos y dignos de todos, y les atribuían y
consagraban un culto divino: y de éstos son los cuerpos celestes, a saber el
sol, la luna y las estrellas. Pero a éstos les ocurrió lo que a uno que fue a
la corte de un rey: queriendo ver al rey, se imaginaba que cualquiera bien
vestido o cualquier funcionario era el rey. De estas gentes dice la Sabiduría,
13, 2: "Al sol y la luna y la
«bóveda estrellada los consideraron como dioses que rigen el mundo". E
Isaías, 51,6, dice: "Alzad a los cielos vuestros ojos, y contemplad abajo
la tierra, pues los cielos como humareda se disiparán, la tierra como un
vestido se gastará, y sus moradores perecerán igualmente: pero mi salvación por
siempre será, y mi justicia no tendrá fin".
18. —En segundo lugar proviene de la
adulación de los hombres. En efecto, algunos, queriendo adular a los poderosos
y a los reyes, a ellos les tributaron el honor debido a Dios, obedeciéndolos y
sujetándoseles; y por eso a algunos ya muertos los hicieron dioses, y a otros
aun en vida los declararon dioses. Judit 5, 29: "Sepan todas las naciones
que Nabucodonosor es el dios de la tierra y que no hay otro fuera de él".
* Literalmente imbecillitas:
imbecilidad, flaqueza, debilidad del entendimiento. (S.A.).
19. —La tercera causa proviene del
afecto carnal a hijos y consanguíneos. En efecto, algunos, por el excesivo amor
a los suyos, les hacían estatuas después de muertos, y de esto se siguió que a
esas estatuas les rin-dieran culto divino. De éstos dice la Sabiduría, 14, 21:
"O por afecto o por servilismo con los reyes, los hombres impusieron a
piedras y maderos el nombre incomunicable".
20. —En cuarto lugar por la malicia
del diablo. Pues éste desde el principio quiso igualarse a Dios, por lo cual
dijo (Isaías 14, 13): "Pondré mi sede hacia el Aquilón, escalaré los
cielos y seré semejante al Altísimo". Y tal decisión nunca la ha revocado,
por lo cual todo su esfuerzo consiste en hacerse adorar por los hombres y en
que le ofrezcan sacrificios: no es que se deleite en un perro o en un gato que
le sean ofrecidos, sino que se deleita en que a él se le rinda reverencia como
a Dios, por lo cual dijo al mismo Cristo (Mt 4, 9): "Todo esto te daré sí
postrándote me adoras". Por esta misma razón entraban los demonios en los
ídolos y daban las respuestas para ser venerados como dioses. Salmo 95, 5:
"Todos los dioses de las naciones son demonios". Y el Apóstol dice en
I Cor 10, 20: "¡Pero si lo que inmolan los gentiles, lo inmolan a los
demonios, y no a Dios!".
21. —Verdaderamente son horribles
estas cosas, y sin embargo son muchos los que con frecuencia incurren en estas
cuatro causas. Y ciertamente, si no de palabra o con la boca, con sus hechos
demuestran que creen en muchos dioses.
En efecto, aquellos que creen que
los cuerpos celestes pueden constreñir la voluntad del hombre y que para obrar
escogen tiempos determinados, consideran a los cuerpos celestes como dioses y que
dominan a los otros seres, y hacen predicciones. Jeremías 10, 2: "De los
signos celestes no os espantéis como los temen los gentiles, porque las
costumbres de las naciones son vanas".
Asimismo, todos aquellos que
obedecen a los reyes más que a Dios o en aquellas cosas en que no deben
obedecer, los constituyen dioses suyos. Hechos 5, 29: "Se debe obedecer a
Dios antes que a los hombres".
Asimismo aquellos que aman a sus
hijos o a sus parientes más que a Dios, con sus obras manifiestan que para ellos
hay muchos dioses. Así como los que aman la comida más que a Dios. De éstos
dice el Apóstol (Fil 3, 19): "Su dios es su vientre".
También todos aquellos que se
entregan a la adivinación y a los sortilegios creen que los demonios son
dioses, puesto que piden a los demonios lo que sólo Dios puede dar, a saber, la
revelación de alguna cosa oculta o el conocimiento de las cosas futuras.
En consecuencia, lo primero que se
debe creer es que Dios es tan sólo uno.
22. —Como ya lo dijimos, lo que primeramente
debemos creer es que hay un solo Dios; en segundo lugar, que este Dios es el
creador que ha hecho el cielo y la tierra, las cosas visibles y las invisibles.
Y dejando a un lado por el momento
razonamientos sutiles, con un ejemplo sencillo demostremos nuestra proposición:
todas las cosas han sido creadas y hechas por Dios.
Es claro que si alguien entra a una
casa, y al penetrar en ella siente calor, y conforme va avanzando siente mayor
calor, y más y más, pensará que hay fuego adentro, aun cuando no vea el fuego
que produce dicho calor: esto mismo le ocurre al que considera las cosas de
este mundo. Porque encuentra que todas las cosas están dispuestas según
diversos grados de belleza y de nobleza, y cuanto más se acercan a Dios, más
bellas y mejores las halla. He aquí por qué los cuerpos celestes son más bellos
y nobles que los cuerpos inferiores, y las cosas invisibles más que las
visibles. Por lo cual debemos creer que todas estas realidades vienen del Dios
uno, que da a cada cosa su existencia y su excelencia.
Sabiduría 13, I: "Vanos son
todos los hombres que ignoraron a Dios y no fueron capaces de conocer por los
bienes visibles a Aquel que es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al
Artífice"; y más abajo, 5: "pues por la grandeza y hermosura de las
criaturas se puede, por analogía, contemplar a su Creador".
Así es que como cosa cierta debemos
tener que todas las cosas que existen en el mundo, de Dios vienen.
23. —Sin embargo, en esta materia
debemos evitar tres errores.
El primer error es el de los
Maniqueos, que dicen que todas las cosas visibles han sido creadas por el
diablo, y por lo mismo a Dios no le atribuyen sino la creación de las cosas
invisibles. Y la causa de este error es que afirman, conforme a la verdad, que
Dios es el sumo bien y que todas las cosas que provienen del Bien son buenas;
pero no sabiendo discernir qué cosa sea mala y qué cosa sea buena, creyeron que
todas aquellas cosas que de cierta manera son malas son pura y simplemente
malas; y así, según ellos, el fuego, porque quema, es totalmente malo; y lo es
el agua, porque ahoga, y así por el estilo. En consecuencia, por no ser
enteramente buena ninguna de las realidades sensibles, sino en cierto modo
malas y deficientes, dijeron que todas las realidades visibles no son hechas
por el Dios bueno, sino por el dios malo.
Contra ellos propone San Agustín el
siguiente ejemplo. Si alguien entra a la casa de un artesano y allí encuentra
instrumentos con los que tropieza, y que lo hieren, y por ello juzgare que
dicho artesano es malo, por tener esos instrumentos, sería un estulto, pues el
artesano los tiene para su trabajo.
Asimismo es estulto decir que las
criaturas son malas por ser nocivas en algo, pues lo que es nocivo para el uno
es útil para el otro.
Este error es contrario a la fe de
la Iglesia, y para descartarlo se dice: "De todas las cosas visibles e
invisibles". Génesis 1, 1: "En el principio creó Dios el cielo y la
tierra". Juan I, 3: "Todas las cosas son hechas por El".
24. —El segundo error es de los que
afirman que el mundo es eterno, según este modo de hablar que Pedro consigna
(II Pedro 3, 4): "Desde que murieron los padres,* todo sigue como al
principio de la criatura".
* La primera generación cristiana.
Estos son inducidos a tal postura
porque no supieron considerar el principio del mundo. Por lo cual, como dice
Maimónides, a éstos les pasa lo que a un niño que desde su nacimiento fuese
puesto en una isla, y que nunca viese a una mujer encinta ni nacer a un niño:
si a este niño se le dijera, siendo ya grande, cómo es concebido el hombre y
llevado en el seno y cómo nace, no creería nada de lo que se le dijera, porque
le parecería imposible que el hombre pudiese existir en el seno materno. De la
misma manera, estos hombres, considerando el estado del mundo presente, no
creen que haya tenido comienzo.
También esto es contra la fe de la
Iglesia, por lo cual para descartarlo se dice: "Creador del cielo y de la
tierra". Y si fueron hechos es claro que no siempre existieron, por lo
cual se dice en el Salmo 148, 5: "Dios mandó y ellas fueron creadas".
"Dixít et facta sunt".
25. —El tercer error es de los que
afirman que Dios hizo el mundo de una materia preexistente. Y a esto fueron
llevados porque quisieron medir el poder de Dios conforme a nuestra capacidad,
y como el hombre nada puede hacer sino de alguna materia preexistente, creyeron
que también así es Dios, por lo cual dijeron que para la producción de los
seres contó El con una materia preexistente.
Pero esto no es la verdad. En
efecto, nada puede hacer el hombre sin una materia preexistente, porque él es
una causa parcial y no puede dar sino tal o cual forma a una materia
determinada, por algún otro proporcionada. Y la razón es que su poder no abarca
sino la forma, y en consecuencia no puede ser causa sino de ella sola. Dios, en
cambio, es la causa universal de todas las cosas, y no crea sólo la forma sino
también la materia; así es que de la nada lo hizo todo. Por lo cual para
descartar este error se dice: "Creador del cielo y de la tierra".
Así es que crear y hacer difieren en
que crear es hacer algo de la nada, y hacer es producir algo de cierta cosa.
Por lo tanto, si de la nada creó Dios, debemos creer que podría crear todas las
cosas de nuevo si fuesen destruidas: así es que puede darle la vista a un
ciego, resucitar a un muerto, y hacer las demás obras milagrosas. Sabiduría 12,
18: "Con sólo quererlo lo puedes todo".
26. —Por la consideración de esta
doctrina el hombre es llevado a cinco consecuencias.
Primeramente al conocimiento de la
divina Majestad.
Porque el artesano es superior a sus
obras, y como Dios es el creador de todas las cosas, es evidente que está por
encima de todas las cosas. Sabiduría 13, 3-4: "Si seducidos por su
belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos
ellos; y si fue su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan de
ahí cuánto más poderoso es Aquel que los hizo". Por lo cual cuanto podamos
entender y pensar es inferior a Dios mismo. Job 36, 26: "¡Qué grande es
Dios! Excede nuestra ciencia".
27. —En segundo lugar, esto lleva al
hombre a la acción de gracias. Porque si Dios es el creador de todas las cosas,
resulta evidente que cuanto somos y tenemos, de Dios procede. Dice San Pablo en
I Cor 4, 7: "¿Qué cosa tienes que no la hayas recibido?". Salmo 23,
I: "Del Señor es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe de la tierra y
cuantos en él habitan". Y por lo mismo debemos rendirle acciones de
gracias: Salmo 115, 12: "¿Qué podré yo darle al Señor por todo lo que Él
me ha dado?".
28. —En tercer lugar es llevado a la
paciencia en las adversidades. En efecto, si toda criatura viene de Dios, y por
esto mismo es buena según su naturaleza, empero, si en algo nos daría una de
ellas y nos produce un sufrimiento, debemos creer que éste viene de Dios; mas
no el pecado, porque ningún mal viene de Dios sino en cuanto está ordenado al
bien. Por lo cual, como cualquier pena que el hombre sufra viene de Dios,
pacientemente debe soportarlas. En efecto, las penas purgan los pecados,
humillan a los culpables, inducen a los buenos a amar a Dios. Job 2, 10:
"Si los bienes los hemos recibido de la mano de Dios, ¿por qué no hemos de
aceptar igualmente los males?".
29. —En cuarto lugar somos llevados
a usar rectamente de las cosas creadas: en efecto, de las criaturas debemos
usar para aquello para lo que fueron creadas por Dios. Ahora bien, fueron
hechas con un doble objeto: para la gloria de Dios, porque "el Señor ha
hecho todas las cosas en atención a El mismo" (esto es, para su gloria],
como dice Prov 16, 4; y para nuestro provecho: Deut 4, 19: "El Señor tu
Dios las hizo para el provecho de todas las gentes". Por lo tanto, debemos
usar de las cosas para la gloria de Dios, o sea, para que al usarlas agrademos
a Dios; y para nuestro provecho, o sea, de modo que al usarlas no cometamos
pecado. I Paralip 29, 14: "Tuyas son todas las cosas y te damos lo que de
tu mano hemos recibido". Así es que cuanto tengas, o ciencia, o belleza,
todo debes referirlo y usarlo para la gloria de Dios.
30. —Todo ello nos lleva, en quinto
lugar, al conocimiento de la dignidad humana. En efecto, Dios todo lo hizo para
el hombre, según se dice en el Salmo 8, 8: "Todo lo pusiste bajo sus
pies". Y entre todas las criaturas, el hombre es, después de los ángeles,
la más semejante a Dios, por lo cual dice el Génesis (I, 26): "Hagamos al
hombre a nuestra imagen y semejanza". Y esto no lo dijo ni del cielo ni de
las estrellas, sino del hombre. Pero no en cuanto al cuerpo, sino en cuanto al
alma, que goza de una voluntad libre y que es incorruptible, que es en lo que
se asemeja a Dios más que las otras criaturas. Por lo tanto, hemos de
considerar que después de los ángeles el hombre tiene mayor dignidad que las
demás criaturas y de ninguna manera disminuir nuestra dignidad por el pecado y
por el desordenado apetito de las cosas corporales, que son inferiores a
nosotros y fueron hechas para nuestro servicio, sino que debemos portarnos tal
como Dios nos hizo.
Pues bien, Dios hizo al hombre para
que domine todas las cosas que existen en la tierra y para que se sujete a
Dios. Por lo tanto, debemos dominar y someter las cosas; pero sujetarnos a
Dios, obedecerlo y servirlo; y de esto pasaremos a la fruición de Dios. Que Él
se digne concedérnoslo, etc.
Artículo 2
Y EN JESUCRISTO,
SU ÚNICO HIJO, SEÑOR NUESTRO
31. —No sólo les es necesario a los
cristianos creer en un Dios único, y en que Él es creador del cielo y de la
tierra y de todas las cosas, sino que también les es necesario creer que Dios
es Padre y que Cristo es verdadero Hijo de Dios.
Lo cual, como lo dice el
bienaventurado Pedro en su Segunda Epístola Canónica, cap. I, no es una fábula,
sino algo cierto y probado por la palabra de Dios en la montaría. En efecto,
dice él allí (16-18): "Os hemos dado a conocer el poder y la Venida de
Nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de
haber visto con nuestros propios ojos su majestad.
Porque recibió de Dios Padre honor y
gloría cuando de la sublime Gloria le vino esta voz: Este es mi hijo muy amado
en quien me complazco. Oídle. Nosotros mismos escuchamos esta voz venida del
cielo, estando con El en el monte santo".
El mismo Jesucristo en muchas
ocasiones llama Padre suyo a Dios y se dice Hijo de Dios. Por lo cual los
Apóstoles y los Santos Padres pusieron entre los artículos de Fe que Cristo es
Hijo de Dios, al decir: "Y en Jesucristo su Hijo", esto es, Hijo de
Dios.
32. —Pero hubo algunos herejes que
creyeron en eso de manera perversa.
En efecto, Fotino dice que Cristo no
es Hijo de Dios sino tal como lo son los varones virtuosos que, por vivir
honestamente y por cumplir con la voluntad de Dios, merecen ser llamados hijos
de Dios por adopción; y que de esta manera Cristo, que vivió honestamente e
hizo la voluntad de Dios, mereció ser llamado Hijo de Dios; y pretendió que
Cristo no existió antes de la Bienaventurada Virgen, sino que empezó a existir
cuando fue concebido por Ella.
Y así erró doblemente. Primero, por
no decir que Cristo es verdadero Hijo de Dios según la naturaleza; y en segundo
lugar al decir que Cristo empezó a existir en el tiempo en cuanto a todo su
ser, mientras que nuestra fe afirma que Él es Hijo de Dios por naturaleza y que
lo es ab aeterno. Y en todo esto tenemos testimonios expresos contra Fotino en
la Sagrada Escritura.
En efecto, contra lo primero la
Escritura dice no sólo que Cristo es Hijo sino que es Hijo único. Juan I, 18:
"El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado". Y
contra lo segundo, Juan 8, 58: "Antes de que Abraham fuese, Yo soy".
Ahora bien, es claro que Abraham existió antes que la Santísima Virgen, por lo
cual los Santos Padres agregaron, en otro Símbolo, contra lo primero: "Su
único Hijo"; y contra lo segundo: "Y nacido del Padre antes de todos
los siglos".
33.—Sabelio ciertamente dijo que
Cristo fue anterior a la Bienaventurada Virgen, pero también dijo que no es una
la persona del Padre y otra la del Hijo, sino que el mismo Padre se encarnó,
por lo cual una misma es la persona del Padre y la del Hijo. Pero esto es
erróneo porque destruye la trinidad de las personas.
Y en contra de esto tenemos la
autoridad de Juan 8, 16: "No estoy yo solo, sino yo y el que me ha
enviado, el Padre". Y es claro que nadie se envía a sí mismo. En esto,
pues, yerra Sabelio. Por lo cual se añade en el Símbolo de los Padres:
"Dios de Dios, Luz de Luz", o sea: debemos creer en Dios Hijo
procedente de Dios Padre, en el Hijo que es Luz, que procede del Padre, que es
Luz.
34. —Arrío dijo que Cristo es
anterior a la Bienaventurada Virgen, y que una es la persona del Padre y otra
la del Hijo; pero le atribuyó a Cristo estas tres cosas: primera, que el Hijo
de Dios fue una criatura; segunda, que no ab aeterno sino en el tiempo fue
creado por Dios como la más noble de las criaturas; tercera, que Dios Hijo no
es de una misma naturaleza con Dios Padre, y por lo tanto que no es verdadero
Dios.
Pero todo esto es igualmente erróneo
y contra la autoridad de la Sagrada Escritura. Pues dice Juan (10,30): "Yo
y el Padre somos una sola cosa", es evidente que en cuanto a la
naturaleza; y por lo tanto, como el Padre siempre ha existido, también el Hijo,
y así como el Padre es verdadero Dios, lo es también el Hijo.
Por lo cual, donde se dice por Arrio
que Cristo fue una criatura, en contra se dice por los Padres en el Símbolo:
"Dios verdadero de Dios verdadero"; donde se dice que Cristo no
existe ab aeterno, sino que fue crea-do en el tiempo, en contra se dice en el
Símbolo: "Engendrado, no creado", y contra la afirmación de que Él no
es de la misma sustancia con el Padre, se agrega en el Símbolo:
"Consubstancial al Padre".
35. —Es evidente, por lo tanto, que
debemos creer que Cristo es el Unigénito de Dios, y verdadero Hijo de Dios, y
que siempre ha sido con el Padre, y que una es la persona del Hijo y otra la
del Padre, y que es de una misma naturaleza con el Padre. Pero todo esto que
creemos aquí abajo por la fe, lo conoceremos en la vida eterna por una visión
perfecta. Por lo cual para nuestro consuelo diremos algo de estas cosas.
36. —Es de saber que los diversos
seres tienen diversos modos de generación. En efecto, la generación en Dios es
distinta de la de los demás seres; por lo cual no podemos llegar a conocer la
generación en Dios sino por la generación de aquello que en las criaturas
alcance a ser más semejante a Dios. Pues bien, nada es tan semejante a Dios,
según ya lo dijimos, como el alma del hombre. Y he aquí el modo de la
generación en el alma: el hombre piensa por su alma alguna cosa, que se llama
concepción de la inteligencia; y tal concepción proviene del alma como de un
padre, y se le llama verbo de la inteligencia, o del hombre. Así es que,
pensando, el alma engendra su Verbo.
De la misma manera, el Hijo de Dios
no es otra cosa que el Verbo de Dios; no como un verbo proferido afuera, porque
tal verbo pasa, sino como un verbo concebido interiormente: por lo cual ese
Verbo de Dios es de una misma naturaleza con Dios e igual a Dios. De aquí que
hablando San Juan acerca del Verbo de Dios, a los tres herejes destruyó.
Primero la herejía de Fotino, que es aniquilada con estas palabras (Jn I, I):
"En el principio era el Verbo"; en segundo lugar la de Sabelio,
cuando dice: "Y el Verbo estaba en Dios"; y en tercer lugar la de
Arrio, cuando dice: "Y el Verbo era Dios".
37. —Pero el verbo es una cosa en
nosotros y otra en Dios. En efecto, en nosotros nuestro verbo es un accidente;
y en Dios el Verbo de Dios es lo mismo que el propio Dios, por no haber nada en
Dios que no sea la esencia de Dios. Ahora bien, nadie puede decir que Dios no
tenga Verbo, porque ocurriría que Dios sería ignorantísimo; pero como Dios
siempre ha existido, también su Verbo.
38. —Y como el artesano lo hace todo
conforme a la forma que preconcibió en su inteligencia, lo cual es su verbo, de
la misma manera Dios lo hace todo por su Verbo, como por su arte. Juan I, 3:
"Todas las cosas fueron hechas
por El".
39. —Pues bien, si el Verbo de Dios
es Hijo de Dios, y si todas las palabras de Dios son cierta semejanza de ese
Verbo, en primer lugar debemos oír con gusto las palabras de Dios, pues la
señal de que amamos a Dios es que con agrado escuchemos sus palabras.
40.—En segundo lugar, debemos creer
en las palabras de Dios, porque gracias a esto habita en nosotros el Verbo de
Dios, esto es, Cristo, que es el Verbo de Dios, conforme al Apóstol (Ef 3, 17):
"Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones". Juan 5, 38:
"El Verbo de Dios no habita en vosotros".
41.—En tercer lugar, es menester que
continuamente meditemos en el Verbo de Dios que habita en nosotros; porque
debemos no sólo creer sino también meditar; pues de otra manera lo primero no
nos aprovecha, y tal meditación sirve de mucho contra el pecado. Salmo 118, II:
"Dentro del corazón he guardado tus palabras, para no pecar contra
ti"; y otra vez acerca del varón justo se dice en Salmo I, 2: "En la
ley de Yahvé medita de día y de noche". Por lo cual se dice de la
Santísima Virgen, en Luc 2, 51, que "conservaba todas estas palabras
meditándolas en su corazón".
42. —En cuarto lugar, es menester
que el hombre comunique la palabra de Dios a los demás, advirtiendo, predicando
e inflamando. Dice el Apóstol en Efesios 4,29: "No salga de vuestra boca
palabra dañosa, sino la que sea buena para edificar". Y en Colos 3, 16:
"La palabra de Dios habite en vosotros en abundancia, con toda sabiduría,
enseñándoos y amonestándoos unos a otros". Y asimismo en Tim 4, 2:
"Predica la palabra, insiste
oportuna e inoportunamente, reprende, exhorta, amenaza con toda paciencia y
doctrina".
43. —Por último, debemos llevar a la
práctica la palabra de Dios. Santiago I, 22: "Sed ejecutores de la
palabra, y no tan sólo sus oyentes, engañándoos a vosotros mismos".
44. —Estas cinco cosas las observó
por su orden la Santísima Virgen al engendrar al Verbo de Dios. En efecto,
primero escuchó: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti" (Luc I, 35);
en segundo lugar, consintió gracias a la fe: "He aquí la esclava del
Señor" (Luc I, 38); en tercer lugar, le tuvo y llevó en su seno; en cuarto
lugar, lo dio a luz; en quinto lugar, lo nutrió y amamantó, por lo cual canta
la Iglesia: "Al mismo rey de los Ángeles la sola Virgen lo amamantaba con
su pecho lleno de cielo".
Artículo 3
QUE
FUE CONCEBIDO DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE LA
VIRGEN MARÍA
45. —No solamente es necesario creer
en el Hijo de Dios, como está demostrado, sino que es menester creer también en
su encarnación. Por lo cual San Juan, después de haber dicho muchas cosas
sutiles y difíciles (sobre el Verbo), en seguida nos habla de su encarnación en
estos términos (Jn I, 14): Y el Verbo se hizo carne.
Y para que podamos captar algo de
esto, propondré dos ejemplos.
Es claro que nada es tan semejante
al Hijo de Dios como el verbo concebido en nuestra mente y no proferido.
Ahora bien, nadie conoce el verbo
mientras permanece en la mente del hombre, si no es aquel que lo concibe; pero
es conocido al ser proferido. Y así, el Verbo de Dios, mientras permanecía en
la mente del Padre no era conocido sino por el Padre; pero ya revestido de
carne, como el verbo se reviste con la voz, entonces por primera vez se
manifestó y fue conocido.
Baruc (3, 38): "Después
apareció en la tierra, y conversó con los hombres".
El segundo ejemplo es éste: por el
oído se conoce el verbo proferido, y sin embargo no se le ve ni se le toca;
pero si se le escribe en un papel, entonces sí se le ve y se le toca. Así, el
Verbo de Dios se hizo visible y tangible cuando en nuestra carne fue como
inscrito; y así como al papel en que está escrita la palabra del rey se le
llama palabra del rey, así también el hombre al cual se unió el Verbo de Dios
en una sola hipóstasis, se llama Hijo de Dios, Isaías 8, I: "Toma un gran
libro, y escribe en él con un punzón de hombre"; por lo cual los santos
apóstoles dijeron (acerca de Jesús): "Que fue concebido del Espíritu
Santo, y nació de la Virgen María".
46. —En esto erraron muchos. Por lo
cual los Santos Padres, en otro símbolo, en el Concilio de Nicea, añadieron
muchas precisiones, en virtud de las cuales son destruidos ahora todos los
errores.
47. —En efecto, Orígenes dijo que
Cristo nació y vino al mundo para salvar también a los demonios. Por lo cual
dijo que todos los demonios serían salvos al fin del mundo. Pero esto es en
contra de la Sagrada Escritura. En efecto, dice San Mateo (25, 41):
"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus
ángeles". Por lo cual, para rechazar esto se agrega: "Que por
nosotros los hombres (no por los demonios) y por nuestra salvación". En lo
cual aparece mejor el amor que Dios nos tiene.
48. —Fotino ciertamente consintió en
que Cristo nació de la Bienaventurada Virgen; pero agregó que Él era un simple
hombre, que viviendo bien y haciendo la voluntad de Dios mereció venir a ser
hijo de Dios, como los demás santos. Pero contra esto Jesús dice en Juan (o,
38): "Yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad
del que me envió". Es claro que del cielo no habría descendido si allí no
hubiese estado; y que si fuese un simple hombre, no habría estado en el cielo.
Por lo cual, para rechazar ese error
se añade: "Descendió del cielo".
49. —Maniqueo, por su parte, dijo
que ciertamente el Hijo de Dios existió siempre y que descendió del cielo; pero
que no tuvo carne verdadera, sino aparente. Pero esto es falso. En efecto, no
convenía que el doctor de la verdad tuviese alguna falsedad. Y por lo mismo,
puesto que ostentó verdadera carne, verdaderamente la tuvo.
Por lo cual dijo en San Lucas (24,
39): "Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que
yo tengo". Por lo cual, para rechazar dicho error, agregaron (los Santos
Padres): "Y se encarnó".
50. —Por su parte, Ebión, que fue de
origen judío, dijo que Cristo nació de la Santísima Virgen, pero por la unión
de un varón y del semen viril. Pero esto es falso, porque el Ángel dijo (Mt I,
20): "Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo". Por lo cual los
Santos Padres, para rechazar dicho error, añadieron: "del Espíritu
Santo".
51.—Valentino, por su parte, confesó
que Cristo fue concebido del Espíritu Santo; pero pretendió que el Espíritu
Santo llevó un cuerpo celeste, y que lo puso en la Santísima Virgen, y que ése
fue el cuerpo de Cristo: de modo que ninguna otra cosa hizo la Santísima
Virgen, sino que fue su receptáculo. Por lo cual aseguró que dicho cuerpo pasó
por la Bienaventurada Virgen como por un acueducto. Pero esto es falso, pues el
Ángel le dijo a Ella (Lc I, 35): "El Santo que nacerá de ti será llamado
Hijo de Dios". Y el Apóstol dice (Gal 4, 4): "Al llegar la plenitud
de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer". Por lo cual
añadieron: "Y nació de la Virgen María".
52. —Arrio y Apolinar dijeron que
ciertamente Cristo es el Verbo de Dios y que nació de la Virgen María; pero que
no tuvo alma, sino que en el lugar del alma estuvo allí la divinidad. Pero esto
es contra la Escritura, porque Cristo dijo (Jn 12, 27): "Ahora mi alma
está turbada", y también en Mateo 26, 38: "Triste está mi alma hasta
la muerte". Por lo cual, para rechazar dicho error añadieron: "Y se
hizo hombre".
Pues bien, el hombre está
constituido de alma y cuerpo. Así es que muy verdaderamente Jesús tuvo todo lo
que el hombre puede tener, con excepción del pecado.
53. —Al asentar que Cristo se hizo
hombre, se destruyen todos los errores arriba enunciados y cuantos puedan
decirse, y principalmente el error de Eutiques, que enseñaba que hecha la
mezcla de la naturaleza di-vina con la humana, resultaba una sola naturaleza de
Cristo, la cual no sería ni puramente divina ni puramente humana. Lo cual es
falso, porque así Cristo no sería hombre, y también contra esto se dice que
"se hizo hombre".
Se destruye también el error de
Nestorio, el cual enseñó que el Hijo de Dios está unido a un hombre sólo porque
habita en él. Pero esto es falso, porque en tal caso no sería hombre, sino que
estaría en un hombre. Y que Cristo es hombre lo dice claramente el Apóstol
(Filip 2, 7): "Y por su presencia fue reconocido como hombre". Y Juan
(8, 40) dice: "¿Por qué tratáis de matarme a mí, que soy hombre, que os he
dicho la verdad que he oído de Dios?".
54. —De todo esto podemos concluir
algunas cosas para nuestra instrucción.
En primer lugar, se confirma nuestra
fe. En efecto, si alguien dijera algunas cosas de una tierra remota a la que no
hubiese ido, no se le creería igual que si allí hubiese estado. Ahora bien,
antes de la venida de Cristo al mundo, los Patriarcas y los Profetas y Juan
Bautista dijeron algunas cosas acerca de Dios, y sin embargo no les creyeron a
ellos los hombres como a Cristo, el cual estuvo con Dios, y que además es uno
con El. De aquí que nuestra fe, que nos transmitió el mismo Cristo, sea más
firme. Juan I, 18: "Nadie ha visto jamás a Dios: el Hijo único, que está
en el seno del Padre, él mismo lo ha revelado". De aquí resulta que muchos
secretos de la fe se nos han manifestado después de la venida de Cristo, los
cuales estaban antes ocultos.
55. —En segundo lugar, por todo ello
se eleva nuestra esperanza. En efecto, es claro que el Hijo de Dios no vino,
asumiendo nuestra carne, por negocio de poca monta, sino para una gran utilidad
nuestra; por lo cual efectuó cierto canje, o sea, que tomó un cuerpo con una
alma, y se dignó nacer de la Virgen, para hacernos el don de su divinidad; y
así, Él se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. Rom 5, 2: "Por
quien hemos obtenido, mediante la fe, el acceso a esta gracia, en la cual nos
hallamos y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos de
Dios".
56. —En tercer lugar, con todo ello
se inflama la caridad. En efecto, ninguna prueba de la divina caridad es tan
evidente como la de que Dios creador de todas las cosas se haya hecho criatura,
que nuestro Dios se haya hecho nuestro hermano, que el Hijo de Dios se haya
hecho hijo del hombre. Juan 3, 16: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a
su Hijo unigénito". Por lo tanto, por esta consideración el amor a Dios
debe reencenderse e inflamarse.
57. —En cuarto lugar, somos llevados
a guardar pura el alma. En efecto, de tal manera ha sido ennoblecida y exaltada
nuestra naturaleza por la unión con Dios, que ha sido elevada a la unidad con
una divina persona. Por lo cual el Ángel, después de la encarnación, no quiso
permitir que el bienaventurado apóstol Juan lo adorase, cosa que anteriormente
les había permitido a los más grandes de los Patriarcas. Por lo cual,
recordando su exaltación y meditando sobre ella, debe el hombre guardarse de
mancharse y de manchar su naturaleza con el pecado. Por eso dice San Pedro (II
Petr I, 4): "Por quien nos han sido dadas las magníficas y preciosas
promesas, para que por ellas nos hagamos partícipes de la naturaleza divina,
huyendo de la corrupción de la concupiscencia que hay en el mundo".
58. —En quinto lugar, con todo ello
se nos inflama el deseo de alcanzar a Cristo. En efecto, si algún rey fuese
hermano de alguien y estuviese lejos de él, ese cuyo hermano fuese el rey
desearía llegar a él, y con él estar y permanecer. Por lo cual, como Cristo es
nuestro hermano, debemos desear estar con él y unírnosle: Mt 24, 28:
"Donde esté el cuerpo, allí se juntarán las águilas".
Y el Apóstol deseaba morir y estar
con Cristo. Y este deseo crece en nosotros si meditamos sobre su encarnación.
Artículo 4
PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO, FUE
CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO
59.
—Así como le es necesario al cristiano creer en la encarnación del Hijo de
Dios, así también le es necesario creer en su pasión y en su muerte, porque,
como dice San Gregorio, "de nada nos aprovecharía el haber nacido si no
nos aprovecha el haber sido redimidos". Pues bien, que Cristo haya muerto
por nosotros es algo tan elevado, que apenas puede nuestra inteligencia
captarlo; no sólo, sino que no le cuadra a nuestro espíritu. Y esto es lo que
dice el Apóstol (Hechos 13, 41): "En vuestros días yo voy a realizar una
obra, una obra que no creeréis si alguien os la cuenta". Y Habacuc I, 5:
"En vuestros días se cumplirá una obra que nadie creerá cuando se
narre". Pues tan grandes son la gracia de Dios y su amor a nosotros, que
hizo por nosotros más de lo que podemos entender.
60. —Sin embargo, no debemos creer
que de tal manera haya sufrido Cristo la muerte que muriera la Divinidad, sino
que la humana naturaleza fue lo que murió en El. Pues no murió en cuanto Dios,
sino en cuanto hombre. Y esto es patente mediante tres ejemplos.
El primero está en nosotros. En
efecto, es claro que al morir el hombre, al separarse el alma del cuerpo, no
muere el alma, sino el mismo cuerpo, o sea, la carne.
Así también, en la muerte de Cristo,
no muere la Divinidad sino la naturaleza humana.
61. —Pero si los judíos no mataron a
la Divinidad, es claro que no pecaron más que si hubiesen matado a cualquier
otro hombre.
62. —A esto debemos responder que
suponiendo a un rey revestido con determinada vestidura, si alguien se la
manchase incurriría en la misma falta que si manchase al propio rey. De la
misma manera los judíos: no pudieron matar a Dios, pero al matar la humana
naturaleza asumida por Cristo, fueron castigados como si hubiesen matado a la
Divinidad misma.
63. —Además, como dijimos arriba, el
Hijo de Dios es el Verbo de Dios, y el Verbo de Dios encarnado es como el verbo
del rey escrito en una carta. Pues bien, si alguien rompiese la carta del rey,
se le consideraría igual que si hubiere desgarrado el verbo del rey. Por lo
mismo, se considera el pecado de los judíos de igual manera que si hubiesen
matado al Verbo de Dios.
64. —Pero ¿qué necesidad había de
que el Verbo de Dios padeciese por nosotros? Muy grande. Y se puede deducir una
doble necesidad. Una, como remedio de los pecados, y la otra como modelo de
nuestros actos.
65. —Para remedio, ciertamente,
porque contra todos los males en que incurrimos por el pecado, encontramos el
remedio en la pasión de Cristo. Ahora bien, incurrimos en cinco males.
66. —En primer lugar, una mancha: el
hombre, en efecto, cuando peca, mancha su alma, porque así como la virtud del
alma es su belleza, así también el pecado es su mancha. Baruc 3, 10: "¿Por
qué, Israel, por qué estás en país de enemigos... te has contaminado con los
cadáveres?". Pero esto lo hace desaparecer la Pasión de Cristo: en efecto,
con su Pasión Cristo hizo un baño con su sangre, para lavar allí a los
pecadores.
Apoc I, 5: "Nos lavó de
nuestros pecados con su sangre".
En efecto, se lava el alma con la
sangre de Cristo en el bautismo, pues por la sangre de Cristo tiene el bautismo
virtud regenerativa. Por lo cual cuando alguien se mancha por el pecado, le
hace una injuria a Cristo y peca más que antes (del bautismo). Hebreos 10,
28-29: "Si alguno viola la ley de Moisés es condenado a muerte sin
compasión, por la declaración de dos o tres testigos.
¿Cuánto más grave castigo pensáis
que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios y tuvo por impura la sangre de la
Alianza?".
67. —En segundo lugar, caemos en
desgracia respecto a Dios. Porque así como el hombre carnal ama la belleza
carnal, así Dios ama la espiritual, que es la belleza del alma. Así es que
cuando el alma se mancha por el pecado, Dios se ofende y le tiene odio al
pecador. Sabiduría 14, 9: "Dios odia al impío y su impiedad". Pero
esto lo borra la Pasión de Cristo, el cual satisfizo a Dios Padre por el
pecado, por el que no podía satisfacer el propio hombre, porque la caridad y la
obediencia de Cristo fueron mayores que el pecado del primer hombre y su
desobediencia. Rom 5, 10: "Cuando éramos enemigos (de Dios), fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo".
68. —En tercer lugar, caemos en
debilidad. Porque el hombre tan pronto como peca cree poder en seguida
preservarse del pecado; pero ocurre todo lo contrario; porque por el primer
pecado se debilita y se hace más inclinado al pecado; y así domina más el
pecado al hombre, y el hombre, en cuanto de sí depende, se pone en tal
situación que sin el poder divino no se puede levantar, como quien se arrojara
a un pozo. Por lo cual después de haber pecado el hombre, nuestra naturaleza se
debilitó y corrompió, y entonces el hombre se encontró más inclinado a pecar. Pero
Cristo disminuyó esta flaqueza y esta debilidad, aunque no la suprimió
enteramente. Sin embargo, de tal manera ha sido confortado el hombre por la
Pasión de Cristo, y debilitado el pe-cado, que ya no estamos tan dominados por
él; y puede el hombre, ayudado por la gracia de Dios, que nos confiere con los
sacramentos, que tienen eficacia por la Pasión de Cristo, esforzarse de tal
manera que puede apartarse de los pecados.
Dice el Apóstol en Rom 6, 6:
"Nuestro hombre viejo fue crucificado con El, a fin de que fuera destruido
el cuerpo de pecado". En efecto, antes de la Pasión de Cristo se halló que
eran pocos los hombres que vivieran sin pecado mortal; pero después son muchos
los que vivieron y viven sin pecado mortal.
69. —En cuarto lugar, incurrimos en
el reato de una pena. Pues la justicia de Dios exige que todo el que peque sea
castigado. Y la pena se mide por la culpa.
De modo que como la culpa del pecado
mortal es infinita, puesto que es contra el bien infinito, o sea, Dios, cuyos
preceptos menosprecia el pecador, la pena debida al pecado mortal es infinita.
Pero Cristo por su Pasión nos levantó esa pena, y El mismo la padeció. I Pedro
2, 24: "El mismo llevó nuestros pecados (esto es, la pena del pecado) en
su cuerpo". Porque la virtud de la Pasión de Cristo fue tan grande que
bastó para expiar todos los pecados de todo el mundo, aun cuando fuesen sin
cuento. Por eso los bautizados son aliviados de todos sus pecados. Por eso
también el sacerdote perdona los pecados. Por eso también el que mejor se
conforme a la Pasión de Cristo, mayor perdón obtendrá y más gracia merece.
70. —En quinto lugar, incurrimos en
el destierro del reino. Porque quienes ofenden a los reyes son obligados a
dejar el reino. Y así el hombre por el pecado es echado del paraíso. Por eso,
inmediatamente después de su pecado Adán es arrojado del paraíso, y es cerrada
la puerta del paraíso. Pero Cristo por su Pasión abrió esa puerta, y llamó al
reino a los desterrados. En efecto, abierto el costado de Cristo, fue abierta la
puerta del paraíso; y derramada su sangre, se limpió la mancha, Dios fue
aplacado, suprimida fue la debilidad, fue expiada la pena, los desterrados
fueron llamados al reino. Y por eso se le dijo al ladrón inmediatamente (Lc 23,
43): "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Esto no fue dicho en otro
tiempo: no se le dijo a nadie, ni a Adán, ni a Abraham, ni a David; sino hoy, o
sea, cuando es abierta la puerta, el ladrón pide y obtiene el perdón.
Hebr 10, 19: "Teniendo... la
seguridad de entrar en el santuario por la sangre de Cristo".
De esta manera, pues, queda patente
la utilidad (de la Pasión de Cristo) en calidad de remedio.
Pero no es menor su utilidad en
calidad de ejemplo.
71. —En efecto, como dice San
Agustín, la Pasión de Cristo basta totalmente como instrucción para nuestra
vida. Pues quien anhele vivir de manera perfecta, que no haga otra cosa que
despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y que desee lo que Cristo deseó.
72. —Porque ningún ejemplo de virtud
falta en la cruz. Pues si buscas un ejemplo de caridad, "nadie tiene mayor
caridad que el que da su vida por sus amigos", Jn 15, 13. Y esto fue lo
que hizo Cristo en la cruz. Por lo tanto, si El dio su vida por nosotros, no se
nos debe hacer pesado soportar por El cualquier mal. Salmo 115, 12: "¿Qué
le daré al Señor por todo lo que Él me ha dado?".
73. —Si buscas un ejemplo de
paciencia, excelentísimo lo encuentras en la cruz. En efecto, de dos grandes
maneras se manifiesta la paciencia: o bien padeciendo pacientemente grandes
males, o bien padeciendo algo que podría evitarse y que no se evita.
Pues bien, Cristo soportó en la cruz
grandes males.
Treno I, 12: "Oh, vosotros
todos, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi
dolor"; y pacientemente, porque, "al padecer, no amenazaba", I
Pedro 2, 23; e Isaías 53, 7: "Como cordero llevado al matadero, y como
oveja muda ante los trasquiladores".
Además, Cristo pudo evitarlos, y no
los evitó. Mt 26, 53: "¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que me
enviaría luego más de doce legiones de ángeles?".
Grande es, pues, la paciencia de
Cristo en la cruz.
Hebr 12, 1-2: "Por la paciencia
corramos al combate que se nos ofrece, puestos los ojos en el autor y
consumador de la fe, Jesús, el cual, en vez del gozo que se le ofrecía, soportó
la cruz, despreciando la ignominia".
74. —Si buscas un ejemplo de
humildad, ve el crucifijo: en efecto, Dios quiso ser juzgado bajo Poncio Pilato
y morir. Job 36, 17: "Tu causa ha sido juzgada como la de un impío".
En verdad como la de un impío: "Condenémosle a una muerte afrentosa",
Sabiduría 2, 20. El Señor quiso morir por su siervo, y el que es la vida de los
Ángeles por el hombre. Filip 2, 8: "Hecho obediente hasta la muerte".
75. —Si buscas un ejemplo de
obediencia, síguelo a Él. Que se hizo obediente al Padre hasta la muerte. Rom
5, 19: "Como por la desobediencia de un solo hombre muchos fueron
constituidos pecadores, así también, por la obediencia de uno solo muchos
fueron hechos justos".
76. —Si quieres un ejemplo de
desprecio de las cosas terrenas, síguelo a Él, que es el Rey de Reyes y el
Señor de los señores, en quien se hallan los tesoros de la sabiduría, y que sin
embargo en la cruz estuvo desnudo, objeto de burla, fue escupido, golpeado, coronado
de espinas, y abrevado con hiel y vinagre, y murió. Por lo tanto, no os
impresionéis por las vestiduras, ni por las riquezas, porque "se
repartieron mis vestiduras", Salmo 21, 19; ni por los honores, porque a mí
me cubrieron de burlas y de golpes; no por las dignidades, porque tejieron una
corona de espinas y la colocaron sobre mi cabeza; no por las delicias, porque
"en mi sed me abrevaron con vinagre", Salmo 68, 22.
Sobre Hebr 12, 2: "El cual, en
vez del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz, despreciando la
ignominia", dice San Agustín: "El hombre Jesucristo despreció todos
los bienes terrenos para enseñarnos que deben ser despreciados".
Artículo 5
DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, Y AL TERCER DÍA RESUCITO DE
ENTRE LOS MUERTOS
77. —Como ya dijimos, la muerte de
Cristo consistió, como en los demás hombres, en que su alma se separó de su
cuerpo; pero de manera tan indisoluble está unida la Divinidad a Cristo hombre,
que aun cuando el alma y el cuerpo se separaron entre sí, la misma Deidad estuvo
siempre perfectísimamente unida al alma y al cuerpo, por lo cual en el sepulcro
estuvo el Hijo de Dios con el cuerpo, y descendió a los infiernos 1 con el
alma.
78. —Por cuatro razones descendió
Cristo con su alma a los infiernos.
La primera fue soportar toda la pena
del pecado, para expiar así toda la culpa. Porque la pena del pecado del hombre
no era sólo la muerte del cuerpo, sino que también era un sufrimiento del alma.
Porque como el pecado era también por parte del alma, también la misma alma era
castigada por la privación de la visión divina. De modo que sin esa pena, de
ninguna manera se satisfacía. Por ello, después de muertos, todos descendían,
aun los santos Padres, antes de la venida de Cristo, a los infiernos. Así es
que para soportar toda la pena debida a los pecadores, Cristo quiso no sólo
morir, sino también bajar con el alma a los infiernos. De aquí que diga el
Salmo 87, 5-6: "Contado entre los que bajan a la fosa, soy como un hombre
acabado, libre entre los muertos". Pues los demás estaban allí como
esclavos, pero Cristo como libre.
1 Los diferentes "lugares"
de las almas separadas de sus cuerpos indican una relación del alma con Dios,
"según esté el alma más o menos alejada de Él", enseña el mismo Santo
Tomás. (S.A.).
79. —La segunda fue el socorrer
perfectamente a todos sus amigos. En efecto, Él tenía amigos no sólo en el
mundo sino también en los infiernos. Pues se es amigo de Cristo en la medida en
que se tiene caridad, y en los infiernos había muchos que habían muerto con la
caridad y la fe en El que había de venir, como Abraham, Isaac, Jacob, Moisés,
David y otros justos y varones perfectos. Y como Cristo había visitado a los
suyos en el mundo y los había socorrido por su propia muerte, quiso también
visitar a los suyos que estaban en los infiernos y socorrerlos bajando hasta
donde se hallaban ellos. Eccli 24, 45: "Penetraré a todas las
profundidades de la tierra, y visitaré a todos los que duermen, e iluminaré a
cuantos esperan en el Señor".
80. —La tercera razón fue el
triunfar perfectamente sobre el diablo. En efecto, se triunfa de manera
perfecta sobre otro, cuando no sólo se le vence en el campo de batalla, sino
que se le acomete hasta en su propia casa y se le arrebata la sede de su
imperio y su casa misma. Pues bien, Cristo había triunfado del diablo, pues en
la cruz lo había vencido. Por lo cual dice Juan (12, 31): "Ahora es el
juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo (o sea el diablo) será
echado fuera". Por lo cual para triunfar perfectamente, quiso arrebatarle
la sede de su imperio y encadenarlo en su casa, que es el infierno. Por eso
descendió hasta allí, y le arrebató todos sus bienes, y lo encadenó, y le quitó
su presa, Col. 2, 15: "Y una vez despojados los Principados y las
Potestades, los exhibió con gran despliegue, triunfando de ellos públicamente
por sí mismo".
Y así como había recibido Cristo el
poder y la posesión del cielo y de la tierra, quiso también recibir la posesión
de los infiernos, para que así, según el Apóstol a los Filipenses (2, 10):
"Al nombre de Jesús se doble toda rodilla, en los cielos, en la tierra y
en los infiernos". Y Marcos 16, 17: "En mi nombre expulsarán a los
demonios".
81. —La cuarta y última razón era
librar a los santos que estaban en los infiernos. Porque así como Cristo quiso
sufrir la muerte para librar de la muerte a los vivos, así también quiso
descender a los infiernos para librar a los que allí estaban. Zac 9, 11:
"Tú, Señor, por la sangre de tu alianza, soltaste a tus cautivos de la
fosa, en la cual no hay agua". Oseas 13, 14: "Oh muerte, yo seré tu
muerte; infierno, yo seré tu mordedura".
En efecto, aunque Cristo haya
destruido totalmente la muerte, no destruyó del todo los infiernos, sino que
los mordió; porque ciertamente no liberó a todos del infierno, sino tan sólo a
los que estaban sin pecado mortal, e igualmente sin el pecado original, del
cual en cuanto a su persona estaban libres por la circuncisión: o antes de la
circuncisión, los que eran salvos por la fe de los padres fieles, si no tenían
uso de razón; o por los sacrificios, y con la fe en el Cristo que había de
venir, si eran adultos; pero que permanecían allí por el pecado original de
Adán, del cual no podían librarse, en cuanto a la naturaleza, sino por Cristo.
Por lo cual Cristo dejó allí a los que habían descendido con pecado mortal y a
los niños incircuncisos.2 Por lo cual dijo: "Infierno, seré tu
mordedura".
Así pues, queda claro que Cristo
bajó a los infiernos y por qué razones.
82. —De todo esto podemos recibir
para nuestra instrucción cuatro cosas.
En primer lugar, una firme esperanza
en Dios. Porque por más que esté el hombre en aflicción, siempre debe esperar
en la ayuda de Dios, y en El confiar. No puede haber, en efecto, cosa tan
penosa como estar en los infiernos. Si pues Cristo libró a los que estaban en
los infiernos, todo aquel que sea amigo de Dios debe tener gran confianza en
ser librado por El de cualquier angustia. Sabiduría 10, 13-14: "El a (la
Sabiduría) no des-amparó al justo vendido...
Descendió con él a la mazmorra, y no
lo abandonó en las cadenas". Y porque Dios ayuda especialmente a sus
siervos, aquel que sirve a Dios debe sentirse con gran seguridad. Eccli 34, 16:
"El que teme al Señor de nada teme porque El mismo es su esperanza".
2 A los niños incircuncisos los dejó
en lo que la Teología llama limbo.
83. —En segundo lugar, debemos
concebir el temor (de Dios) y apartar la presunción. Porque aun cuando Cristo
haya padecido por los pecadores y descendido a los infiernos, sin embargo no
liberó a todos, sino tan sólo a los que estaban sin pecado mortal, como ya se
dijo. Y allí dejó a los que habían muerto en pecado mortal. Por lo tanto, que
nadie de los que allí bajen en pecado mortal espere el perdón. Porque en el
infierno estará cuanto los santos padres en el paraíso, esto es, eternamente.
Mt 25, 46: "Irán éstos al suplicio eterno, y los justos a la vida
eterna".
84. —En tercer lugar, debemos estar
alertas.
Precisamente porque Cristo descendió
a los infiernos por nuestra salvación, nosotros debemos preocuparnos por
descender allí frecuentemente considerando ciertamente las penas aquellas, como
lo hacía el santo Ezequías, que decía (Is 38, 10}: "Yo dije: a la mitad de
mis días me voy a las puertas del Infierno". Porque quien baje allí
frecuentemente en vida con el pensamiento, no descenderá allá fácilmente al
morir: porque tal consideración lo aparta del pecado. En efecto, vemos que los
mundanos se guardan de las malas acciones por temor al castigo: en
consecuencia, ¿cuánto más deben guardarse (del mal) ante la pena del infierno,
la cual es mayor por razón de la duración, de la acritud y de la multiplicidad?
Eclesiástico 7, 36: "Ten presentes tus novísimos, y jamás pecarás".
85. —En cuarto lugar, de esto
resulta para nosotros un ejemplo de amor. En efecto, Cristo bajó a los
infiernos para liberar a los suyos, y por lo tanto nosotros debemos descender
allí (en espíritu) para ayudar a los nuestros. Pues ellos nada pueden, por lo
cual debemos ayudar a los que están en el purgatorio.
Demasiado cruel sería quien no
ayudara a un ser querido que estuviese en una cárcel terrena. Así es que no
habiendo ninguna comparación de las penas de este mundo con aquéllas, mucho más
cruel es el que no le ayuda al amigo que está en el purgatorio. Job 19, 21:
"Tened piedad de mí, tened piedad de mí, siquiera vosotros, mis amigos,
que es la mano de Dios la que me ha herido". II Macab
12, 46: "Obra santa y saludable
es orar por los muertos para que sean librados de sus pecados".
86. —Como dice San Agustín, se les
ayuda principalmente de tres maneras, a saber, con misas, con oraciones y con
limosnas. San Gregorio agrega una cuarta manera: el ayuno. Ni hay de qué
admirarse, porque aun en este mundo, el amigo puede satisfacer por el amigo.
Sin embargo, esto debe entenderse respecto a quienes están en el purgatorio.
87. —Al hombre le es necesario
conocer dos cosas, a saber, la gloria de Dios y el castigo del infierno.
Atraídos, en efecto, por la gloria,
y atemorizados por los castigos, los hombres se guardan y se apartan de los
pecados. Pero muy difícilmente conoce el hombre estas cosas. Por lo cual acerca
de la gloria se dice en
Sabiduría 9, 16: "¿Quién
rastreará lo que hay en los cielos?". Lo cual es ciertamente difícil para
los terrenos, porqué, como se dice en Juan 3, 3 1: "El que es de la tierra
habla de la tierra"; pero no les es difícil a los espirituales, porque
"el que viene de lo alto está por encima de todos", como se dice allí
mismo. Y por eso, para enseñamos las cosas celestiales, Dios bajó del cie lo y
se encarnó.
Era también difícil conocer las
penas del infierno.
Sabiduría 2, I: "Ni se sabe de
nadie que haya vuelto de los infiernos". Y esto se pone en boca de los
impíos. Pero esto de ninguna manera se puede decir, porque así como bajó del
cielo para enseñar las cosas celestiales, así también resucitó de los infiernos
para instruirnos acerca de las cosas de los infiernos. Por lo cual es necesario
que creamos no sólo que Cristo se hizo hombre y que murió, sino también que resucitó
de entre los muertos. Por lo cual se dice: "Y al tercer día resucitó de
entre los muertos".
88. —Sabemos que muchos resucitaron
de entre los muertos, como Lázaro, y el hijo de la viuda y la hija del ¡efe de
la sinagoga. Pero la resurrección de Cristo difiere de la resurrección de éstos
y de otros en cuatro cosas.
Primero en cuanto a la causa de la
resurrección, porque los otros resucitados no resucitaron por su propia virtud
sino por la de Cristo o por las oraciones de algún santo, y en cambio Cristo
resucitó por su propia virtud, porque no sólo era hombre, sino que también era
Dios, y la Divinidad del Verbo jamás fue separada ni de su alma ni de su
cuerpo, por lo cual el cuerpo recobró el alma, y el alma recobró el cuerpo
cuando Él lo quiso. Juan 10, 18: "Tengo poder de dar mi alma y poder para
recobrarla de nuevo". Y aunque Cristo haya muerto, esto no fue por
debilidad ni por necesidad, sino por su propio poder, porque fue
voluntariamente.
Y esto es patente porque cuando
exhaló su espíritu, gritó con fuerte voz, cosa que no pueden hacer los demás
moribundos, porque mueren por debilidad. Por lo cual dijo el Centurión (Mt 27,
54): "Verdaderamente este era el Hijo de Dios". Y por eso, así como
por su propio poder entregó su alma, así también por su propio poder la
recobró. Por lo cual se dice que "resucitó", y no que haya sido
resucitado, como si lo hubiera sido por otro. Salmo 3, 6: "Me acosté, y me
dormí, y me levanté". Ni esto es contrario a lo que se dice en Hechos 2, 32:
"A este Jesús lo resucitó Dios", porque en efecto el Padre lo
resucitó, y a la vez el Hijo: porque el mismo poder es el del Padre y el del
Hijo.
89. —En segundo lugar, difiere en
cuanto a la vida a la cual resucitó, porque Cristo resucitó a una vida gloriosa
e incorruptible. Dice el Apóstol en Rom 6, 4: "Cristo resucitó de entre
los muertos por la gloria del Padre"; y los demás, ciertamente, a la misma
vida que primero tenían, como consta en cuanto a Lázaro y otros.
90. —En tercer lugar, difiere en
cuanto al fruto y la eficacia, porque todos resucitan por el poder de la
resurrección de Cristo. Mt 27, 52: "Muchos cuerpos de santos difuntos
resucitaron". Dice el Apóstol en I Cor 15, 20: "Cristo resucitó de
entre los muertos como primicias de los que durmieron".
Pero notad que por la pasión Cristo
llegó a la gloria.
Luc 24, 2ó: "¿No era necesario
que Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?". Así nos enseña cómo
podemos nosotros llegar a la gloria: Hechos 14, 21: "Es necesario que
pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios".
91.—En cuarto lugar, difiere en
cuanto al tiempo: porque la resurrección de los otros hombres es diferida hasta
el fin del mundo, si no es que a algunos por privilegio se les concede antes,
como a la Santísima Virgen, y, como piadosamente se cree, a San Juan
Evangelista; pero Cristo resucitó al tercer día. Y la razón de ello es que la
resurrección y la muerte y la natividad de Cristo fueron por nuestra salvación,
por lo cual Él quiso resucitar cuando nuestra salvación se cumpliera. Por lo
cual, si hubiese resucitado al instante, no se habría creído que hubiese
muerto. De la misma manera, si hubiese tardado mucho, los discípulos no habrían
permanecido en la fe, y así ninguna utilidad habría en su pasión. Salmo 29, 10:
"¿Qué utilidad hay en mi sangre si desciendo a la corrupción?". Por
lo cual resucitó al tercer día, para que se creyera que había muerto y para que
los discípulos no perdieran la fe.
92. —Pues bien, de todo lo anterior
podemos sacar cuatro consecuencias para nuestra ilustración.
En primer lugar, que hemos de
aplicarnos a resucitar espiritualmente de la muerte del alma, en la que
incurrimos por el pecado, a la vida de justicia, que se ad-quiere por la
penitencia. Dice el Apóstol en Ef 5, 14: "Despierta, tú que duermes, y
levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará". Y esta es la
primera resurrección. Apoc 20, 6: "Bienaventurado el que tiene parte en la
primera resurrección".
93. —En segundo lugar, que no hemos
de diferir para la hora de la muerte el resucitar (del pecado), sino
rápidamente, porque Cristo resucitó al tercer día.
Eccli 5, 8: "No te tardes en
convertirte al Señor, y no lo difieras de un día para otro", porque
agobiado por la debilidad no podrás pensar en las cosas que pertenecen a la
salvación, y también porque pierdes parte de todos los bienes que se hacen en
la Iglesia, e incurres en muchos males por la perseverancia en el pecado.
Además, el diablo, dice San Beda, cuanto por más tiempo posee, tanto más
difícilmente deja.
94. —En tercer lugar, que hemos de
resucitar a una vida incorruptible, de tal suerte que no volvamos a morir, o
sea, con tal propósito, que no pequemos más. Rom o, 9: "Cristo, una vez
resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene ya señorío
sobre él". Y más abajo (1 1-13): "Así también vosotros, consideraos
como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. No reine, pues, el
pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus concupiscencias.
Ni ofrezcáis vuestros miembros como armas de iniquidad al pecado, sino más bien
ofreceos a Dios como quienes, muertos, han vuelto a la vida".
95. —En cuarto lugar, que hemos de
resucitar a una vida nueva y gloriosa, de tal suerte que desde luego evitemos
todo aquello que antes haya sido ocasión y causa de muerte y de pecado. Rom 6,
4: "Así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre,
así también nosotros caminemos en una vida nueva". Y esta vida nueva es la
vida de justicia, que renueva el alma y la conduce a la vida de la gloria. Así
sea.
Artículo 6
ASCENDIÓ A LOS CIELOS, Y SE SENTÓ A LA DIESTRA DE DIOS
PADRE OMNIPOTENTE
96. —Tras de creer en la
resurrección de Cristo es necesario creer en su ascensión, por la cual ascendió
al Cielo a los cuarenta días. Y por eso se dice: "Ascendió a los
cielos".
Acerca de su ascensión debes notar
tres cosas.
Primeramente fue a) sublime, b)
racional y c) útil.
97. —a) Fue sublime porque ascendió
a los cielos. Y esto se explica de tres maneras.
Primero, por encima de todos los
cielos materiales.1 Dice el Apóstol en Ef 4, 10: "Subió por encima de
todos los cielos". Cristo fue el primero en realizar tal cosa. Antes, en
efecto, el cuerpo terreno no existía sino en la tierra, tanto que aun Adán estuvo
en un paraíso terrenal.
En segundo lugar, ascendió por
encima de todos los cielos espirituales. Ef I, 20-22: "Sentándole a su
diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud,
Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en
el venidero; y bajo sus pies sometió todas las cosas".
En tercer lugar, ascendió hasta el
trono del Padre. Dan 7, 13: "Y he aquí que en las nubes del cielo venía
como un Hijo de hombre, y llegó hasta el Anciano de los días"; y Marc 16,
19: "Y el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo, y se
sentó a la diestra de Dios".
98. —Pero no debemos entender lo de
"diestra de Dios" de una manera corporal, sino metafóricamente:
porque se dice que se sentó a la derecha del Padre, en cuanto Dios, esto es,
por su igualdad con el Padre; y en cuanto hombre se sentó a la derecha del
Padre, esto es, con los bienes más excelentes. Pero esto afectó al diablo: Is
14, 13: "Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré
mi trono, y me sentaré en el monte de la Alianza, en el extremo norte. Subiré
por encima de la altura de las nubes, me asemejaré al Altísimo". Pero no
llegó allí sino Cristo, por lo cual se dice: "Subió a los cielos, y está
sentado a la diestra del Padre". Salmo 109, I: "Dijo el Señor a mi
Señor: siéntate a mi diestra". O sea, por encima del cosmos.
99. —b) En segundo lugar, la
ascensión de Cristo fue conforme a razón, porque fue hasta los cielos; y esto
por tres motivos:
Primeramente porque el cielo se le
debía a Cristo a causa de su naturaleza. En efecto, lo natural es que cada ser
vuelva al lugar de donde es originario. Pues bien, el principio del origen de
Cristo está en Dios, que es por encima de todo. Juan 16, 28: "Salí del Padre
y he venido al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre". Juan 3, 13:
"Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre
que está en el cielo". Y aunque los santos suben al cielo, sin embargo
esto no es como sube Cristo; porque Cristo sube por su propio poder, y los
santos, atraídos por Cristo. Cant 1, 3: "Llévame en pos de ti". Pero
puede decirse que nadie sube al cielo sino Cristo, porque los santos no
ascienden sino en cuanto son miembros de Cristo, que es la cabeza de la Iglesia.
Mat 24, 28:
"Donde esté el cadáver, allí se
juntarán las águilas".
En segundo lugar, se le debía a
Cristo el cielo por razón de su victoria. Porque Cristo fue enviado al mundo
para luchar contra el diablo, y lo venció, y por lo mismo mereció ser exaltado
por encima de todo.
Apoc 3,21: "Yo vencí, y me
senté con mi Padre en su trono".
En tercer lugar, a causa de su
humildad. En efecto, ninguna humildad es tan grande como la de Cristo, que
siendo Dios quiso hacerse hombre, y siendo Señor quiso tomar la condición de
siervo, haciéndose obediente hasta la muerte, como se dice en Filip 2, y
descendió hasta los infiernos, por lo cual mereció ser exaltado hasta el cielo,
al trono de Dios. Porque la humildad es el camino de la exaltación. Luc 14, II:
"El que se humilla será exaltado"; Ef 4, 10: "Este que bajó es
el mismo que subió por encima de todos los cielos".
100. —c) En tercer lugar, la
ascensión de Cristo fue útil, por tres motivos.
Primeramente por razón de
conducción, porque ascendió para conducirnos. Pues nosotros ignorábamos el
camino, pero El mismo nos lo mostró. Miqueas 2, 13: "Ascendió, abriendo
camino adelante de ellos". Y para darnos la seguridad de la posesión del
reino celestial.
Juan 14, 2: "Voy a prepararos
un lugar".
En segundo lugar, por razón de la
seguridad que nos da. Pues subió al cielo para interceder por nosotros.
Hebr 7, 25: "Ya que está
siempre vivo para interceder por nosotros". I Juan 2: "Tenemos a uno
que abogue ante el Padre, a Jesucristo".
En tercer lugar, para atraer
nuestros corazones hacia Él. Mt 6, 21: "Donde está tu tesoro, allí está
también tu corazón"; y para que despreciemos las cosas temporales. El
Apóstol en Colos 3, I: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas
de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; gustad de las cosas
de arriba, no de las de la tierra".
Artículo 7
Y
DE ALLI HA DE VENIR A JUZGAR A LOS VIVOS Y A LOS
MUERTOS
101. —El juzgar corresponde al
oficio de rey y de Señor. Prov 20, 8: "El Rey sentado sobre el trono de la
justicia disipa con la mirada todo mal". Y como Cristo ascendió al Cielo,
y está sentado a la derecha de Dios como Señor de todos, es claro que a él le
toca el juzgar. Por lo cual en la regla de la Fe católica confesamos que
"ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos".
Esto mismo lo dijeron también los Ángeles
(Hechos I, II): "Ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo,
vendrá así como le habéis visto ir al cielo".
102. —Debemos considerar tres cosas
acerca de este juicio. Primero, su forma; segundo, lo que se le debe temer;
tercero, cómo hemos de prepararnos para ese juicio.
103. —Tres cosas concurren a la
forma de un juicio: quién sea el juez, quiénes serán juzgados y acerca de qué.
104. —Pues bien, Cristo es el juez.
Hechos 10, 42: "Es El quien ha sido constituido por Dios juez de vivos y
muertos": ya sea que tomemos por muertos a los pecadores, y por vivos a
los justos; o literalmente por vivos a los que aún vivan a la sazón, y por
muertos a cuantos hayan muerto. Él es el juez no sólo en cuanto Dios, sino
también en cuanto hombre. Y esto por tres razones.
Primeramente porque es necesario que
los que son juzgados vean al juez. Ahora bien, tan deleitable es la Divinidad,
que nadie puede verla sin gozo; por lo cual ningún condenado podrá verla,
porque de lo contrario gozaría. Por lo tanto es necesario que aparezca bajo la
forma de hombre, para que sea visto por todos. Juan 5, 27: "Le ha dado
poder para juzgar, porque es el Hijo del hombre".
En segundo lugar, porque en cuanto
hombre mereció tal oficio. Pues en cuanto hombre fue injustamente juzgado El
mismo, por lo cual Dios lo hizo juez de todo el mundo. Job 36, 17: "Tu
causa ha sido juzgada como la de un impío: recibirás la culpa y la pena".
En tercer lugar, para que, siendo
juzgados por un hombre, los hombres cesen de desesperar. Pues si sólo Dios
fuese el juez, los hombres, aterrados, desesperarían. Luc 21, 27: "Verán
venir al Hijo del hombre en una nube". Ciertamente serán juzgados cuantos
son, fueron y serán. Dice el Apóstol en II Cor 5, 10: "Todos hemos de
comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada quien reciba lo que es
debido a su cuerpo, según el bien o el mal que haya hecho".
105. —Según dice San Gregorio, hay una
cuádruple diferencia entre los que son juzgados. Desde luego, o son buenos o
son malos. Pero entre los malos, algunos, que serán condenados, no serán
juzgados, como los que han rechazado la Fe: sus acciones no serán examinadas,
porque, según Juan 3, 18: "el que no cree ya está juzgado". Otros,
ciertamente, serán condenados y juzgados, como los fieles que mueren en pecado
mortal. Dice el Apóstol en Rom o, 23: "El salario del pecado es la
muerte". Estos, en efecto, no serán excluidos del juicio, a causa de la fe
que tuvieron.
En cuanto a los buenos, algunos, que
serán salvos, no serán juzgados: serán los pobres de espíritu por (amor a)
Dios; más bien ellos juzgarán a otros. Mt 19, 28: "Vosotros que me habéis
seguido en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de
gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce
tribus de Israel": lo cual no se entiende sólo de los discípulos, sino
también de todos los pobres. De otra manera San Pablo, que trabajó más que los
otros, no sería del número de ellos.
Por lo cual debe entenderse también
de cuantos siguieron a los Apóstoles y de los varones apostólicos. Por lo cual
dice el Apóstol en I Cor 6, 3: "¿Acaso no sabéis que hemos de juzgar a los
ángeles?". Isaías 3, 14: "El Señor vendrá al juicio con los ancianos
y los jefes de su pueblo".
Otros, empero, que mueren en la
justicia, serán salvos pero serán juzgados. En efecto, aunque murieron
justificados, sin embargo en algo faltaron en sus ocupaciones temporales, por lo
cual serán juzgados pero se salvarán.
106. —3o. Los hombres serán juzgados
por todas sus acciones, buenas y malas. Eclesiastés 1 1, 9: "Sigue los
impulsos de tu corazón... pero a sabiendas de que por todo ello te hará venir
Dios a juicio". Eclesiastés 12, 14: "Todo cuanto se hace Dios lo
llevará a juicio, por cualquier falta, sea bueno o sea malo". Aun por las
palabras ociosas. Mt 12, 36: "De toda palabra ociosa que hablen los
hombres darán cuenta en el día del juicio". De los pensamientos: Sab I, 9:
"Los pensamientos del impío serán examinados".
Y así queda en claro la forma del
juicio.
107. —Por cuatro razones debemos
temer ese juicio.
En primer lugar por la sabiduría del
Juez. Pues lo sabe todo: pensamientos, palabras y obras, porque "todo está
patente y descubierto ante sus ojos", como se dice en Hebr 4, 13 y en Prov
16, 2: "Todos los caminos del hombre están patentes a los ojos del
Señor". Y conoce también nuestras palabras. Sab I, 10: "Un oído
celoso lo escucha
todo". Y asimismo nuestros
pensamientos: Jer 17, 9: "El corazón del hombre es retorcido e
inescrutable: ¿quién lo conoce? Yo, el Señor, exploro el corazón, pruebo los
riñones para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus
obras". Habrá allí testigos infalibles: la propia conciencia de los
hombres. Dice el Apóstol en Rom 2, 15-16: "atestiguándolo su conciencia
con sus juicios contrapuestos que les acusan y también les defienden en el día
en que Dios juzgará las acciones secretas de los hombres".
108. —En segundo lugar, por el poder
del Juez, porque por sí mismo es omnipotente. Is 40, 10: "He aquí que
viene el Señor Dios con poder". Es también todopoderoso sobre los otros,
porque el conjunto de la creación estará con El. Sab 5,21: "Peleará con El,
el Universo contra los insensatos"; por lo cual decía Job (10, 7):
"Nadie hay que pueda librarse de tus manos". Y el Salmista (138, 8)
dice: "Si hasta los cielos subo, allí estás tú; si desciendo al infierno,
allí te encuentras".
109. —En tercer lugar, a causa de la
inflexible justicia del juez. En efecto, ahora es el tiempo de la misericordia;
pero para entonces será solamente el tiempo de la justicia. Por lo cual este
tiempo es nuestro, pero para entonces será sólo la hora de Dios.
Salmo 74, 3: "En el momento que
yo fije, haré perfecta justicia". Prov 6, 34: "El día de la venganza,
el celo y furor del esposo no tendrá miramientos, no escuchará petición alguna,
no recibirá en rescate ni grandes regalos".
110. —En cuarto lugar, a causa de la
cólera del juez.
En efecto, de un modo se les aparece
a los justos, porque es dulce y encantador: Is 33, 17: "Contemplarán al
rey en su belleza"; y de otro modo a los malos, tan airado y cruel, que
dirán a las montañas: "Caed sobre nosotros, y escondednos de la ira del
Cordero", como dice el Apocalipsis (6, 16). Pero esta ira no quiere decir
pasión del ánimo en Dios, sino un efecto de la ira, o sea, la pena infligida a
los pecadores, la cual es eterna.
Orígenes: "¡Cuan estrechas
serán las vías de los pecadores el día del juicio! De arriba vendrá el juez
airado, etc.".
111. —Pues bien, contra ese temor
debemos tener cuatro remedios.
El primero consiste en las buenas
obras. Dice el Apóstol en Rom 13, 3: "¿Quieres no temer a la
autoridad?" Obra el bien, y obtendrás elogios de ella".
El segundo es la confesión y la
penitencia de los pecados cometidos, en las cuales debe haber tres cosas, que
expían la pena eterna: dolor en el pensamiento, vergüenza en la confesión y
rigor en la satisfacción.
El tercero es la limosna, que todo
lo limpia. Lucas XVI, 9: "Haceos amigos con las riquezas injustas, para
que cuando lleguen a faltar, os reciban en las eternas moradas".
El cuarto es la caridad, esto es, el
amor a Dios y al prójimo, porque la caridad cubre la multitud de los pecados,
como se dice en I Pedro 4, 8 y en Prov 10, 12.
Artículo 8
CREO EN EL
ESPÍRITU SANTO
112. —Como ya se dijo, el Verbo de
Dios es el Hijo de Dios, así como el verbo del hombre es una concepción de su
inteligencia. Pero a veces el hombre tiene un verbo muerto: así es cuando el
hombre piensa lo que debe hacer, pero no hay en él la voluntad de hacerlo; como
cuando el hombre cree y no obra, se dice que su fe está muerta, como en
Santiago 2, 26. Pero el Verbo de Dios está vivo. Hebr 4, 12: "Ciertamente
es viva la palabra de Dios"; por lo cual necesariamente Dios tiene en sí
voluntad y amor. Por lo cual dice San Agustín en el libro sobre la Trinidad:
"El Verbo del que tratamos de dar una idea es un conocimiento con
amor". Ahora bien, como el Verbo de Dios es el Hijo de Dios, así el amor
de Dios es el Espíritu Santo. De aquí que el hombre posee al Espíritu Santo
cuando ama e Dios. Dice el Apóstol en Rom 5, 5: "El Amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido
dado".
113. —Pero hubo algunos que opinando
erróneamente acerca del Espíritu Santo, dijeron que es una creatura, que es
inferior al Padre y al Hijo y que era el esclavo y el servidor de Dios. Por lo
cual, para rechazar esos errores, se agregaron cinco palabras en otro símbolo *
sobre el Espíritu Santo.
114. —Primeramente, que aun cuando
hay otros espíritus, los
Ángeles, que sí son servidores de
Dios, según aquello del Apóstol
(Hebr I, 14): "Todos ellos son
espíritus servidores"; en cambio, el Espíritu Santo es Señor. Juan 4, 24:
"El Espíritu es Dios"; y el Apóstol, en II Cor 3, 17: "El Señor
es el Espíritu"; por lo cual donde esté el Espíritu del Señor, allí hay
libertad, como se dice en II Cor 3. Y la razón de ello es que hace amar a Dios
y quita el amor al mundo. Por lo cual se dice: Creo "En el Espíritu Santo,
que es Señor".
1 El símbolo de
Nicea-Constantinopla.
115. —En segundo lugar, que la vida
del alma consiste en unirse a Dios, porque Dios mismo es la vida del alma, así
como el alma es la vida del cuerpo. Pues bien, el Espíritu Santo une a Dios por
amor, porque El mismo es el amor de Dios, y por eso vivifica. Juan 6, 64:
"El
Espíritu es el que vivifica". Por lo cual se dice: "Y
vivificante". 116. —En tercer lugar, que el Espíritu Santo es de la misma
substancia con el Padre y el Hijo; porque como el Hijo es el Verbo del Padre,
así el Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo, y por lo mismo procede
del uno y del otro; y así como el Verbo de Dios es de una misma sustancia con
el Padre, así también el Amor con el Padre y con el Hijo. Por lo cual se dice:
"Que procede del Padre y del Hijo". Luego también por esto consta que
no es una criatura.
117. —En cuarto lugar, que es igual
al Padre y al Hijo en cuanto al culto. Juan 4, 23: "Los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad". Mt 28, 19:
"Enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo". Por lo cual se dice: "Que con el Padre y el
Hijo recibe una misma adoración".
118. —En quinto lugar, lo que prueba
que el Espíritu Santo es igual a Dios es que los Santos Profetas hablaron por
Dios. En efecto, es claro que si el Espíritu no fuese Dios, no se diría que los
Profetas hablaran por Dios.
Pero San Pedro dice (Epist. II, cap.
I, 21) que "santos hombres de Dios han hablado inspirados por el Espíritu
Santo". Isaías 48, 16: "Me envió el Señor Dios y su Espíritu".
Por lo cual aquí se dice:
"Que habló por los
Profetas".
119.
—Con esto se destruyen dos errores: el error de los Maniqueos, que dijeron que
el Antiguo Testamento no es de Dios, lo cual es falso, porque por los Profetas
habló el Espíritu Santo. Y también el error de Priscila y de Montano, que
dijeron que los Profetas no hablaron por el Espíritu Santo, sino como dementes.
120. —Pues bien, del Espíritu Santo
provienen para nosotros variados frutos.
En primer lugar, nos purifica de los
pecados. La razón es que a quien hace una cosa le corresponde rehacerla.
Pues bien, el alma es creada por el
Espíritu Santo, porque Dios hace todas las cosas por El. En efecto, amando su
propia bondad es como Dios produce todas las cosas. Sab 11, 25: "Amas todo
lo que existe, y nada de lo que hiciste aborreces". Dice Dionisio en el
cap. 4 de Los Nombres divinos: "El amor de Dios no le permitió permanecer
sin vástago". Es forzoso, pues, que el corazón del hombre destruido por el
pecado sea rehecho por el Espíritu Santo. Salmo 103, 30: "Envía tu
Espíritu y los seres serán creados, y renovarás la faz de la tierra". Ni
es de admirar que el Espíritu purifique, porque todos los pecados se perdonan
por el amor. Luc 7, 47: "Sus muchos pecados le son perdonados porque amó
mucho". Prov 10, 12: "La caridad cubre todos los delitos".
Y también I Pedro 4, 8: "La
caridad cubre la multitud de los pecados".
121. —En segundo lugar, ilumina el
entendimiento, porque todo lo que sabemos, lo hemos aprendido del Espíritu
Santo. Juan 14, 26: "Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará
en mi nombre, os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que yo os he
dicho".
Y también I Jn 2, 27: "La
Unción os enseñará acerca de todas las cosas".
122. —En tercer lugar, el Espíritu
Santo nos ayuda y de cierta manera nos
obliga a guardar
los mandamientos. En efecto,
nadie puede guardar los mandamientos de Dios si no ama a Dios. Juan 14, 23:
"Si alguno me ama guardará mi palabra". Pues bien, el Espíritu Santo
nos hace amar a Dios, por lo cual nos ayuda. Ezeq 36, 26: "Os daré un corazón
nuevo, y en medio de vosotros pondré un espíritu nuevo; y quitaré de vuestra
carne el corazón de piedra; y os daré un corazón de carne; y pondré mi espíritu
en medio de vosotros; y haré que marchéis según mis preceptos, y observaréis
mis leyes y las practicaréis".
123. —En cuarto lugar, confirma la
esperanza de la vida eterna, porque Él es como la prenda de su herencia. Dice
el Apóstol en Efes I, 13-14: "Fuisteis sellados con el Espíritu Santo de
la promesa, que es prenda de nuestra herencia". Él es, pues, como las
arras de la vida eterna. Y la razón de ello es que la vida eterna le es debida
al hombre en cuanto es hecho hijo de Dios, y viene a serlo haciéndose semejante
a Cristo. Ahora bien, se asemeja uno a Cristo por poseer al Espíritu de Cristo,
que es el Espíritu Santo. Dice el Apóstol en Rom 8, 15-16: "No recibisteis
un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino que recibisteis el
Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: Abba, Padre. El Espíritu
mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios". Y en
Gal 4, 6: "Porque sois hijos de Dios, Dios ha enviado a vuestros corazones
el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba, Padre".
124. —En quinto lugar, nos aconseja
en nuestras dudas y nos enseña cuál sea la voluntad de Dios. Apoc 2, 7:
"El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias".
Isaías 50, 4: "Lo escucharé como a Maestro".
Artículo 9
EN LA SANTA
IGLESIA CATÓLICA
125. —Así como vemos que en un
hombre hay una alma y un cuerpo, y sin embargo son diversos sus miembros, así
la Iglesia Católica es un cuerpo y tiene diversos miembros. Ahora bien, el alma
que vivifica este cuerpo es el Espíritu Santo. Por lo cual, tras de creer en el
Espíritu Santo, se nos manda creer en la santa Iglesia Católica. Por lo cual,
se añade en el Símbolo: "en la Santa Iglesia Católica".
Acerca de esto es de saber que la
Iglesia es lo mismo que congregación. Por lo cual la Santa Iglesia es lo mismo
que la asamblea de los fieles, y cada cristiano es como un miembro de esta
Iglesia, de la que dice el Eclesiástico (51, 31): "Acercaos a mí,
ignorantes, y congregaos en la casa de la instrucción".
Pues bien, esta Santa Iglesia posee
cuatro cualidades: porque es una, porque es santa, porque es católica, esto es,
universal, y porqué es fuerte y firme.
126. —En cuanto a lo primero, es de
saberse que aunque diversos herejes han inventado diversas sectas, sin embargo
no pertenecen a la Iglesia, porque están divididas en partes; pero la Iglesia
es una. Cant 6, 8: "Única es mi paloma, única mi perfecta".
Ahora bien, de tres cosas proviene
la unidad de la Iglesia.
127. —Primero, de la unidad de la
fe. En efecto, todos los cristianos que pertenecen al cuerpo de la Iglesia,
creen lo mismo. I Cor I, 10: "Tened todos un mismo lenguaje, y que no haya
escisiones entre vosotros". Y Ef 4, 5: "Un solo Dios, una fe, un
bautismo".
128. —En segundo lugar, de la unidad
de la esperanza, porque todos han sido afirmados en la misma esperanza de
llegar a la vida eterna. Por lo cual dice el Apóstol en Ef 4, 4: "Un solo
cuerpo y un sólo espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido
llamados".
129. —En tercer lugar, de la unidad
de la caridad, porque todos (los cristianos) se unen en el amor de Dios y entre
sí en el amor mutuo. Juan 17, 22: "Yo les he dado la gloria que tú me
diste, para que sean uno como nosotros somos uno". Tal amor, si es
verdadero, se manifestará en la mutua solicitud y en la mutua compasión. Ef 4,
1516: "Por la caridad, crezcamos en todo por aquel que es la cabeza,
Cristo: de quien todo el cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda
clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una
de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en
el amor". Porque cada uno debe servir al prójimo con la gracia que le ha
sido dada por Dios.
130.—Por lo cual nadie debe
menospreciar ni sufrir el ser arrojado y apartado de esta Iglesia; porque no
hay más que una Iglesia en la que los hombres se salven, así como fuera del
arca de Noé nadie pudo salvarse.
131. —B) Acerca de lo segundo es de
saberse que hay también otra congregación, pero es la de los perversos.
Salmo 25, 5: "Odio la Iglesia
de los perversos".
Esta es mala. Pero la Iglesia de
Cristo es santa. Dice el Apóstol en I Cor 3, 17: "El templo de Dios es
santo, y vosotros sois ese templo". Por lo cual se dice: (Creo) "en
la Iglesia Santa".
Los fieles de esta congregación son
santificados por tres realidades:
132. —Primeramente, así como una
iglesia, al ser consagrada, materialmente es lavada, así también los fieles han
sido lavados en la sangre de Cristo. Apoc I, 5: "Nos amó, y nos lavó de
nuestros pecados en su sangre". Hebr 13, 12: "Jesús, para santificar con
su sangre al pueblo, padeció fuera de la puerta".
133. —En segundo lugar, por la
unción: así como una iglesia se unge con aceite, así también los fieles son
ungidos con una unción espiritual para ser santificados: de otra manera no
serían cristianos: Cristo, en efecto, es lo mismo que el Ungido. Pues bien,
esta unción es la gracia del Espíritu Santo. 2 Cor 1,21: "El que nos ha ungido
es Dios"; y I Cor 6, 11: "Habéis sido santificados en el nombre de
Nuestro Señor Jesucristo".
134. —En tercer lugar por la
inhabitación de la Trinidad.
Porque cualquiera que sea, el lugar
en que Dios habite es santo. Por lo cual dice el Génesis, 28, 16:
"Verdaderamente este lugar es santo". Y el Salmo 92, 5: "La
santidad conviene a tu casa, Señor".
135. —En cuarto lugar por la
invocación de Dios. Jer 14, 9: "Tú, Señor, estás entre nosotros, y por tu
Nombre se nos llama".
136. —Por lo tanto, debemos
guardarnos de manchar nuestra alma, que es templo de Dios, por el pecado,
después de semejante santificación. Dice el Apóstol en I Cor 3, 17: "Si
alguno profana el templo de Dios, Dios lo aniquilará".
137. —C) Acerca de lo tercero es de
saber que la Iglesia es católica, o sea universal: primeramente en cuanto al
lugar, porque existe en todo el mundo, contra lo que dicen los Donatistas. Rom
I, 8: "Vuestra fe es celebrada en el mundo entero". Marcos 16, 15:
"Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a todas las creaturas".
Por lo cual antiguamente Dios era conocido solamente en Judea, y ahora lo es en
todo el mundo.
Ahora bien, esta Iglesia tiene tres
partes. Una existe en la tierra, otra en el cielo, y la tercera en el
purgatorio.
138. —En segundo lugar, es universal
en cuanto a la condición de los hombres, porque nadie es rechazado, ni señor,
ni esclavo, ni hombre, ni mujer. Gal 3, 28: "Ya no hay ni hombre ni
mujer".
139. —En tercer lugar, es universal
en cuanto al tiempo. En efecto, algunos dijeron que la Iglesia debe durar hasta
cierto tiempo. Pero esto es falso. Porque esta Iglesia empezó en el tiempo de
Abel y durará hasta el final de los siglos. Mt 28, 20: "Sabed que yo estoy
con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Pero después de la
consumación de los siglos (la Iglesia) permanecerá en el cielo. 140. —D) Acerca
de lo cuarto debemos saber que la Iglesia es firme. Se dice que una casa está
firme si primeramente tiene buenos cimientos. Pues bien, el principal
fundamento de la Iglesia es Cristo. Dice el Apóstol en I Cor 3, I I:
"Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, el cual es
Jesucristo".
Fundamento secundario son
ciertamente los Apóstoles y su doctrina. Por eso la Iglesia es firme. Por lo
cual, en Apoc XXI se dice que la ciudad tenía doce fundamentos, y que estaban
escritos en ella los nombres de los doce Apóstoles. Y por esto se dice que la
Iglesia es apostólica. De allí también que para significar la firmeza de esta
Iglesia, Pedro ha sido nombrado su cabeza.
141. —En segundo lugar es patente la
solidez de la casa, si sacudida no puede ser destruida. Ahora bien, la Iglesia
nunca puede ser destruida:
---Ni por los perseguidores; al
contrario, en el tiempo de las persecuciones más creció, y perecieron los que
la perseguían y los que ella misma combatía.
Mt 2 1, 44: "Aquel que cayere
sobre esta piedra se estrellará y aquel sobre el cual ella cayera, será
aplastado"; — Ni por los errores, pues cuantos más errores sobrevengan,
tanto mejor se manifiesta la verdad. II Tim 3, 8: "Hombres de mente
corrompida; réprobos en cuanto a la fe; pero no progresarán más"; — Ni por
las tentaciones de los demonios. En efecto, la Iglesia es como una torre, en la
cual se refugia cual quiera que lucha contra el diablo. Prov 18, 10: "El
nombre del Señor es una torre fortísima". Por lo cual el diablo se
esfuerza principalmente por destruirla; pero no prevalece, porque el Señor
dijo, según San Mateo16, 18: "Y las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella", como diciendo: te harán la guerra, pero no te vencerán.
De aquí que solamente la Iglesia de
Pedro (de la que vino a formar parte toda Italia, cuando los discípulos fueron
enviados a predicar) siempre fue firme en la fe. Y mientras en otras partes o
es nula la fe, o está mezclada con muchos errores, la Iglesia de Pedro, en
cambio, se robustece en la fe y limpia está de los errores. Y no es de admirar,
porque el Señor dijo a Pedro, según San Lucas 22, 32:
"Yo he rogado por ti, Pedro,
para que no desfallezca tu fe".
Artículo 10
LA
COMUNIÓN DE LOS SANTOS, LA REMISIÓN DE LOS
PECADOS
142. —Así como en el cuerpo natural
la acción de un miembro redunda en beneficio de todo el cuerpo, así también en
el cuerpo espiritual, o sea, en la Iglesia. Y como todos los fieles son un solo
cuerpo, el bien de uno es comunicado al otro. Dice el Apóstol en Rom 12, 5:
"Todos somos miembros los unos de los otros". De aquí que entre otros
artículos de fe que los Apóstoles nos transmitieron está el de que hay en la
Iglesia comunión de bienes, lo cual es lo que se llama "La comunión de los
santos".
143. —Pero entre los miembros de la
Iglesia, el miembro principal es Cristo, porque Él es la cabeza. Ef I, 22-23:
"Dios lo dio por cabeza a toda la Iglesia, que es su Cuerpo". En
consecuencia, los bienes de Cristo son comunicados a todos los cristianos, como
la virtud de la cabeza lo es a todos los miembros. Y tal comunicación se
efectúa mediante los Sacramentos de la Iglesia, en los cuales obra la virtud de
la pasión de Cristo, la cual obra para conferir la gracia para la remisión de
los pecados.
144. —Pues bien, estos Sacramentos
de la Iglesia son siete. El primero es el bautismo, que es cierta regeneración
espiritual. En efecto, así como el hombre no puede tener la vida carnal si no
nace carnalmente, de la misma manera, no puede poseer la vida espiritual, o de
la gracia, si no renace espiritualmente. Pues bien, este nacimiento se opera
por el bautismo. Juan 3, 5: "El que no renazca del agua y del Espíritu
Santo no puede entrar en el reino de Dios".
Y es de saberse que así como el
hombre no nace sino una sola vez, así también sólo una vez es bautizado, por lo
cual los santos (Padres) agregaron: "Confieso que hay un solo
bautismo".
La virtud del bautismo, en efecto,
consiste en que limpia de todos los pecados, tanto en cuanto a la falta como en
cuanto a la pena. Y por eso no se impone penitencia alguna a los bautizados,
por grandes pecadores que hayan sido; y si muriesen inmediatamente después del
bautismo, al instante volarían a la vida eterna. De aquí que aunque solamente
los sacerdotes bautizan en virtud de su cargo, sin embargo, en caso de
necesidad, cualquier persona puede bautizar, aunque guardando la forma del
bautismo, la cual es ésta: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo".
Pues bien, este Sacramento toma su
virtud de la pasión de Cristo: "Todos nosotros que hemos sido bautizados
en Jesucristo, en su muerte fuimos bautizados".
Por lo cual, así como Cristo estuvo
tres días en el sepulcro, así también se hace una triple inmersión en el agua.
145. —El segundo Sacramento, es la
Confirmación. Así como en los que nacen corporalmente, las fuerzas son
necesarias para obrar, así también, a los que renacen espiritualmente les es
necesario el vigor del Espíritu Santo. Por lo cual a fin de que fueran fuertes,
los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo después de la Ascensión de Cristo.
Lucas 24, 49: "Vosotros permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos
de poder desde lo alto".
Pues bien, este vigor se confiere en
el Sacramento de la Confirmación. Por lo cual aquellos que tienen niños a su
cargo deben ser muy solícitos en que sean confirmados, porque con la
Confirmación se confiere una gran gracia. Y en caso de muerte, tiene mayor
gloria el confirmado que el no confirmado, porque aquél posee más gracia.
146. —El tercer Sacramento es la
Eucaristía. Así como en la vida corporal, después de nacer y de adquirir
fuerzas el hombre, le es necesario el alimento, para conservarse y sustentarse,
así en la vida espiritual, después de haber recibido el vigor le es necesario
el alimento espiritual, el cual es el Cuerpo de Cristo. Juan 6, 54: "Si no
coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en
vosotros". Por lo cual, conforme al mandato de la Iglesia cada cristiano
cuando menos una vez al año debe recibir el Cuerpo de Cristo, pero dignamente y
con pureza, porque, como se dice en I Cor I 1, 29: "el que come y bebe
indignamente", o sea, con conciencia de pecado mortal del que no se ha
confesado, o sin proponerse no abstenerse de él, "come y bebe su propia condenación".
147. —El cuarto Sacramento es la
Penitencia. En efecto, en la vida corporal ocurre que si alguien enferma y no
se medicina, muere, y lo mismo el que en la vida espiritual enferma por el
pecado. Por lo cual es necesaria la medicina para recuperar la salud.
Y esa medicina es la gracia que se
confiere en el Sacramento de la Penitencia. Salmo 102, 3: "El que todas
tus iniquidades perdona, el que sana todas tus dolencias".
Ahora bien, en la penitencia debe
haber tres actos: contrición, que es el dolor del pecado con el propósito de
abstenerse de él: la confesión íntegra de los pecados; y la satisfacción,
mediante buenas obras.
148. —El Quinto Sacramento es la
Extrema Unción. En efecto, en esta vida hay muchos impedimentos para que
el hombre pueda
conseguir perfectamente la purificación de los pecados. Y como no puede
entrar a la vida eterna nadie que no esté bien purificado, se hizo necesario
otro Sacramento por el que el hombre se purificara de sus pecados, se librara
de su debilidad y se preparara a entrar al reino de los cielos.
Y este es el Sacramento de la
Extrema Unción. Y el que no siempre cure corporalmente se debe a que quizá no
con-venga para la salvación del alma. Santiago 5, 14-15: "¿Se enferma
alguien entre vosotros? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, y que éstos
oren sobre él, ungiéndole con óleo en nombre del Señor. Y la oración de la fe
salvará al enfermo, y el Señor le aliviará; y si estuviere con pecados, le
serán perdonados".
149. —Queda en claro, pues, que por
los cinco Sacramentos ya dichos, se tiene perfección de vida.
Pero como es necesario que esos
Sacramentos sean conferidos por determinados ministros, fue igualmente
necesario el Sacramento del Orden, por cuyo ministerio se dispensan esos Sacramentos.
Y no hay que considerar la vida de ellos si a veces caen en el mal, sino el
poder de Cristo, por el cual tienen su eficacia esos Sacramentos, de los que
ellos mismos son los dispensadores. Dice el Apóstol en I Cor 4, I: "Que
los hombres nos miren como los ministros de Cristo, y como los dispensadores de
los misterios de Dios". Y este es el Sexto Sacramento, o sea, el del
Orden.
150. —El Séptimo Sacramento es el
Matrimonio, en el que si limpiamente viven, los hombres se salvan, y pueden
vivir sin pecado mortal.
A veces los esposos incurren en
pecados veniales cuando su concupiscencia no cae fuera de los bienes del
matrimonio; porque si cae fuera de esos bienes, incurren en pecado mortal.
151. —Pues bien, por estos siete
Sacramentos, conseguimos el perdón de los pecados. Por lo cual aquí se agrega:
"Creo en la remisión de los pecados".
152. —También por esto les ha sido
dado a los Apóstoles el perdonar los pecados. Por lo cual se debe creer que los
ministros de la Iglesia a los cuales les ha sido transmitida tal potestad por
los Apóstoles, y a los Apóstoles por Cristo, tienen en la Iglesia la potestad
de ligar y de desligar, y que en la Iglesia es plena la potestad de perdonar
los pecados, pero por grados, o sea, por el Papa para los otros prelados.
153. —Pero es de saberse también que
no sólo la virtud de la pasión de Cristo se nos comunica, sino también el
mérito de la vida de Cristo. Y cuantos bienes hicieron todos los santos se
comunican a los que vi-ven en la caridad, porque todos son uno: Salmo CXVIII,
ó3: "Yo tengo participación con todos los que te temen". Por lo cual
el que vive en la caridad es partícipe de todo el bien que se hace en el mundo
entero; pero más especialmente aquellos por los que especialmente se hace algo
bueno. Porque uno puede satisfacer por otro, como consta por los bienes
espirituales a los que numerosas congregaciones admiten a algunos.
154. —Así pues, por esta comunión
conseguimos dos cosas: la primera, que el mérito de Cristo se comunique a
todos; la otra, que el bien de uno se comunique al otro. De aquí que los
excomulgados, por estar fuera de la Iglesia, no participan de ninguno de los
bienes que se hacen, lo cual es una pérdida mayor que la pérdida de cualquier
cosa temporal.
Pero hay además otro peligro: porque
consta que por los dichos derechos (a participar de los bienes espirituales),
se impide que el diablo nos pueda tentar.
Por lo cual cuando alguien queda
excluido de esos derechos el diablo más fácilmente lo vence. Por eso en la primitiva
Iglesia, cuando era excomulgado, al instante el diablo lo vejaba corporalmente.
Artículo 11
LA RESURRECCIÓN
DE LA CARNE
155. —No sólo santifica el Espíritu
Santo la Iglesia en cuanto a las almas, sino que por su virtud resucitarán nuestros
cuerpos. Rom 4, 24: "Creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos,
Jesucristo Señor Nuestro". Y Cor 15, 21: "Porque habiendo venido por
un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los
muertos". Por lo cual creemos, conforme a nuestra fe, en la futura
resurrección de los muertos.
156. —Cuatro cosas se pueden
considerar acerca de esto.
La primera es la utilidad que
proviene de la fe en la resurrección. La segunda son las cualidades de los
resucitados, en cuanto a todos en general. La tercera, cuáles serán las
cualidades de los buenos. La cuarta, en cuanto a los malos en especial.
157. —Acerca de lo primero debe
saberse que de cuatro maneras nos son útiles la fe y la esperanza de la
resurrección.
En primer lugar, para que
desaparezca la tristeza que abrigamos por los muertos. Es ciertamente imposible
que el hombre no se duela por la muerte de un ser querido; pero por esperar su
resurrección, mucho se modera el dolor de su muerte. I Tes 4, 13:
"Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los
muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen
esperanza".
158. —En segundo lugar, se suprime
el temor a la muerte. Porque si el hombre no espera otra vida mejor después de
la muerte, indudablemente debe ser muy temida la muerte, y el hombre debería
hacer cualquier mal con tal de no tropezar con la muerte. Pero como creemos que
hay otra vida mejor, a la cual llegaremos después de la muerte, es claro que
nadie debe temer la muerte, ni por temor a la muerte hacer algún mal. Hebr 2,
14-15: "para aniquilar por la muerte al señor de la muerte, esto es, al
diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida
sometidos a esclavitud".
159. —En tercer lugar, nos hace
solícitos y atentos en hacer el bien. Pues si la vida del hombre fuese tan sólo
esta en que vivimos, no habría en los hombres gran aplicación en obrar bien,
porque cualquier cosa que hiciesen sería poca cosa por no ser su anhelo por un
bien limitado conforme a un tiempo determinado sino por la eternidad. Pero como
creemos que, por lo que aquí hacemos, recibiremos los bienes eternos en la
resurrección, tratamos de obrar bien. I .Cor 15, 19: "Si solamente para
esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más
desgraciados de todos los hombres".
160. —En cuarto lugar, nos aparta
del mal. En efecto, así como la esperanza del premio incita a obrar bien, así
también el temor a la pena, que creemos se reserva para los malos, nos aparta del
mal. Juan 5, 29: "Y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida;
pero los que hayan hecho el mal, para la resurrección de condenación".
161. —Acerca de lo segundo debemos
saber que en cuanto a todos habrá una cuádruple condición.
La primera es en cuanto a la
identidad de los cuerpos que resucitarán. Porque el mismo cuerpo que ahora es,
con su carne y sus huesos resucitará, aunque algunos dijeron que este cuerpo
que ahora se corrompe no resucitará, lo cual es contra lo que dice el Apóstol.
Pues dice en I Cor 15, 53: "En efecto, es necesario que este ser
corruptible se revista de incorruptibilidad". Y la Sagrada Escritura dice
que por el poder de Dios el mismo cuerpo resurgirá a la vida: Job 19, 26:
"De nuevo seré recubierto con mi piel, y con mi carne veré a Dios".
162. —La segunda condición será en
cuanto a la cualidad, porque los cuerpos de los resucitados serán de cualidad
distinta de la que ahora son: porque lo mismo en cuanto a los bienaventurados
que en cuanto a los malos, los cuerpos serán incorruptibles, porque los buenos
estarán siempre en la gloria, y los malos siempre en sus tormentos. I Cor 15,
53: "Es necesario que este ser corruptible se revista de
incorruptibilidad, y que este ser mortal se revista de inmortalidad". Y
como el cuerpo será incorruptible e inmortal, no habrá uso de alimentos ni de
unión sexual. Mt 22, 30: "En la resurrección no se tomará ni mujer ni
marido, sino que serán como los ángeles de Dios en el cielo". Y esto es
contra lo que dicen judíos y sarracenos. Job 7, 10: "No volverá más a su
casa".
163. —La tercera condición es en
cuanto a la integridad, porque todos, buenos y malos, resucitarán con toda la
integridad que pertenece a la perfección del hombre; así es que no habrá allí
ni ciego ni cojo, ni defecto alguno. Dice el Apóstol en I Cor 15, 52: "Los
muertos resucitarán incorruptibles", esto es, sin que puedan padecer las
actuales corrupciones.
164. —La cuarta condición es en
cuanto a la edad, porque todos resucitarán en la edad perfecta, o sea, de treinta
y tres o treinta y dos años. La razón de ello es que los que no llegaron a ella
no tienen la edad perfecta, y los ancianos la pasaron ya, por lo cual a los
jóvenes y a los niños se les agrega los que les faltan, y a los ancianos se les
restituye. Ef 4, 13: "Hasta que lleguemos todos al estado de hombre
perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo".
165. —Acerca de lo tercero debemos
saber que en cuanto a los buenos será una gloria especial, porque los santos
tendrán cuerpos glorificados en los que habrá una cuádruple condición.
La primera es la claridad: Mt 13,
43: "Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre". La
segunda es la impasibilidad: I Cor 15, 43: "Se siembra (el cuerpo) en la
vileza, y resucitará en la gloria"; Apoc 2 1, 4: "Enjugará Dios toda
lágrima de los ojos de ellos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gemidos,
ni dolor porque el primer estado habrá pasado". La tercera es la agilidad:
Sab 3,7: "Los justos resplandecerán, se propagarán como chispas en
rastrojo". La cuarta es la sutileza: I Cor 15, 44: "Se siembra un
cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual": no que sea completamente
espíritu, sino que estará totalmente sujeto al espíritu.
166. —Acerca de lo cuarto debemos
saber que la condición de los condenados será contraria a la condición de los
bienaventurados, porque en ellos habrá un castigo eterno, en el cual se dará
una cuádruple mala condición. En efecto, sus cuerpos serán oscuros: Isaías 13,
8: "Son los suyos rostros calcinados". Además, serán pasibles, aunque
nunca se corromperán, porque arderán eternamente en el fuego y nunca serán
consumidos: Isaías 66, 24: "Su gusano no morirá, su fuego no se
apagará". Además, serán pesados, pues sus almas estarán allí como encadenadas:
Salmo 149, 8: "Para trabar con grillos a sus reyes". Además, sus
almas y sus cuerpos serán de cierta manera carnales: Joel I, 17: "Se
pudrirán las bestias de carga en sus inmundicias".
Artículo 12
Y
EN LA VIDA ETERNA. AMEN.
167. —Conviene que como término de
todos nuestros deseos, esto es, la vida eterna, se nos proponga ese final, en
el Símbolo, a los creyentes, diciendo: "Y en la vida eterna. Amén",
Contra lo cual están los que asientan que el alma muere con el cuerpo. Si esto
fuese verdadero, el hombre sería de la misma condición de los brutos. Les
conviene a aquéllos lo del Salmo 48, 21: "El hombre, mientras está en
honor, no comprende; se le compara con las bestias irracionales, y semejante es
a ellas". En efecto el alma humana se asemeja a Dios por la inmortalidad;
pero por parte de la sensualidad se asemeja a las bestias. Por lo tanto el que
crea que el alma muere con el cuerpo, se aparta de la semejanza con Dios y se
equipara a las bestias. Contra lo cual dice la Sabiduría 2, 22-23: "No esperan
recompensa para la justicia, ni creen en el premio de las almas santas. Porque
Dios creó al hombre inmortal, y le hizo a imagen de su misma naturaleza".
168. —Lo primero que se debe
considerar en este artículo es qué clase de vida sea la vida eterna.
Acerca de esto debemos saber: a) que
en la vida eterna lo primero es que el hombre se une a Dios.
Porque Dios es el premio y el fin de
todos nuestros trabajos: Sen 15, I: "Yo soy tu protector, y tu premio será
muy grande".
Pues bien, esa unión consiste en la
visión perfecta: I Cor 13, 12: "Ahora vemos como en un espejo, y en
enigma; pero entonces veremos a Dios cara a cara".
También consiste en la suma
alabanza. Dice San Agustín en La
Ciudad de Dios, cap. 22:
"Veremos, amaremos y alabaremos". E Isaías 5 1, 3: "Regocijo y
alegría se encontrarán en ella, acción de gracias y voces de alabanza".
169. —Consiste también en la
perfecta satisfacción del deseo. En
efecto, allí poseerá
cada bienaventurado más de lo
deseado y esperado.
Y
la razón de ello es que en esta vida nadie puede satisfacer su deseo, ni jamás
nada creado sacia el anhelo del hombre. Porque sólo Dios lo sacia y lo excede
de manera infinita, por lo cual el hombre no descansa sino en Dios, como dice
San Agustín en sus Confesiones (libro I): "Nos hiciste, Señor, para ti, y
nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti". Y como los
santos poseerán en la patria a Dios perfectamente, es claro que será saciado el
deseo de ellos, y aun su gloria lo excederá. Por lo cual dice el Señor en San
Mateo 25, 21: "Entra en el gozo de tu Señor". Y San Agustín:
"Todo el gozo no cabrá en los gozosos, pero todos los gozosos entrarán en
el gozo".
Salmo 16, 15: "Me saciaré
cuando aparezca vuestra gloria". Y también el Salmo 102, 5: "El que
harta de bienes tu deseo".
170. —Cuanto es
deleitable se halla
allí superabundantemente. En
efecto, si se antojan gozos, allí habrá el sumo y perfectísimo gozo, porque
será del sumo bien, esto es, de Dios: Job 22, 26:
"Pondrás entonces totalmente en
el Omnipotente tus delicias".
Salmo 15, II: "A tu derecha
delicias para siempre".
Además, si se apetecen los honores,
allí los habrá todos. Los hombres desean principalmente ser reyes, los
seglares, y obispos, los clérigos. Y una y otra cosa serán allí: Apoc 5, 10:
"Has hecho de nosotros reyes y sacerdotes para nuestro Dios". Y Sab
5, 5: "He aquí que son contados entre los hijos de Dios".
Además, si se apetece ciencia, allí
la habrá perfectísima, porque todas las naturalezas de las cosas y toda verdad,
y cuanto queramos conoceremos, y cuanto queramos poseer lo poseeremos allí con
esa vida eterna. Sab 7, 11: "Con ella me vinieron a la vez todos los
bienes". Prov 10, 24: "Al justo se le dará lo que desee".
171. —c) En tercer lugar (la vida
eterna) consiste en una seguridad perfecta. En efecto, en este mundo no hay
seguridad perfecta, porque cuanto más posee alguien y más sobresale, más cosas temen
y de más cosas carece; pero en la vida eterna no hay ni tristeza, ni trabajo,
ni temor. Prov I, 33: "Gozará de la abundancia, sin temer mal
alguno".
172. —d) En cuarto lugar, consiste
en la gozosa sociedad de todos los bienaventurados, sociedad que será sumamente
deleitable, porque cada quien tendrá
todos los bienes
con todos los
bienaventurados. Porque amara a cada uno como a sí mismo, por lo cual
gozará por el bien del otro como de su propio bien. Lo cual hace que aumente
tanto la alegría y el gozo de cada uno cuanto es el gozo de todos. Salmo 86, 7:
"Es un gran gozo para todos el habitar en ti".
173. —Todo lo que se ha dicho y
otras muchas cosas inefables poseerán los santos en la patria. En cambio los
malos, que estarán en la muerte eterna, no tendrán menos dolor y daño que los
buenos gozo y gloria.
174. —En efecto, aumenta la pena de
ellos, en primer lugar por la separación de Dios y de todos los buenos.
Y esta pena es la de daño, que
corresponde a su aversión (a Dios), y tal pena es mayor que la pena del
sentido. Mt 25, 30: "A ese siervo inútil echadle a las tinieblas
exteriores". En efecto, en esta vida los malos viven en tinieblas
interiores, las del pecado; pero para entonces estarán también en tinieblas
exteriores.
En segundo lugar, por el
remordimiento de la conciencia. Salmo 49, 21: "Te reprenderé y te pondré
ante tu rostro". Sab 5, 3: "gimiendo con la angustia en el
alma".
Y sin embargo, esos sufrimientos y
gemidos serán inútiles, porque no serán por odio al mal sino por el dolor del
castigo.
En tercer lugar, por la inmensidad
del castigo sensible, esto es, del fuego del infierno, que torturará alma y
cuerpo, el más terrible de los castigos, como dicen los santos; y estarán como
si siempre murieran, y nunca muertos ni podrán morir, por lo cual se llama
muerte eterna, porque como el que muere se halla en la amargura del
sufrimiento, así también los que estén en el infierno. Salmo 48, 15: "Como
ovejas son colocados en el infierno: la muerte los devora".
En cuarto lugar, por no tener
esperanzas de salvación.
En efecto, si se les diera esperanza
de la liberación de sus penas, se mitigaría su castigo; pero como se les priva
de toda esperanza, su castigo se vuelve gravísimo.
Isaías 66, 24: "Su gusano no
morirá, su fuego no se apagará".
175. —De esta manera es clara la
diferencia entre bien y mal obrar, porque las buenas obras conducen a la vida,
y en cambio las malas arrastran a la muerte.
Por lo cual los hombres deberían
hacer volver estas cosas a la memoria con frecuencia, porque así serán
excitados al bien y se apartarán del mal. Por lo cual expresamente se dice al
final de todo: "En la vida eterna", para que siempre se grabe mejor
en nuestra memoria. Que a esa vida nos conduzca Nuestro Señor Jesucristo, Dios
bendito por los siglos de los siglos.
Amén.